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Los más bajos instintos

Me causó cierta sorpresa y, obvia decirlo, satisfacción que mi reciente artículo acerca del racismo fight (EL PAÍS, 9 de octubre) suscitara más comentarios y llamadas de teléfono que casi cualquier otro artículo de los que he escrito. Dado que hoy el problema del racismo es incluso más acusado que cuando publiqué ese texto, me tomaré. la libertad de hablar en estas líneas de algunos de los comentarios que me han hecho, comentarios que sé que corresponden a los pensamientos de muchas personas decentes que nunca han participado en ningún acto vandálico de racismo.Un amigo médico con quien a menudo discuto sobre temas políticos y sociales me dijo en el transcurso de nuestra conversación: "¿En los últimos mil años no han expulsado a los judíos prácticamente de todos los países de Europa? Sería por algo, ¿no?". Por el contexto de la conversación, era obvio que estaba refiriéndose a las expulsiones de judíos de Inglaterra, Francia, Castilla, Portugal y diversos principados alemanes durante la Edad Media y principios de la época moderna. En todos estos casos, los reyes y la nobleza utilizaron los servicios de comerciantes y banqueros judíos, y luego, en épocas de crisis económica o política, confiscaron la riqueza de esos judíos, les culparon de todo lo que turbaba sus sociedades y les expulsaron físicamente de sus dominios. Naturalmente, este proceso centró toda su atención en el puñado de judíos ricos de la corte. Hasta el siglo XIX no se dispuso de estadísticas fiables acerca de ninguna sociedad, y nadie sabe cuántos artesanos, granjeros, jornaleros y parados inocentes había en aquellas comunidades judías.Al margen de los hechos, lo cierto es que el antisemitismo ha sido más prominente y más virulento que cualquier otra forma de prejuicio racial o religioso en la larga trayectoria de historia europea, y pienso que hay razones para ello que no tienen absolutamente nada que ver con la explotación mutua entre la realeza europea y sus tesoreros judíos. Durante aproximadamente 1.800 años, las Iglesias cristianas de todas las denominaciones, excepto los cuáqueros y los unitarios, enseñaron a sus fieles que los judíos se habían negado a reconocer aJesús como el Mesías y, por consiguiente, habían sido responsables de su crucifixión. Si uno era un niño o un joven que se tomaba en serio su educación religiosa, ¿cómo no iba a sentir hostilidad hacia ese pueblo supuestamente rebelde, cruel, que había rechazado la verdad y había matado al portador de esa verdad? Los horrores del genocidio nazi indujeron a las Iglesias a reexaminar, después de la II Guerra Mundial, sus libros y comentarios sagrados, y a eliminar aquellas acusaciones falsas. Pero la ilustración de unas cuantas décadas recientes no puede reparar rápidamente el daño de los 1.800 años anteriores.

En cuanto al papel económico de los judíos, cabe señalar que los pueblos minoritarios que emigran para escapar de la persecución, y que forman pequeñas colonias en muchos países diferentes, a menudo generan una clase media de comerciantes mayor que la que generan los pueblos entre los que viven. Están menos apegados a la tierra, tienen amigos y parientes que viven en otros países con monedas y leyes comerciales di ferentes, y tienden a invertir sus recursos en bienes muebles más que en tierra e inmuebles. Éste es un- fenómeno que se ha dado tanto en las colonias de griegos, armenios, sirios, gitanos, hugonotes y otras pequeñas sectas cristianas como entre los judíos. Pero, de estas diversas mino rías, sólo los judíos han sido acusados de matar al Hijo de Dios, y este libelo, a largo plazo, es el que induce a la gente a prestarles esa atención especial a los judíos.

Muchos de mis conocidos, que nunca tirarían piedras ni prenderían fuego a la casa de nadie, creen, no obstante, en estereotipos como el de que los judíos son negociantes particularmente astutos y que los gitanos son rateros especialmente hábiles. En este sentido, creo que uno tiene que intentar darse cuenta de cómo una experiencia al azar tiende a reforzar estereotipos sin ninguna reflexión consciente por parte de los individuos que viven esa experiencia. Si a uno le cuesta convenir un precio con un judío, esa experiencia refuerza su estereotipo del comportamiento judío.Si uno pierde la cartera en un barrio gitano, su estereotipo de los gitanos se ve confirmado. Pero si lo pasa mal regateando con un eslovaco o le roban la cartera en Dinamarca, considera que. esa desgracia no es más que un incidente aislado y no se dice para sí que los eslovacos son regateadores astutos o que los daneses son una raza de rateros.

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Algo que a muchos les ha parecido absolutamente incomprensible es cómo las -comunidades religiosas vecinas de Sarajevo y otras ciudades yugoslavas han podido empezar de repente ' a matarse unas a otras sistemáticamente. No pretendo en absoluto poder ofrecer una ex plicación cabal y racional, pero estoy seguro de que los temores imaginados tienen mucho que ver a la hora de desencadenar la violencia, que luego se alimenta de sí misma, exigiendo vengan za por lo que ellos ya han hecho a nuestra familia y amigos. Una vez me perdí por la zona sur de Chicago, y me sentí potencial mente desamparado por calles en las que parecía ser el único hombre blanco. Recuerdo que me sentía muy nervioso, y que medité cuidadosamente a quién preguntar cómo llegar al centro de Chicago. Mi situación, rara para un norteamericano blanco, era, por supuesto, la situación cotidiana de millones de norteamericanos negros, y de magrebíes en Francia, Italia o España. Si en tales circunstancias alguien de cualquiera de es tas comunidades dice una pala bra hostil o hace un gesto hostil, el resultado puede ser un disturbio mortal.

Casi todos los seres humanos sienten cierto grado de temor cuando se ven rodeados de gente cuyo aspecto, costumbres y ademanes son de algún modo extraños para ellos. Si sabes, o crees que sabes, que otros te juzgan exclusivamente por tu identidad étnica, te sentirás obligado a luchar en el bando de aquellos con quienes te identificas, sin tener para nada en cuenta tus actitudes pasadas o presentes en cuanto a tolerancia racial o religiosa. Éste es el mecanismo fatal explotado por los serbios bosnios (¡encabezados por un psiquiatra!) para transformar Yugoslavia en un caldero de temores y odios rivales.

Mi anterior artículo, y los subsiguientes comentarios, hacían alusión a los estereotipos generalizados, las bromas a la ligera y el desconocimiento de la historia, que, en mi opinión, abonan el terreno para otras manifestaciones de prejuicios más violentas. Pero en la actualidad, a la luz de las agresiones casi diarias en Alemania y del terrible asesinato de Lucrecia Pérez en Aravaca, estamos ante una situación en la que el racismo amenaza con convertirse para los años noventa en lo que el fascismo fue para los años treinta, un movimiento que apela a los más bajos instintos del hombre y que destruye todos los valores humanos tanto del capitalismo democrático como del socialismo democrático.. Si no queremos que Europa se vea sumergida en una nueva ola de barbarie, es absolutamente esencial que todas las personas de buena voluntad tomen conciencia de las múltiples fuentes de racismo, a menudo bastante inocentes en apariencia, y se esfuercen concienzudamente por tratar a todos sus congéneres primero como seres .humanos, y después como castellanos, catalanes, dominicanos, marroquíes, etcétera.

Gabriel Jackson es escritor.

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