Vergüenza ajena
Me considero una persona normal, estoy felizmente casado, cumplo con mi trabajo y procuro vivir mi vida sin molestar a nadie. Y mira por dónde, me levanto una mañana y, al igual que el personaje de Kafka que se despierta convertido en una enorme cucaracha, yo me he transformado en un atroz asesino.Y todo por obra y gracia de unos mal nacidos asesinos y violadores con los que no tengo nada en común más que el vivir en el mismo pueblo, Catarroja.
Un pueblo honrado y trabajador, como cualquier otro, con problemas de droga y delincuencia, también como cualquier otro.
Aún no nos habíamos repuesto de la impresión que nos había causado el terrible fin de las chicas de Alcàsser, cuando con horror nos enteramos de que el o los asesinos vivían en nuestro pueblo.
Pero pronto he pasado de la vergüenza propia a sentir vergüenza ajena; vergüenza por esas personas que no le compraron la cosecha a un labrador por ser de Catarroja, vergüenza por esos aficionados que recibieron a nuestro equipo de fútbol con gritos de "asesinos". Y vergüenza también por esos seguidores del Rayo Vallecano que recibieron al Valencia CF como "valencianos asesinos".
Tal vez sea, digo yo, que en Vallecas tienen la inmensa suerte de no conocer ni padecer problemas de drogas, violaciones, atracos ni asesinatos, y por eso pueden darnos a los bárbaros de provincias lecciones de urbanidad.
Señores vallecanos, Valencia no es el Lejano Oeste. Señores paisanos valencianos, Catarroja no es el Bronx. Por favor, miren la viga en su propio ojo, y déjennos en paz-
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