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Congreso de viejos invisibles en Madrid

Juan José Millás

Hace algo más de una semana que se celebró en Madrid el Primer Congreso Nacional de Organizaciones de Mayores, por cierto, que con muy escasa repercusión informativa. Parece que hay una relación directamente proporcional entre el grado de existencia y la capacidad de consumo; como los viejos, en lugar de consumir, se consumen, y además hacen muy poco ruido, parece que existen poco. Pero existen; vete, si no, a la plaza Mayor, ahora que han abierto el mercadillo navideño, da una vuelta por los al rededores, y verás a los viejos en los bancos, de tres en tres, como puntos suspensivos que dejan inconcluso el sentido de tu vida.En realidad, da igual donde vayas los puedes ver en todas partes. Hay en este país más de seis millones de viejos y muchos de ellos viven o sobreviven en Madrid, aunque no los vemos, ni siquiera cuando organizan un congreso, por que nos hemos acostumbrado a percibir los como sombras silenciosas, sin darnos cuenta de que esas sombras no proyectan otra imagen que la nuestra. El caso es que de tanto no verlos es como si habitaran en otra dimensión; pasan junto a nosotros con la fugacidad de un pensamiento inquietante que se olvida antes de doblar la esquina. Sólo nos interesan cuando nos divierten porque se han quedado tres días, por ejemplo, atrapados entre la bañera y el váter soñando culebrones, o cuando se matan entre sí por celos. Nos interesan, pues, en tanto en cuanto, y ya que no consumen, se convierten en objeto de consumo informativo.Hace más de una semana se han montado un congreso que, ya digo, no ha dado mucho de sí informativamente hablando primero porque era un congreso de sombras, y segundo, porque la materia de la reunión era la angustia de que les congelen las pensiones o les disminuyan los ya cicateros servicios de asistencia social. La angustia de los viejos es una pesadez: adquiere formas que nos recuerdan nuestro propio futuro, del que llevamos años huyendo con más pavor que de la adolescencia. Pero lo cierto es que siete de cada 10 viejos ganan menos de 50.000 pesetas al mes, y a partir de ahí se alcanzan abismos salariales que en los despachos llaman "umbral de la pobreza", cuando en realidad son la puerta del infierno.

En Madrid está habiendo últimamente tal número de acontecimientos, que es como si al fin hubiéramos alcanzado nuestra secreta vocación periférica (nada importante sucede nunca en el centro de las cosas), y, sin embargo, Madrid no ha sabido capitalizar ese primer congreso nacional de viejos. Ahora que parecía que volvía a ponerse de moda la solidaridad con el éxito de las manifestaciones, antirracistas, y antiterroristas, y con la imposición del lazo rojo del sida en la solapa, resulta que hemos olvidado otro modo de ser negro o de tener sida, que consiste en ser viejo. Y eso que dentro de nada, con ese paro encubierto que es la juibilación anticipada, y mientras jubilación continúe significando incapacidad, seremos todos viejos.

La cosa es que estos días, que hemos conseguido sacar del cajón algunos antiguos hábitos solidarios para movilizar despachos oficiales y conciencias, hemos vuelto a olvidarnos de los viejos, que, sin embargo, nos hacían señas desde el primer congreso que han logrado montar en esta ciudad fantasmal y periférica del centro. Nadie los vio, no fueron materia de entrevistas ni de sesudos análisis ni de columnas de opinión. Ahora recuerdo que una vez vi una película ambientada en una residencia de ancianos que me gustó, aunque había resultado un fracaso comercial. Le pregunté a un amigo experto la razón del fracaso y respondió al instante: "Porque trata de viejos". Pues eso, la que nos espera.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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