Más que un gesto
HA SIDO más que un gesto. El abrazo de Teo Uriarte -un histórico de ETA condenado a muerte por el franquismo en el consejo de guerra de Burgos en 1970 y que no tiene empacho en definir retrospectivamente su antiguo oficio como el de un pistolero- y de Fernando López Castillo, ex miembro de una hornada más reciente de ETA, con dos hijos de sendas víctimas de la organización terrorista, es la expresión de una actitud que prende cada vez con más fuerza en la sociedad vasca: la de no quedarse callados ante la violencia del terrorismo y la de oponer una dinámica de paz al clima de guerra civil sin sentido que propicia.Los miles de personas que el pasado domingo acudieron a la llamada de varias asociaciones pacifistas de Euskadi y se manifestaron en Vitoria a favor de la reconciliación social y personal entre todos los vascos dieron un paso significativo hacia este objetivo que se ha fijado desde hace tiempo la casi totalidad del pueblo vasco. Y es que el rechazo y aislamiento social de los actores de la violencia y de quienes los apoyan se han revelado como la medida más efectiva a la hora de hacerles recapacitar sobre la vileza de sus métodos y su absoluto desfase con el actual contexto democrático en que vive el pueblo español y vasco. Cuando hace poco más de un año Etxabe y Urrutia diagnosticaban desde la cárcel de Vitoria que los atentados de ETA "están creando odio en todos los sitios" y que al final provocarán que "nos saquen a gorrazos, que es lo que merecemos" no hacían sino captar ese clima social cada vez más beligerante generado en torno a ETA.
Correlativo a tal clima ha sido la progresiva superación del miedo, la abolición de la ley del silencio y el abandono de la pasividad, que han creado en la sociedad vasca una imparable dinámica capaz de poner en evidencia la falacia de los pretendidos objetivos políticos de ETA. Junto a ello, la eficaz actuación policial en la detención de quienes todavía siguen obcecados por el manejo de la pistola o del coche bomba puede facilitar el éxito de las iniciativas que están empeñadas en acercar cuanto antes el final de la violencia.
En este sentido, el abrazo que se han dado antiguos miembros de ETA, reinsertos en la sociedad civil vasca, y personas que han sufrido el zarpazo terrorista en sus familias, y por tanto víctimas directas también ellas de la estrategia del terror, constituye un acto de una clara simbología: busca restañar las heridas más profundas abiertas por ETA en la sociedad vasca y reforzar la repulsa solidaria ante sus crímenes, lo que supone dejar un poco más en su aislamiento moral y político a los violentos y a quienes todavía les siguen prestando su apoyo. ¿Serán éstos capaces de entender el mensaje que se les ha lanzado el domingo desde Vitoria y de incorporarse a la riada de ciudadanos vascos que han apostado por un futuro asentado sobre bases más éticas y sólidas que las de la violencia? A juzgar por los eslóganes coreados por las 8.000 personas concentradas el sábado anterior en las proximidades de la cárcel de Herrera de la Mancha (Ciudad Real) por iniciativa de las Gestoras Pro-Amnistía, parece que no.
Seguir martilleando todavía los oídos de los ciudadanos vascos y españoles con gritos de exaltación a ETA y con frases de "ETA, mátalos" significa no entender nada de lo que realmente sucede fuera del cerrado entorno de la organización terrorista, y, desde luego, no sirve en absoluto al pretendido empeño de las llamadas Gestoras Pro-Amnistía de mejorar la suerte de los 500 presos etarras. Más bien constituye un burdo engaño por su parte dar a entender que se ayuda a estos presos ignorando la opinión prácticamente unánime del pueblo vasco -nacionalista o no- a favor del cese de los atentados de ETA.
Si los familiares de este colectivo de presos están preocupados por su futuro -y lo están, evidentemente- mejor sería que cortaran amarras con quienes se empeñan en utilizarlos como arma de presión en una hipotética e inviable negociación política y buscaran en otras instancias sociales y políticas una salida digna a su situación.
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