El resplandor satánico del azufre
En mi barrio hay una gran superficie, o sea, un supermercado, que se llama Día pero que nos da la noche. Tiene una alarma que se pone a funcionar cuando nos vamos a la cama, y ya no se calla hasta el día siguiente. Parece una gran superficie con úlcera de estómago. Tras muchas denuncias al 092, cambiaron la maldita alarma y ahora han puesto una que en lugar de aullar todo el rato descansa cada 20 minutos, pero es, peor por que no te acostumbras ni al silencio ni a grito. Lo malo es que a veces, por simpatía, le contestan las alarmas de algunos automóviles, ulcerosos también, y es como intentar dormir en el campo una de esas noches en que los perros inter cambian lamentos bajo la luna pálida.Total, que el sábado de la semana pasada el supermercado no nos dejó dormir y yo, por entretenerme, estuve llamando toda la noche a los del 092, que son muy amables. Me decían que sin una orden judicial no podían enmudecer e aullido de la gran superficie y, aunque no me lo creí, les fui dando la razón para que no me colgaran, porque necesitaba contárselo a alguien. La cosa es que, de tanto darles la razón, a las nueve dile la mañana me había quedado sin ella y entonces salí a la terraza y empecé a aullar como si también yo tuviera una úlcera sangrante. Al poco, llegaron los bomberos y sin orden judicial ni nada nos silenciaron a la gran superficie y a mí.
Pero la noche del martes, el mismo día en que fueron a la huelga los pequeños comerciantes, a la gran superficie le dolió el estómago otra vez y nos partió el reposo y el corazón con sus gemidos. En el 092 me aconsejaron que hiciera un escrito a mi concejal, como si para perseguir un delito de torturas tan claro como éste hiciera falta un concejal. Además, no sé quién es mi concejal y no mantengo correspondencia con gente que no me ha sido presentada. Yo sólo conozco a Matanzo y Ortiz por su decidido apoyo al género chico, aunque admiro mucho también al concejal de San Blas, que ahora no me viene su nombre, por sus aficiones plásticas. Leí que había tenido la genial idea, de requisar los sanitarios de Los Focos para ponerlos todos juntos en una gran superficie al aire libre. Me pareció que el resultado podría firmarlo sin rubor un artista cuyo talento fuera la suma del de Magritte y Antonio López.
Total, que hacia la mitad de la semana, una vez recuperado de los efectos de la contaminación acústica con que Día nos obsequia de noche, me metí en la boina de azufre y dióxido de carbono enfilando la M-30 en dirección Vicálvaro. Como diría Chandler, era uno de esos hermosos días soleados del invierno, si a uno le importan esas cosas. La ciudad parecía un plato desportillado, una tarta de chocolate con los bordes derretidos o rotos. Lo que más vida daba a toda esa zona previa al desmoronamiento era el cementerio de la Almudena. No me detuve porque estaba ansioso por ver si el concejal de San Blas había expropiado ya a los pequeños comerciantes de Los Focos para realizar su macroexposición de sanitarios al aire libre. ¿Se imaginan un horizonte de retretes y bidés a la caída de la tarde, con ese resplandor satánico que proporciona a las caídas el azufre o el dióxido de carbono?
Pero se lo debió prohibir el alcalde, que a lo mejor le ha dicho que un concejal no tiene por qué tener temperamento artístico. Además, las artes plásticas no necesitan tanto apoyo como el género chico. El caso es que no había exposición, sino los pequeños comerciantes de siempre. Me compré por 7.000 pesetas un urinario de los que ya no se fabrican, como los que había hace muchos años en el cine López de Hoyos, que ahora es un salón de bodas. De día me sirve de escultura, y, de noche, de casco, para no oír el aullido de Día.
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