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Recetas de fuera

Los rumanos buscan, en el menor plazo posible, cómo integrarse en el mercado mundial

Jorge M. Reverte

Si la instauración de la democracia fue una ilusión colectiva para los rumanos, pronto pasó a primer plano el cambio cultural que supone la entrada en la economía de mercado. Entre recetas externas, los rumanos buscan cómo conseguir en el menor plazo posible su integración en el mercado mundial. Un empresario español, Enrique Serra, de Epelsa, que busca socios rumanos, explica que su mayor dificultad es conseguir que se hagan a la idea de que no van a ser empleados ni funcionarios, que tienen que arriesgar. En Rumania, todos los trabajadores eran empleados del Estado.

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Cuarenta años de comunismo no se borran de un plumazo. La forma de trabajar de quienes siguen bajo el viejo sistema y los que han conseguido trabajo en una empresa de nueva constitución es radicalmente opuesta.Sin embargo, como señalan quienes conocen el país, las posibilidades de los rumanos son grandes: tienen un nivel educativo altísimo, muy superior al de muchos de los países europeos que encabezan las listas mundiales de producción y consumo. Es fácil encontrar personas por la calle que hablan dos idiomas con soltura, y es muy fácil que comenten con naturalidad la situación política española y se conozcan los nombres de nuestra actualidad. Sólo tiene un problema: han vivido otra civilización durante muchos años.

A estos rumanos les sorprende la arrogancia occidental. Los numerosos observadores de países desarrollados de Europa que les dicen constantemente lo que tienen que hacer. Mihai Popa, director del gabinete jurídico del Ministerio de Finanzas, se expresa con una mezcla de ironía y modestia: "Cada vez nos dicen una cosa; pero siempre saben qué tenemos que hacer los rumanos. Nosotros no lo tenemos tan claro".

Las recetas son siempre las mismas: control macroeconómico de las magnitudes básicas: inflación, circulación de dinero, política fiscal... El problema es cómo poner eso en marcha en una situación tan complicada. Rumania pierde cada día un porcentaje de su capacidad productiva, el desempleo galopa y no hay recursos para cubrir la asistencia a las personas que se quedan sin sueldo; el déficit interno y externo se dispara, no hay capacidad apenas para cubrir la compra de las necesidades energéticas y, por primera vez en muchos años, las importaciones de productos agrícolas han excedido a las exportaciones.

El panorama de cifras es desolador. Los salarios no han evolucionado en función de la productividad, aunque la inflación se ha encargado de dejarlos atractivamente bajos para la inversión extranjera. Pero hay fábricas que llevan meses sin producir y siguen pagando, no sólo los salarios, sino subidas salariales. La inexistencia del sistema de cobertura social por la incapacidad del sistema fiscal para recaudar los fondos necesarios obliga al Gobierno, si no quiere enfrentarse a una dramática crisis social, a mantener esta situación insostenible. Las experiencias del Gobierno con algunos colectivos de trabajadores no son precisamente como para animarles a correr aventuras. Los mineros de Timisoara ya mostraron en más de una ocasión su capacidad de hacer frente a algunas decisiones.

Los líderes rumanos son conscientes de a qué se enfrentan y saben que la inversión extranjera va a llegar con cuentagotas en un momento de recesión a escala mundial. Pero prefieren mantener la calma, aunque eso a veces pueda parecerse a la inactividad.

Sin embargo, los informes del Banco Mundial y de otras instituciones aventuran algunos logros, como el de la racionalización del sistema cambiario o la eliminación de tasas de protección para una serie de productos. Rumania tendrá que cerrar una buena parte de su vieja estructura productiva y reactivar aquellos sectores donde es competitiva, como el textil, la madera y algunos subsectores agrícolas. En otros sectores deberá buscar la racionalización, como en el de la energía, aunque los esfuerzos en este terreno se centran, sobre todo y por el momento, en la busca de nuevos recursos internos. En los últimos meses, la multinacional Amoco ha cerrado un acuerdo con el Gobierno rumano para iniciar nuevas prospecciones petrolíferas.

La Agencia Nacional de Privatización es la niña mimada del nuevo primer ministro rumano, Nicolae Vacaroiu, un experto en economía. Hasta la fecha, su actividad se ha visto entorpecida, ha puesto en marcha un plan piloto con unas 60 empresas seleccionadas en diversos sectores. La legislación que acompañó la creación de la agencia es generosa con el capital exterior, el principal destinatario de las ofertas. El presidente Iliescu lo explica con pragmatismo: "No se trata de buscar que nos ayuden, sino de encontrar el territorio del interés común".

Hasta el momento, la participación de los empleados ha cristalizado en muy pocas ocasiones, como es el caso de la empresa textil Branco, en la que los trabajadores optaron al 29% del capital, mientras la multinacional italiana Incom se quedaba con el 71% restante.

Proceso privatizador

En otros casos, la obligación de la agencia consiste en reestructurar las empresas para hacerlas eficientes, pero no buscar un socio cualquiera, sino que garantice su funcionamiento y los intereses nacionales. Se trata de los sectores estratégicos, como los de producción energética o de fabricación de armamento. Se trata de constituir empresas autónomas, según el modelo de muchos países occidentales.

En cuanto a las empresas que no reciban ofertas de capital exterior ni sean consideradas estratégicas, se mira al sistema de bonos empleados por otros países, como Checoslovaquia y Hungría. El proceso aún tiene un resultado incierto, aunque hay algunos indicios positivos, como la actitud de los sindicatos, dispuestos a colaborar hasta un cierto punto en el proceso.

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