Dos formas de humanismo
Gabriel Jackson
Por pura coincidencia, en las últimas dos semanas he estado leyendo a dos humanistas contemporáneos impresionantes: al psicólogo germano-estadounidense Erich Fromm y al novelista y ensayista checo Ivan Klima.Fromm era un discípulo de Sigmund Freud que acabó difiriendo con su maestro en dos aspectos importantes. Mientras que Freud aplicaba básicamente sus teorías al psicoanálisis de pacientes individuales, Fromm quería aplicar las ideas del psicoanálisis a la descripción y el tratamiento de importantes problemas sociales. La distinción que sugiero no es en modo alguno absoluta. A Freud le interesaban profundamente los problemas de la guerra, el fanatismo religioso y la demagogia fascista; y Fromm trataba a pacientes individuales. Pero gran parte de los escritos del Fromm y de sus actividades públicas se han centrado en las neurosis de la moderna sociedad industrial y en las posibles alternativas a la vida espiritual y emocional tan insatisfactoria que llevan los habitantes de esa sociedad.
Su otra discrepancia con Freud ha sido su rechazo a aceptar el pesimismo implícito en el punto de vista político de Freud. Mientras que Freud consideraba que el instinto destructivo, o thanatos, podía, lamentablemente, ser tan fuerte como eros, Fromm predicó durante medio siglo la necesidad, y también la posibilidad racional, de cambios en el comportamiento humano que harían que eros dominara claramente en un mundo razonablemente pacífico y agradable. Para Fromm (cuyo apellido significa, apropiadamente, "piadoso" en alemán), los hombres, las mujeres y los niños no son instintivamente agresivos, competitivos, egoístas ni belicosos.
Si, desgraciadamente, actúan de esa manera en nuestra experiencia cotidiana es porque el sistema económico dominante, el capitalismo, valora esas características. La acumulación capitalista, tal y como la analizan Marx (cuyas primeras obras Fromm cita constantemente) y otros economistas del siglo XIX, requiere una actitud de vigilancia agresiva, competitiva, obliga a los hombres a ser desconfiados, a tratar a sus familias como una propiedad explotable y, en general, a confundir todos los valores humanos con valores de mercado "mercantiles" o "cibernéticos".
Fromm propone, como alternativa, que si la gente en general tomara conciencia de su sumisión a los valores capitalistas, así como del irreversible daño ecológico que causan todas las economías industriales, podría volver a crear la sociedad en términos de valores humanos: amor, tolerancia, creatividad personal y deseos materiales modestos, no-competitivos. Su optimismo potencial resulta verdaderamente colosal para alguien que lo lea con interés pero con escepticismo, como es mi caso. Fromm no sólo rechaza explícitamente el capitalismo liberal" y las "dictaduras burocráticas" del imperio soviético recientemente disuelto. Rechaza también el modelo socialdemócrata (sueco), basándose en que los partidos socialistas democráticos sólo quieren poner el consumismo y otros valores capitalistas al alcance de las clases menos privilegiadas en la actualidad. Mientras leo y releo las descripciones de Fromm de lo que constituiría la buena sociedad, no puedo evitar preguntarme cómo un psiquiatra y científico social con tanta experiencia puede esperar que la humanidad se recree a sí misma, por medios pacíficos, para convertirse en una raza que rechace los tres "modelos" con los que se cuenta últimamente.
Ivan Klima encaja en la literatura checa tradicional del siglo XX que empezó con Jaroslav Hasek (Aventuras del valiente soldado Svejk en tiempos de la Gran Guera) y Franz Kafka, y que incluye escritores de la talla de Milan Kuridera, Jiri Weill, Bohumil Hrabal y Vaclav Hável. Todos son profundamente conscientes de su pertenencia a un pequeño pueblo lamentablemente localizado en un área geográfica sucesivamente codiciada por agresores austrohúngaros, alemanes y rusos. Tienen la sutileza de esos pensadores que a menudo han estudiado a los clásicos alemanes y rusos mejor que los propios alemanes y rusos. Proceden de una nacionalidad de campesinos y artesanos laboriosos que ha sobrevivido gracias a una combinación de trabajo eficiente, comportamiento pacifico y carácter tranquilo.
Klima es uno de los escritores disidentes que no pudieron publicar en los años setenta y ochenta y que tuvieron que ganarse la vida por medios no literarios. En diferentes épocas, fue contrabandista de libros, ayudante de un arqueólogo, pintor de paisajes, ayudante de un conductor de locomotora y ayudante de un topógrafo. Esos fueron My golden trades (Mis oficios dórados), título agridulce del libro que acabo de leer. Klima no hace hincapié en la sádica opresión política. De hecho, se muestra resignadamente agradecido por el hecho de que los comunistas checos no gasearan a sus adversarios ni les mandaran a gulagui. Pero así resulta todavía más patético que, bajo esos regímenes sin inspiración, burocráticos, la vida se volviera completamente gris: literalmente, en los alrededores de las faraónicas fábricas industriales, desastrosas desde el punto de vista ecológico; metafóricamente, en la pérdida de la fe tanto secular como religiosa, y en una atmósfera sociopolítica en la que toda la cultura histórica y todas las costumbres populares eran manipuladas exclusivamente en términos de su utilidad para la ideología imperante. Para Klima, como para los otros escritores antes mencionados, los principales consuelos (no hay soluciones) son formas tranquilas de comprensión y cariño personales y un sentido del humor autodegradante que zahiere toda pretensión.
Por tanto, dos formas de humanismo: una, un ambicioso esfuerzo por reestructurar la sociedad de cara a realizar esos aspectos creativos y afectivos de la naturaleza humana que Fromm está seguro de que pueden convertirse en los aspectos dominantes de la naturaleza humana; el otro, una actitud moderadamente pesimista en la que el afecto personal y cierto sentido del humor hacen la vida soportable. Pero en el mundo de Klima no hay esperanza de iniciativas sociales positivas que pudieran llevar hacia un futuro mejor.
En cambio, la concepción filosófica de Fromm se apoya en una fe exagerada en los poderes humanos, y no se me ocurre nada mejor para ilustrarlo que citar su propia comparación entre los objetivos ideales del filósofo judío medieval Maimónides y los de Carlos Marx. En Tener o ser, Fromm cita a Maimónides cuando éste dice que en un futuro ideal "la preocupación de todo el mundo será conocer al señor". Y afirma que el equivalente espiritual para Marx era "ese desarrollo del poder humano que es su propio fin, el verdadero reino de la libertad". Desde mi punto de vista, la frase de Maimónides es una metáfora para el estudio de todo el universo, que incluye una percepción del modesto lugar de la humanidad en él. Y, aunque no hay necesariamente una contradicción entre esa actitud y una posible interpretación de las palabras de Marx, la implicación clara de Marx, y de Fromm en toda su obra, es que los seres humanos son potencialmente capaces de transformar el mundo en lo que tanto Marx como Fromm consideran que podría generar una cultura general positiva, no alienada, creativa y emocionalmente satisfecha.
Personalmente, prefiero la metáfora de Maimónides. Tengo esperanza en un humanismo que suplante los dogmas de la religión "revelada" y las numerosas creencias irracionales contemporáneas como el nacionalismo y el racismo. Pero también creo que muchos de los trágicos errores de los movimientos revolucionarios modernos han estado directamente relacionados con sus exageradas ideas acerca del poder humano para remodelar la psique humana. Tenemos que, de alguna manera, combinar una conciencia del misterio y la intensidad del universo con la voluntad de tratar a nuestros congéneres y la biosfera de nuestro pequeño planeta con reverencia, dignidad y amor.
es escritor.
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