Las vanas amenazas no detendrán a Serbia
¿Vale más un mal acuerdo que ningún acuerdo? La solución bosnia propuesta por lord Owen y Cyrus Vance en Ginebra ratifica la agresión serbia y croata y traza unas fronteras internas para una nueva Bosnia-Herzegovina de acuerdo con las conquistas militares y las purgas étnicas ya concluidas.De ser aceptado, el acuerdo detendría, o reduciría, al menos durante un tiempo, las matanzas, mutilaciones y violaciones que allí se suceden. No haría nada sobre el problema de las minorías musulmana, húngara y croata dentro de las actuales fronteras serbias; de cómo las traten los serbios depende el que a la guerra bosnia le siga o no una guerra en los Balcanes.
La solución propuesta probablemente será rechazada, porque no da a los serbios todo lo que quieren, que es un Estado soberano propio dentro de Bosnia y libre de unirse a Serbia. Al mismo tiempo, les da, a ellos y a los croatas, demasiado como para que el actual Gobierno bosnio lo acepte. Los bosnios quieren la soberanía bosnia y que se obligue a los serbios bosnios a entregar las armas.
Por tanto, es probable que la semana que viene Estados Unidos y las potencias europeas vuelvan a enfrentarse a preguntas, que no quieren contestar, acerca de una intervención. Hasta ahora, sus esfuerzos han consistido en inventar unas intervenciones que, en realidad, no son intervenciones. Un perfecto ejemplo es la zona de exclusión aérea de las Naciones Unidas, de observancia no forzosa, que en teoría prohíbe una actividad aérea pero que, en la práctica, conlleva pocas consecuencias militares. Apenas ha causado inconvenientes a las fuerzas serbias, no ha supuesto ningún riesgo para los soldados o los políticos occidentales y ha apaciguado temporalmente a la opinión pública occidental.
La otra intervención que ahora se contempla oficialmente, si se interrumpen las conversaciones de Ginebra, parece consistir en una exclusión aérea de observancia forzosa (que, en la práctica, es imposible diferenciar de la de observancia no forzosa), la posible creación de zonas de seguridad para refugiados, el envío de observadores de las Naciones Unidas a Macedonia y la reiteración de la amenaza de Estados Unidos de atacar blanco s serbios si se intenta expulsar a los musulmanes de Kosovo. Este último punto es el más importante, ya que los nacionalistas serbios consideran Kosovo como el corazón de la civilización serbia, a los musulmanes que hay allí como intrusos y cualquier amenaza a la soberanía serbia en Kosovo como potencialmente mortal.
El armar a los bosnios para que puedan luchar solos, proporcionarles apoyo aéreo, interceptar las líneas de suministro desde Serbia a las milicias serbias en Bosnia -en definitiva, las formas plausibles de intervención militar en la guerra bosnia- no parecen barajarse como opciones, a no ser como respuesta a un ataque contra las fuerzas de las Naciones Unidas que se encuentran actualmente en ese país.
Ni tampoco hay ninguna indicación sobre lo que los Gobiernos occidentales podrían hacer realmente si se desata una purga étnica en Kosovo, y en otras partes de Serbia -y en lugar de detenerse, se intensifica cuando lleguen los bombarderos estadounidenses- Los serbios nos recuerdan adrede que se consideran una nación-mártir, cuyas victorias sólo pueden provenir del sufrimiento.
Se han perdido tantas oportunidades de detener esta guerra, se han traspasado tantos umbrales. de agresión y crimen internacionales -ante el silencio, la indiferencia, o la hipocresía oficiales de Occidente-, que hemos llegado a un punto en el que ya no hay ninguna opción buena. Ahora todas las alternativas son malas.
En la práctica, la división y la purga étnica de Bosnia-Herzegovina son un hecho consumado. La firma del acuerdo de Ginebra dejaría al Gobierno serbio las manos libres para concentrarse en la purificación étnica en el interior de sus fronteras. Un fracaso en Ginebra, seguido de una injerencia occidental en Kosoyo, o el rearme de los bosnios por Parte de la comunidad internacional, o una intervención militar extranjera en Bosnia, sin duda llevaría al mismo resultado.
¿Por qué iban a detenerse ahora el presidente Slobodan Milosevic, sus socios políticos en Belgrado y los líderes radicales -de las minorías serbias en Kosovo-, Bosnia-Herzegovina y la antigua Croacia? Han ganado todas las batallas diplomáticas y militares. Han desafiado a la comunidad internacional y han demostrado que no temen una guerra a mayor escala en los Balcanes. Han respondido a todos los intentos de bloquearles lanzándose a las aventuras más extravagantes y a peligros todavía mayores, y en cada ocasión han triunfado. Han descubierto que pueden permitirse el lujo de tratar a EE UU, a la CE, a la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, y a todos los demás, con condescendiente desprecio.
La única medida seria que seme ocurre para detener este avance progresivo hacia un enfrentamiento internacional es la misma que propuse en diciembre: que la OTAN garantice las fronteras existentes en la Europa balcánica y del Este, y concretamente, las fronteras entre Kosovo y Albania, Grecia y Macedonia, Bulgaria y Macedonia, y Serbia y Hungría.
Esta garantía debería ampliarse a las fronteras, reconocidas internacionalmente en 1992, de Croacia, Bosnia-Herzegovina y Serbia -dejando la ejecución real de la garantía para más adelante y previendo que sólo se admitirán las revisiones que ratifique la comunidad internacional- Amenacen con eso a los jefes del Gobierno serbio y a los líderes de las milicias serbias en Bosnia-Herzegovina.
Pero si Occidente se decide a hacerlo, no podrán ser amenazas vacías. Esta garantía debe ir acompañada de preparaciones visibles para su puesta en práctica: tropas alertas, cambios de despliegue, preparativos logísticos. Tiene que tomarse la decisión política de que, si estas garantías no son respetadas, la OTAN reaccionará tan automática e inevitablemente como habría reaccionado en el pasado ante una violación de la frontera entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Si no, estamos perdiendo nuestro tiempo y sus vidas.
es experto estadounidense en política internacional.Copyright: 1993, Los Angeles Times Syndicate
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