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Tribuna
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La hora

El catalanismo político afronta uno de los tramos más decisivos de su historia desde que en 1918 -hace ahora justamente 75 años- Alfonso XIII, en plena crisis constitucional, pronunciara las palabras terminantes: "Cambó, a Fomento". La posibilidad de que, hablando sumariamente, se repita ahora la historia resulta verosímil en razón de las dificultades del PSOE y el PP para alcanzar una mayoría electoral solvente. La cercanía de esa hora decisiva es la responsable de que Convergéncia haya experimentado la primera crisis desde su fundación y de que en el socialismo catalán se perciban síntomas de parálisis política, de confusión e incertidumbre. Sin embargo, lo que tendría los nombres de un debate seriamente político, el más intenso y complejo que acaso pueda darse en España desde la transición, está degradándose aun antes de haber comenzado. Socialistas y populares se han enzarzado en una carrera epiléptica para demostrar cuál de los dos garantiza mejor la unidad de España. Y Convergència no ha tenido el coraje político de afrontar la crisis entre Pujol y Roca en sus términos reales: ha preferido dotarse de máscaras grotescas que le permitan deslizarse hasta las elecciones sin haber resuelto nada de lo que realmente importa. Pujol, además, sigue sin resolver dos asuntos cruciales: el consenso que su protagonismo despierta en España -muy relativo comparado con el de Cambó- y el resquemor íntimo que siente hacia Felipe González y todos los que, a su juicio, pretendieron destruirlo con el caso Banca Catalana.Una regla de oro de la táctica aconseja que los políticos eludan cualquier referencia a pactos antes de que sobre el tapete electoral brillen las cartas respectivas. Pero esa regla rige para encarar un mero asunto de coaliciones parlamentarias. Lo que el futuro apunta, la primera reforma del Estado democrático, parece algo mucho más trascendental.

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