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Condenados a no entenderse

La antipatía mutua entre González y Aznar enrarece una relación obligada por razones de Estado

Las relaciones entre el presidente del Gobierno, Felipe González, y el jefe de la oposición, José María Aznar, no resultan fáciles para ninguno de los dos. No sólo les separan los 12 años que Aznar es más joven que González, sino una forma de vivir y entender la vida radicalmente distinta. Existe entre ellos una ausencia de química que mantiene alejado de su relación todo atisbo de simpatía o de respeto. Felipe González ha dicho en varias ocasiones que echa de menos a Manuel Fraga como interlocutor de la oposición. Cuando por razones de Estado tienen que verse, sólo sonríen ante la prensa. Uno y otro se descalifican en privado con palabras que van más allá del lógico antagonismo político.

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Vestido de frac, como requiere el protocolo de la Pascua Militar, Felipe González aprovechó el corrillo de periodistas que se había formado en torno al Rey para entablar, o más exactamente provocar, la conversación con ellos. El cigarrillo que les pidió se le consumió entre los dedos. De lo que tenía ansia realmente era de hablar. Y, específicamente, de atizar a José María Aznar y al Partido Popular. "Se han dicho muchas tonterías sobre mi reconocimiento del desgaste del Gobierno, pero sólo puede perder credibilidad quien la tiene", espetó. La respuesta no tardó en llegar. Cuatro días después, el 10 de enero, Aznar devolvió el ataque apuntando a la cabeza. "Felipe González", dijo, "es el rey del subsidio". Si el líder socialista había afirmado que tiene "empeño personal" en ganar las próximas elecciones, como reacción de enojo frente a la irresponsabilidad y ambición desmedida que atribuye al PP, Aznar subrayó que España necesita políticas acertadas, "no actitudes de chulería" ni bravuconadas.Es la última muestra de unas relaciones de distanciamiento, desconfianza y, en ocasiones hasta desprecio, recíprocos entre el presidente del Gobierno y el principal representante de la oposición. Una imcompatibilidad que los amigos de Aznar atribuyen, con una expresión muy gráfica, a la "ausencia de química" entre ellos. Una barrera invisible, e incluso ajena a la voluntad de cada uno, que impide establecer un vínculo personal, de simpatía o respeto, entre ambos.

Aznar suele aducir, para una explicación más política, que uno y otro pertenecen a dos generaciones diversas: González, a la que protagonizó la transición, y él, a la de quienes han vivido su juventud bajo una Constitución democrática y creen que les corresponde la misión de revitalizar ahora la democracia.

La transición

Para González, Aznar y sus hombres de confianza adolecen precisamente de la experiencia de la transición, cuyas dificultades curtieron a los políticos, les ejercitaron en la negociación y les obligaron a postergar intereses partidistas para facilitar un consenso nacional.

La prueba más lamentable, según González, de que en la estrategia de Aznar vale todo con tal de erosionar al Gobierno fue la acusación que le hizo el pasado diciembre de haber mendigado en la cumbre europea de Edimburgo. Una difícil reunión de los Jefes de Estado y de Gobierno de la CE, en la que el Gobierno español perseguía la aprobación de los fondos de cohesión -especialmente beneficiosos para España-, y en la que González mantuvo un pulso con John Mayor y Helmut Kohl.

Probablemente esa acusación de Aznar ha sido la que ha desatado la indignación, y la ira, del presidente del Gobierno. Un dirigente tan capaz de mantenerse en la altura de los hombres de Estado como de lanzar golpes bajos en el papel de mitinero. Y por su actitud y declaraciones en lo que va de año no cabe duda de que se va a emplear a fondo contra Aznar y contra el PP. Aunque forme parte de la estrategia del PSOE no reconocer el importante aumento de intenciones de voto favorables al Partido Popular., la constatación de esa tendencia por las encuestas ha convertido a Aznar en un rival peligroso.

Pero aun antes de que lo fuera, González le ha zaherido cuando le ha convenido. Con más indiferencia, como a quien merece poca importancia, pero con expresiones abiertamente despectivas. En un mitin de las elecciones municipales de 1990 dijo de él que era "un sinsustancia". Entonces no le creía capaz de gobernar España. E incluso pronosticó que no duraría como líder. Hace una semana, cuando le preguntaron en París si se sentía a gusto con Aznar como rival para la presidencia del Gobierno, respondió con ironía, y entre sonrisas: "Sí, sí, estoy muy contento".

