La Costa Azul no quiere ser 'ultra'
La demagogia de Le Pen choca con el refinamiento de la conservadora Niza
La Promenade des Anglais, uno de los paseos marítimos más conocidos de la Costa Azul, no será una vía triunfal para Jean Marie Le Pen. Ésa, al menos, es la opinión general en Niza, una ciudad turística y conservadora que no quiere ver su nombre asociado a la imagen violenta del líder de la ultraderecha francesa. Le Pen, bretón de nacimiento, ha elegido presentarse en esta ciudad mediterránea porque su partido, el Frente Nacional (FN), ha conseguido aquí buenos resultados.
Jean Marie Le Pen también pretende aprovechar el vacío dejado en Niza tras la huida a Uruguay de Jacques Médecin, ex alcalde de la ciudad y auténtico padrino político de la región. La historia de Médecin, heredero de una dinastía de caciques locales en la que se mezclan el gansterismo y la política, es la historia de Niza, una ciudad de aroma italiano que se unió a Francia hace poco más de 130 años.El líder del FN tiene todo lo que corresponde al estereotipo del tribuno conservador: un pasado militar -veterano de la guerra de Argel-, una herida -perdió un ojo en una reyerta política- y un lenguaje con dos filos: uno cálido y sentimental -cuando habla de la familia, la propiedad, la patria- y otro rencoroso y despiadado -cuando habla de razas, banderas y religiones- Pero eso no basta en Niza, donde los electores estaban acostumbrados al estilo populista y antisocialista de Jacques Médecin, que abrió los brazos de la
ciudad a los franceses que tuvieron que abandonar Argelia. "Aquí la política no es blanco y negro. Aquí se estilan los intermediarios que solucionan las cosas, la solidaridad forjada sobre obligaciones recíprocas y favores mutuos, la red de relaciones personales en la que crece el clientelismo político y donde la legalidad nunca es un límite a la amistad o a las relaciones", afirma Jean Pierre Laborde, un reportero de la cadena France-Info. Le Pen sigue siendo un paracaidista de choque que puede arañar votos en los antiguos refugiados de Argelia, comerciantes en crisis y sectores, populares que conviven con la. inmigración magrebí, pero su estilo es ajeno a la clase política, a, la maquinaria electoral local.
Graham Greene, el escritor británico que vivió sus últimos años en la Costa Azul, escribió, un opúsculo de título clásico -J'accuse- tras verse envuelto en un problema familiar que le: llevó a investigar la situación política de la región: "A todos los que quieran venir a vivir a la' Costa Azul les doy un consejo: eviten Niza, porque es el coto del hampa más poderosa del sur de Francia".
Greene devolvió su condecoración de la Legión de Honor tras su infructuosa pelea. La publicación de su libro, incluso, fue prohibida en Francia ya que las acusaciones que formulaba "no estaban probadas". Jacques Médecin, entonces alcalde, se sintió aludido, acusó al escritor británico de ser un "viejo decrepito" y le invitó a irse de la Costa Azul si no le gustaba.
Niza, con casi medio millón de habitantes y un Gobierno ininterrumpido de derecha tanto a escala local como departamental, se plantea ahora quién ganará a Le Pen, que se presenta en la tercera circunscripción de la ciudad frente a dos candidatos de la derecha convencional y uno socialista que consiguió hacer huir al alcalde corrupto de Niza con sus denuncias sobre sus negocios y sus relaciones,
El FINJ, con el 30% de los votos, fue la fuerza más votada en Niza en las últimas elecciones regionales, pero ello no parece suficiente, ya que el sistema electoral mayoritario a dos vueltas hace que el FN deba enfrentarse al resto de los partidos en la segunda votación. Ese "Frente republicano", como llaman los franceses a la alianza electoral antifacista entre la derecha y la izquierda, ha funcionado en todas las circunscripciones francesas. Una de las, razones de este éxito es que una parte considerable del electorado detesta la demagogia en estado puro. Por ejemplo, la torpeza de Le Pen en su primer acto electoral en Niza, para el que citó a la prensa en la estación de autobuses e inició una visita en transporte colectivo al barrio de Ariane, con fuerte presencia de población magrebí. El líder ultraderechista se sentó en el autobús junto a un trabajador norteafricano y declaró a la televisión y la radio local que existe una diferencia entre ".[os que trabajan honestamente y entre los que roban y matan" en el barrio de Ariane. Su paseo por el barrio obrero e inmigrante se desarrolló entre la indiferencia de los vecinos. Una pandilla de jóvenes árabes le aplaudió y animó, más con burla que con entusiasmo. Después declararían a la prensa y a la radio locales que no iban a caer en la provocación de generar un incidente. Sus aplausos de burla pasaron inadvertidos, pero si hubiera habido un choque habría sido recogido por los telediarios de emisión nacional. Los jóvenes inmigrantes ya conocen los trucos de las campañas electorales.
