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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Atrapados

CÍCLICAMENTE, CON una constancia desalentadora, la minería muestra una de sus vertientes -sin duda la más dramática-: los accidentes laborales. Desde el pasado jueves, cuatro mineros del pozo Santa Bárbara, de la empresa estatal, Hunosa, en la cuenca de¡ Caudal, permanecen atrapados a 400 metros de profundidad. Desde entonces a hoy, y pese al esfuerzo de sus compañeros, no se tienen noticias de ellos.Es evidente que la periodicidad de los accidentes está directamente relacionada con las condiciones de seguridad. Pero también existe un factor de riesgo difícilmente evitable por el mero hecho de extraer el carbón a 400 o 500 metros bajo tierra. La empresa estatal Hunosa, con una plantilla en tomo a los 17.000 trabajadores, ha ido modernizando sus instalaciones de seguridad y ha invertido partidas importantes (superiores a los 2.500 millones de pesetas anuales desde 1989) destinadas a dicho apartado. La evolución en el tipo de accidentes mineros muestra claramente la mejoría en el equipamiento de dicho apartado.

Hasta hace unos años, la causa mayoritaria de los accidentes en la mina solía ser la explosión del denominado gas grisú. Accidentes como el del pozo Santo Tomás, en agosto de 1967, causaron 11 muertos. Desde el pintoresco pájaro enjaulado como única inversión a los modernos equipos de detección de gas, la curva de accidentes y víctimas por las explosiones ha sido radicalmente descendente. El accidente del pasado jueves en el pozo Santa Bárbara se corresponde a desprendimientos de tierras o corrimientos. Algo difícilmente previsible. El resultado en datos es que, durante 1992 y hasta la fecha, el número de víctimas mortales por accidentes en las minas es de ocho, cifra considerablemente menor a las anteriores.

Aspectos como los simplemente geológicos -en Asturias las minas se conforman en tomo a vetas verticales y estrechas, a diferencia de la mayoría de explotaciones europeas- potencian la siniestralidad como consecuencia del llamado derrabe del carbón. A ello hay que añadir el riesgo que comporta la propia modernización y mecanización del trabajo y, sobre todo, la importancia y entidad de la empresa explotadora. Junto a la estatal Hunosa y las grandes empresas privadas sobreviven explotaciones pequeñas, incluso ínfimas, con muy escaso presupuesto para la seguridad y con unas lamentables condiciones de trabajo. Con todo, el hecho de que el accidente se produjera en un pozo de Hunosa explica dramáticamente la constante de los elementos imprevisibles en este tipo de trabajo.

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