El Mal
Hay realidades tan horribles que resultan intelectualmente inadmisibles: que dos niños de 10 años torturen hasta la muerte a un crío pequeño es un abismo de semejante magnitud que no nos cabe dentro de la cabeza. Y, sin embargo, en el vértigo y el terror que producen los sucesos de este tipo quizá palpite el eco de esa negrura interior que nos habita: el reconocimiento del Mal como algo nuestro, la certidumbre de que todos los espantos, absolutamente todos, incluso aquellos que ni siquiera somos capaces de imaginar, forman parte de la esencia de los seres humanos.A raíz de los asesinatos de Alcásser, escribió Félix de Azúa un artículo bellísimo sobre la Bestia ancestral que llevamos dentro, y luego García Calvo escribió otro artículo, para mí menos certero, cargando las culpas en la sociedad moderna más que en el mal primigenio. Buscan los dos filósofos las causas del horror, como siempre las han buscado los humanos desde el principio de los tiempos. Que los dos niños sádicos ingleses pertenezcan a un medio social violento y marginal no debe de ser casual, de eso estoy segura, y que hayan crecido empachados por un cine y una televisión sanguinolentos, en donde se destripa y se mutila en sesión continua, debe de haber influido para dar forma y vuelo a sus fantasías más perversas. Pero la extrema crueldad siempre ha existido: conquistadores que despellejaban vivos a sus conquistados, verdugos inventores de tormentos atroces. Se diría que el Mal se enrosca en nosotros desde siempre y para siempre, pero aun así, hay que esforzarse en aplicar la razón y remediar las posibles causas: aliviar la miseria, rebajar los niveles sociales de violencia. Ante el horror, en fin, hay que seguir luchando. Toda la historia de la humanidad es el combate, siempre inacabado, contra esas tinieblas.
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