La vecina del tercero tiene un problema
Proliferan en Madrid los timos de poca monta basados en la caridad ajena
"Los bancos están ya cerrados. Si no le importa llevarme en coche o dejarme dinero para un taxi, yo se lo devolvería mañana", ruega una señora que dice estar enferma y residir en el tercer piso de un edificio de la calle de Bravo Murillo. La joven pareja que vive de alquiler en el séptimo no lo duda un momento y entrega a la mujer 7.000 pesetas, todo lo que tenía en ese momento. Pero ésta no devolverá el dinero ni mañana ni nunca. En el tercero sólo vive un matrimonio mayor que apenas sale. Se trata de una de las modernas formas de timo, caracterizadas por utilizar un procedimiento tan simple que apenas deja lugar para la suspicacia de la víctima. Apenas se denuncia el 15% de los casos.
"Son timos más despiadados que los clásicos de la estampita o el tocomocho porque juegan con algo tan noble como es la caridad ajena", dice Manuel Giménez, portavoz de la Dirección General de la Policía.Con ellos se obtienen pequeñas cantidades de dinero, pero las ventajas para el pícaro son evidentes: apenas conllevan riesgo, se pueden practicar varias veces al día y dada la escasa cuantía sustraída, cuando se advierte el engaño, muy rara vez se denuncia. "Estoy convencido", asegura un policía, "de que las denuncias que recibimos no reflejan ni el 15% de lo que en realidad ocurre".
En este apartado se incluye el timo de la vecina, uno de los más recientes en esta modalidad y muy practicado en Madrid. La víctima del ocurrido en la calle Bravo Murillo, A. F., periodista, de 28 años, cuenta que en ningún momento sospechó nada, ni por el hecho de que fuera a la 1.30 de la madrugada ni por lo extraño de que una señora que vive en el tercer piso suba hasta el séptimo.
"Sólo piensas que está enferma y necesita ayuda. Su aspecto, además, no era nada sospechoso e incluso se sentó en el sofá y nos pidió un vaso de agua. La verdad es que cuando se fue comenzamos a dudar... Aquello parecía un poco extraño... A la mañana siguiente, cuando bajé al tercero para preguntar por la enferma, y me salió un matrimonio mayor que aseguraba no conocer a nadie de esas características... No me lo podía creer... Me dio una rabia tremenda... No tanto por el dinero, pero es que cuando pensaba en el paripé que había montado la señora... Y recordaba a mi novio abanicándola con un periódico porque decía que se asfixiaba...", relata A. F.
Biberón y butano
Otra variedad, que se da mucho en los barrios periféricos, es el llamado timo del biberón y que tiene como gancho a un bebé de pocos meses. La supuesta madre llama a uno de los pisos bajos de un bloque de viviendas. "Soy de Navalmoral de la Mata, acabo de llegar, estoy esperando a mis padres... El niño tiene hambre... Ya sabe. usted que los bebés no entienden de horas, si me pudiera calentar usted un poco de agua para el biberón...". Entre cucamona y cucamona al rollizo bebé, la señora se afana para que el biberón no tenga grumos, rnientras la supuesta madre aprovecha la ocasión para apoderarse del cenicero de plata o las 5.000 pesetas que atisba sobre una cómoda.
"Hay otros procedimientos que pertenecen más bien a la categoría de hurto, pero por la puesta en escena que requieren se les considera popularmente como timos", aclara Manuel Giménez cuando se refiere al timo del butanero, que, igual que el anterior, tiene como base de operaciones la periferia madrileña. Esta vez por un motivo muy claro: no puede practicarse en las casas que tienen gas ciudad.
Al grito de "¡butano!, ibutano!", la vecina se asoma al balcón y encarga una bombona. El butanero recoge la botella vacía y, amparándose en la inseguridad ciudadana, le pide el dinero a la señora asegurándole que en dos minutos le sube la botella nueva y el cambio. "Por razones de seguridad no llevo dinero encima", argumenta. "El cambio sólo lo tiene el jefe, que se ha quedado en el camión".
A la media hora, la señora, extrañada, baja y encuentra la botella en una esquina del portal. Ni rastro del butanero ni de sus mil pesetas. El último falso butanero para tranquilidad de los usuarios de bombonas de gasta sido detenido hace poco tiempo, informa Manuel Giménez.
Y la calle, magnífico escenario siempre para cualquier tipo de engaño, es testigo también de una variopinta gama de timos, cuya clave reside igualmente en lograr conmover la fibra sensible del viandante. Son los denominados timos del pedigüeño. Es el caso del joven que dúce estar haciendo la mili y pide para un taxi, en las inmediaciones de la plaza de España, porque llega tarde al cuartel; o el de la señora que asegura que le han robado el bolso y necesita para el autobús; o el supuesto belga que en un perfecto francés cuenta que le han robado la cartera y quiere dinero para ir a recoger sus maletas a Chamartín.
La freidora
Aunque más diferente que los anteriores, un sistema también muy recurrido en la actualidad para obtener dinero del prójimo sin tener que forzar su voluntad: consiste en utilizar la vía de la publicidad en periódicos y revistas. "Es un tipo de publicidad engañosa", comenta Manuel Giménez, "que aparece en forma de anuncios y ofertas en la prensa y de la que es necesario prevenir a la gente".
Giménez se refiere a las ofertas que proponen una ganancia, por ejemplo, de 200.000 y hasta 500.000 pesetas por trabajar en horas libres. "Esto se da todos los días. El interesado escribe a un apartado de Correos y le contestan diciendo que si remite 1.000 o 2.000 pesetas le envían contra reembolso las explicaciones del trabajo. Le sacan el dinero y todo lo que le llega a cambio son dos o tres hojas mecanografiadas, seguramente con faltas de ortografía, donde le dan una idea tan peregrina para montar su negocio como que si vive en un bajo con ventana a la calle coloque una freidora en la ventana y venda cartuchos de patatas fritas a los transeúntes, o ponga una peluquería canina".
El engaño que cometió en marzo Franco Tortora, ciudadano italiano, también es singular. Se hizo pasar por un representante de la televisión pública italiana, la RAI; y explicó en un restaurante de Madrid que tenía que organizar una cena de negocios para ocho personas. Se encargó de los detalles, la hora, las atenciones... y explicó que iba a comprar unos regalos para los importantes invitados. Pero le habían caducado las tarjetas, y los bancos estaban cerrados. Por eso pidió al encargado 25.000 pesetas. Recibió el dinero, tal vez con alguna insinuación de fuerte propina al final de la noche.
A la hora de cenar, nadie se presentó a ocupar la mesa ni, por supuesto, a devolver el dinero. Quedó acuñado el timo del italiano.
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