Una ciuad policial
A primera hora de la mañana se les puede ver en torno a La Linterna de Monseñor Bocanegra, que fue uno de los pilares locales del nacional-catolicismo. Se les puede ver jineteando en torno al pirulí, mitad de mármol, mitad de oro falso, que ornamenta la milla de oro de Marbella. Tiene Gil especial querencia, creyéndose Calígula -pero Calígula era un ilustrado- por los caballos, y presume en La Tribuna, una revista a todo color que paga con dineros municipales, de que su équido Imperioso es su mejor interlocutor. Lo cual no es sorprendente.La Policía Municipal, cuyo número Gil ha más que doblado desde que subió al trono, poniéndolos en 237, usa caballos para reprimir al de abajo y halagar al de arriba; tienen, sobre todo, una flotilla de Nissan Patrol, y, además, exhiben perros.
Desde que ellos alcanzaron el poder de acojonar al pueblo de Marbella -alguien dijo "esta ciudad tiene lo que merece. ¿No querían ley y orden?"- y, sobre todo, a los inmigrantes, a los jóvenes con melena y a los obreros, la Policía Nacional y la Guardia Civil son amigos de los perseguidos. Los negros que venden abalorios y a los que el pueblo trata con educación y cariño, y los trabajadores en rebeldía, como los del hotel Incosol, se sienten resguardados, protegidos, cuando un agente que no pertenece a la fuerza represiva municipal está cerca.
Porque los otros, los entrenados por el preferido de Gil, Antonio Ramírez, un bajito apodado Rambito, o el Bonsai, son el enemigo. Dicen que les curraron en el campo de deportes, a los municipales, al grito de: "?Qué tenéis entre las piernas?". Y ellos gritaban: "¡Marbella!". No es extraño. El fascistoide Gil responde a la revista oficial de su partido: "La gente dice que lo que yo tengo es una huevería".
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