Tal vez por ello Le Pen está en estos momentos peor situado que otros candidatos del FN que también se presentan en otras circunscripciones de Niza, como la primera o la segunda, donde el veterano abogado y antiguo oficial paracaidista Jacques Peyrat o el joven Jean Pierre Gost obtienen mejores resultados en los sondeos que su jefe de filas.
Pero el hecho de que Jean Marie Le Pen no salga elegido diputado por Niza -lo que todavía está por ver- o que su partido consiga representación mínima en la Asamblea Nacional puede inducir a una impresión engañosa. La ultraderecha sigue creciendo en Francia a pesar de un sistema electoral que les perjudica directamente.
Desprecio por el sistema
Alain Vizier, consejero de Le Pen, no oculta su desprecio por un sistema político que les margina. "Le Pen dice que ésta es una républica de listos y de pillos, y tiene razón. El FN consiguió en las últimas elecciones regionales casi un 14% de los votos. En estas elecciones, con un resultado parecido, puede ocurrir que el Frente Nacional tenga uno o dos diputados, mientras que los comunistas con el 8% o menos de votos tengan varias decenas de escaños. Eso es una burla a la soberanía nacional".
En las últimas elecciones, el FN obtuvo un solo escaño, el de Yann Piat, en Var, departamento que está entre Niza y Marsella, pero poco después se pasó con su escaño a la derecha liberal de la UDF. Una elección parcial posterior en Dreux, al oeste de París, dio al FN su única diputada, Marie France Stirbois.
Le Pen insiste en que la suya es la única fuerza que sube en Francia pese a tener al resto de las organizaciones políticas en su contra. Su implantación geográfica no se limita a la Francia mediterránea, Niza, Antibes, Cagnes o la desembocadura del Ródano, donde está Marsella, sino también a Aviñón, Mulhouse, frontera con Suiza, o en Vaulx en Velin.
300 medidas para el renacimiento
Cualquier ciudadano de Niza, aunque no haya leído ningún panfleto ni escuchado los discursos del Frente Nacional, sabe que su bandera principal es su campaña contra la inmigración. Y es que el programa de Le Pen, Trescientas medidas para el renacimiento de Francia, comienza con un capítulo dedicado a la identidad de los franceses en el que propone 99 medidas, todas ellas dirigidas a hacer más difícil la adopción de la ciudadanía francesa. Le Pen cultiva el miedo de las clases medias y obreras a verse rodeadas por una creciente inmigración árabe que transforma los sonidos, los olores, el paisaje urbano de algunos barrios populares y los aproxima al ambiente de algunos barrios de las ciudades de la otra orilla del Mediterráneo.Le Pen pulsa con habilidad el resorte paranoico, conspirativo de muchos ciudadanos que piensan que todo lo que ocurre en el mundo lo deciden unos pocos. "La amenaza más grave que pesa hoy sobre el porvenir de Francia es el mundialismo", afirma, cuyos manejos quieren "destruir las naciones, mezclar los pueblos y las culturas, suprimir las fronteras y las diferencias".
El líder nacionalista arremete, por tanto, contra la Europa unida del Tratado de Maastricht, y defiende la "Europa de las patrias" y el mercado común.
Su canto a la identidad nacional, a la desconfianza frente a "los de fuera" que llegan para robar las oportunidades o la tranquilidad a los ciudadanos pacíficos y honrados; su antiaislamismo explícito y antisemitismo latente; su crítica a los "instalados" -políticos y periodistas manejados por los plutócratas-, han agrupado a su alrededor a toda clase de perdedores y ambiciosos: monárquicos sin príncipe, nostálgicos de Vichy, derrotados de la guerra de Argelia y sectores de clases medias y bajas golpeadas por la crisis y hastiados de los escándalos que denigran a los partidos políticos y al Gobierno.
Pero su discurso catastrofista necesita la catástrofe para prosperar. Y Francia, aun con un lento crecimiento económico, es la cuarta potencia industrial del mundo, y su peso en la comunidad internacional tal vez sea hoy más importante que en los últimos 50 años. Algo que aprecian unos ciudadanos que en su inmensa mayoría adoran a su República.
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