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Tribuna
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El tren

La Comisión Europea revela que el año 2000 toda la red viaria de Europa quedará bloqueada por un inmenso atasco de automóviles, y para evitar el problema propone volver al uso masivo del tren.El tren, auténtica revolución en el, transporte desde fines del pasado siglo, había caído en decadencia y se le empezaba a considerar una antigualla. Estados Unidos redujo líneas, en España ya se suprimen trayectos y la mayoría de los jóvenes jamás han montado en tren, pues lo moderno es, ir en coche. Toda una generación, en consecuencia, desconoce la cultura de este mágico invento. Allí la tortilla de patatas, y luego un concierto de ronquidos. Allí el mercancías, el rápido y el ordinario. Allí el cambio de agujas, el puente de hierro, los árboles que pasan. Allí el dock, el guardabarrera, el apeadero. Allí el tánder, el farolillo rojo, la Compañía de Carruajes-Camas y de los Grandes Expresos Europeos.

Entre los viajeros siempre iba uno que avisaba: "En cuanto pasemos la catenaria, aparecerá Alsasua". Tanta sabiduría hacía pensar a los demás que debía ser, por lo menos, factor. En realidad, lo llamaban fastor, y quienes tenían un concepto mayestático de la jerarquía, lo hípercorregían faustor. Pero la figura mítica del tren era el revisor, con su uniforme. En tiempos de dictadura, los uniformes infundían el respeto que dimana de la autoridad absoluta y, así, algunos revisores, acomodadores y guardias añadían a su tarea el cuidado de que la, gente no aprovechara la oscuridad de los túneles, la penumbra de los cines y la soledad de los parques para meterse mano.

El ferrocarril hubo de ceder su hegemonía al automóvil, convertido en símbolo de modernidad y bienestar, aun a costa de provocar el caos. Y resulta que ahora, paradójicamente, ha de volver como solución de progreso. Quizá no sea el tren lo único que vuelva.

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