Aznar siempre ha considerado a González un embaucador. En su primera conferencia de prensa como candidato del PP a la presidencia del Gobierno, el día 2 de septiembre de 1989, el joven sucesor de Fraga acusó al líder socialista de "haber elevado el engaño a la categoría de arte".

En la campaña electoral, Aznar hizo caso de los estrategas de la CEOE y fue directo a por Felipe González. Personalizó en él la degradación de la política socialista, le responsabilizó de los errores, fueran del área ministerial que fueran. Incluso el día que González fue investido de nuevo presidente en el Congreso de los Diputados le reprochó una falta total de credibilidad de su Gobierno. Era la forma de erosionar el pedestal de quien "parecía estar por encima del bien y del mal" y, por tanto, a salvo de críticas por problemas cotidianos.

Aznar y sus seguidores denunciaron que el proceso electoral había estado "cargado de irregularidades que la democracia y los demócratas españoles ni podemos ni debemos olvidar". Una protesta, relacionada con errores en el censo y casos de votos duplicados, que llevó a González a comentar a dirigentes del PSOE: "Estos jóvenes ambiciosos son mucho peores que los otros", en alusión a la vieja guardia de Manuel Fraga.

Desde un principio, incluso

desde antes de conocerse, González y Aznar cultivaron un recíproco distanciamiento. Aznar fue recibido por el Rey en septiembre de 1987, tres meses después de haber tomado posesión como presidente de Castilla y León, y no se entrevistó con el presidente del Gobierno -a quien había solicitado audiencia al mismo tiempo que al Rey- hasta el 2 de febrero de 1989. Habían transcurrido casi dos años. Mientras esperaba cita en la Moncloa, el papa Wojtyla le recibió en el Vaticano, en marzo de 1988.A la vista de que ni siquiera recibía una llamada telefónica de los colaboradores de González, Aznar optó, en un arranque de dignidad, por interrumpir toda negociación con el entonces ministro para las Administraciones Públicas, Joaquín Almunia, hasta que le recibiera el presidente del Gobierno. Cuando finalmente fue convocado, Aznar acudió con una meditada estrategia: no dejarse convencer. Al salir hizo públicas sus discrepancias en las escalerillas mismas del palacio presidencial.

Reuniones secretas

Transcurridos casi cuatro años desde entonces, el presidente del Gobierno y el principal representante de la oposición se han reunido en cuatro ocasiones más, de las que se ha tenido conocimiento público, y al menos otras dos en secreto. Pero incluso después de una de estas conversaciones reservadas, iniciada a la hora del almuerzo y concluida en torno a las nueve de la noche, Aznar se ha preguntado en voz alta ante uno de sus más estrechos colaboradores: "¿Será sincero?".

La muerte del ex ministro de Asuntos Exteriores Francisco Fernández Ordoñez en agosto pasado, vino a recortar las ya escasas vías de comunicación entre González y Aznar. Paco Ordóñez, un hombre de la máxima confianza del presidente del Gobierno, se comportaba como un interlocutor afable y dialogante con Aznar, y por tanto, se había convertido en un mediador. Un mes después de su fallecimiento, el PP dio por iniciada la precampaña electoral, con toda la estrategia de ataque que eso supone. González y Aznar no se han entrevistado desde entonces y, según reconocen algunos dirigentes populares, resulta muy difícil que suceda antes de las próximas elecciones.

Aznar está decidido a presentarse como el promotor de una revitalización de la democracia como la que simbolizó Felipe González en 1982. Una similitud que ya ensayó en 1989, y que sirvió un año después, en las elecciones municipales, a Alfonso Guerra para ridiculizar a Aznar. El vicesecretario general del PSOE paseó por España su parodia de un diálogo de Fraga y Aznar. "José María, tú, como Felipe, con cazadora", le hacía decir a Fraga. Y Aznar aparecía, en la escena imaginaria inventada por Guerra, con una chaqueta verde acolchada, propia de cacerías. "No, ésa no. Una corta, como la de Felipe", caricaturizaba Guerra a Fraga para rematar la búsqueda de la carcajada.

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