El estafado del albornoz

Aquel hombre esperaba en su apartamento de la calle del Doctor Fleming, número 35, que un colega amigo pasara recogerle para salir a disfrutar del sábado madrileño. Estaba medio adormilado ante el televisor, y, a la vista de que aún quedaba un rato para la hora de la cita, decidió despabilarse en la ducha. Ya se estaba secando cuando sonó el timbre.Se puso el albornoz, pensando que llegaba su amigo con cierto adelanto, y salió a abrir. Pero la persona que encontró al otro lado de la puerta no se parecía en nada a quien él esperaba.
Vio en el umbral a una mujer joven y atractiva, medianamente arreglada, que le explicó una historia verosímil: "Hola, soy la vecina del segundo. Estoy llamando a las puertas pero no he encontrado a nadie. Verás, he tenido un accidente con el coche en la carretera de Valencia, cerca de Rivas Vaciamadrid. No, no ha sido nada, un golpe de chapa, no me ha pasado nada, pero el coche se ha quedado allí tirado. Me he venido a Madrid en un taxi porque tenía cosas urgentes que hacer, y estoy buscando una grúa. Y el caso es que me he quedado sin dinero y estoy sin tarjetas. ¿Me podrías prestar algo? Yo mañana te lo subo".
Se abre el ascensor
El hombre del albornoz le dijo que esperara y acudió al dormitorio. Por un momento pensó en un timo. Y por otro recapacitó y se dijo que si realmente era una vecina quedaría fatal negándole la ayuda. Halló su cartera en la mesilla de noche y volvió con ella a la puerta. "Toma, 10.000 pesetas". Ella le dijo: "¿No te quedas tú sin dinero?". Y él respondió: "Sí, pero tengo tarjetas, no te preocupes".
Le estaba entregando las 10.000 pesetas cuando se abrió el ascensor y apareció su amigo. El recién llegado se quedó estupefacto. Le costó creer la escena que presenciaba: su colega, en albornoz, pagaba 10.000 pesetas a una mujer con aspecto de estar saliendo de la casa. Caramba, los dos compañeros eran unos juerguistas, pero él no esperaba que su amigo hubiera empezado tan pronto la diversión, y por el camino más fácil.
La atractiva chica se fue con media sonrisa en la boca. Ya nunca volvió. Y el pobre estafado jamás pudo convencer a su incrédulo colega de que la noche había empezado bastante peor de lo que estaba sospechando.
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