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¿Socialismo después del socialismo?

Siempre ha estado claro que la filosofía del thatcherismo-reaganismo no iba a durar. Incluso en su variante más social-demócrata -Mitterrand II (después de 1983), González, quizás Craxi- han debido sufrir un castigo merecido. El consumismo y el individualismo en nombre del mercado han sido una respuesta al stagflation en la que el corporativismo y el Estado de bienestar llegaron a su fin en los años setenta, dejando tras de sí muchos problemas sin resolver y creando otros nuevos. Hay problemas de sanidad, de educación, de vivienda y, mucho más dramático, de desempleo, de la decadencia de los valores sociales de la que derivan corrupción y destrucción de las estructuras de la sociedad e incluso violencia. Pero: ¿quién va a atajar estos problemas?, ¿y cómo? Ésta es la cuestión.La elección del presidente Clinton probablemente tiene algo que ver con los problemas de la justicia posreaganiana. Pero, si por un momento le dejamos aparte y observamos Europa, encontramos unas condiciones peculiares. Los grupos políticos de los que se deben esperar nuevas perspectivas están incapacitados para hacerlo por dos diferentes motivos. En algunos países, realmente han dirigido la revolución thatcherista-reaganista. Ya he mencionado algunos de los nombres más relevantes. Realmente, podrían añadirse a la lista los Partidos Laboristas de Nueva Zelanda (Lange) y Australia (Hawke). Estos partidos socialdemócratas parece que están al final de su potencial electoral. En otros países, sobre todo en el Reino Unido y Alemania, los socialdemócratas estaban en la oposición durante los años thatcheristas. Pero ahora que esos años han llegado a su fin, resulta que han absorbido tan profundamente sus valores que son incapaces de ofrecer una alternativa.

Esta cuestión merece un examen más atento. En 1993 habrá elecciones generales en dos de los mayores países europeos, Francia y España. En España, los socialistas permanecerán en el poder, pero dependerán más de lo que ahora dependen del apoyo de los nacionalistas. En Francia, en cierto sentido también ellos se mantendrán en el poder, ya que el presidente Mitterrand no da señales de querer dimitir; pero tendrá que cohabitar nuevamente con un primer ministro de derechas. En ambos países, el voto a la izquierda tradicional disminuirá de forma dramática (como sucede en Italia siempre que hay elecciones locales o regionales, por no hablar de los sondeos de opinión). Algunos pueden pensar que es una suerte que en estos países la derecha tampoco sepa qué hacer, aunque, de todas formas, es improbable que ataje los grandes problemas sociales de los noventa.

Los casos alemán y británico son sólo diferentes a nivel superficial. Los socialdemócratas alemanes están o aturdidos por los escándalos u ocupados en lograr ser reconocidos como soporte del Gobierno en asuntos de vital importancia como la economía y la política social. El Partido Laborista británico to

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davía está intentando desembarazarse de la imagen de un partido que ha aumentado los impuestos, que fue igualmente el problema de los demócratas estadounidenses, por lo que no se atreven a proponer nuevos programas sociales. Y ambos grupos, políticamente importantes, de larga tradición, ya no logran entusiasmar. al electorado. No hay indicios de impopularidad del canciller Kohl o del primer ministro Major que puedan be neficiar a los socaldemócratas.

¿Cuáles son las ventajas de todo esto? En un cierto sentido, es un problema secundario. Tiene un significado puramente táctico. Sin embargo, en la mayoría de los países europeos parece que ahora la gente prefiere cambiar de tema a habérselas con viejos / nuevos problemas. La Liga del Norte se ocupa últimamente de un asunto irrelevante, así como los Verdes franceses o incluso los nacionalistas españoles (temo, las cartas que provocará esta afirmación, pero estoy convencido de que es realmente cierto). La extrema derecha es capaz tanto de ponerse de moda como de debilitarse a medio plazo, como demuestra Haider en Austria, Le Pen en Francia o Schönhuber en Alemania. Parece que el partido único más amplio es el de los votantes que están desilusionados, hartos e incluso preocupados, quizás los votantes de Ross Perot, o los lectores de las populares y largas entrevistas concedidas por el presidente alemán, Von Weizsäcker, en las que ataca la democracia de partido.

Lo que se precisa puede expresarse en tres fórmulas sencillas. El Estado reducido que anima a la gente a bastarse a sí misma es una fuente de libertad y una herencia legítima de los años ochenta. Pero es preciso añadir a esto un nuevo sentimiento respecto a los derechos básicos, en el sentido aludido de justicia, para dar contenido a la idea de ciudadanía. El internacionalismo activo es ahora tan importante para la creación de una sociedad civil mundial como lo es para proteger la libertad y la justicia en el interior de las naciones. La conjunción de esos tres factores -libertad, ciudadanía y una sociedad civil mundial- constituyen un programa atractivo y práctico. De él se derivan consecuencias para cuestiones constitucionales, para la política social y para los asuntos internacionales. Subyace a este programa un secularismo civilizado e ilustrado que se ha convertido, también él, en problemático. Pero una moda no puede inhibir la creación de un partido reformista. Si esto es así, ¿por qué no existe?

Los partidos de derechas que llevan tiempo en el poder se han dulcificado un tanto. El primer ministro británico, John Major, habla de la "sociedad sin clases", y el canciller alemán, Helmut Kohl, trata de negociar un Solidarpakt (pacto de solidaridad) con la oposición. Sin embargo, esto no es suficiente. Por otra parte, los partidos cuyo nombre contiene la palabra social han perdido en general el rumbo. Hace casi un siglo, Europa contemplaba la extraña muerte del liberalismo; aunque los partidos liberales se han mantenido y en ocasiones han llegado a ser fuente de nuevas ideas e incluso de cambio político, casi en todas partes se han convertido en partidos minoritarios o residuales. Quizá contemplamos ahora la extraña muerte del socialismo en todas sus formas, un proceso en el que los partidos socialistas, e incluso socialdemócratas, experimentan un destino similar al que tuvieron los liberales hace un siglo.

Esto no es demasiado útil. Sobre todo no es probable que anime al electorado. Una vez más, tenemos que concluir, como Goethe hace un siglo: "Amerika, du hast es besser!" ("¡América, tú lo tienes mejor!"). Pues el presidente de Estados Unidos, Bill ClInton, es relevante para esta historia. Superando muchas dificultades, ha logrado vencer. Indudablemente, como los socialdemócratas europeos, se presentó como el auténtico y verdadero conservador. Aun así, parece dispuesto a abordar los problemas de la justicia sin volver a la pesadilla burocrática del gran gobierno. Desgraciadamente, su internacionalismo parece más inconsistente.

Las constituciones no lo son

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