Bigotes
Una jerarquía ridiculizó por su bigote al líder de la derecha, José María Aznar, y dijo que lo tenía fascistón. Posiblemente Aznar merezca críticas, pero nunca serán por culpa del bigote.Descalificar a las personas por su aspecto físico es propio de gentes incultas, incapaces de razonar, a quienes les basta un bigote, una circunstancia familiar o un apodo para arremeter contra sus semejantes. Cierto juez hubo de cargar toda la vida el estigma de su mote, El Carnicero, a pesar de que se lo habían puesto de colegial porque su padre tenía una carnicería. La familia de los Desahogados estuvo marginada en su pueblo durante generaciones, hasta que alguien investigó el origen del mote. Les venía de una bisabuela que, paseando en barca, cayó al mar, y pues no se ahogó, sus coterráneos la llamaron La Desahogada. La Tumbacristos era una aficionada a los toros grandullona, maciza de encuentros, que al sentarse desparramaba el rengadero mientras su pechugón se enseñoreaba del tendido. El mote -que abonaba el porte- infundía pavor, y, sin embargo, se lo había puesto otro aficionado al observar cómo la crucecita que llevaba al cuello iba siempre tumbada sobre el escote.
Muchas personas han visto desvirtuada su personalidad por la sevicia de los ignorantes. Otras, en cambio, lograron librarse de la maledicencia, para bien propio o de la verdad histórica, y así, por ejemplo, a Lutero no le sumió en el anonimato el mote de Mofletudo, ni a san Pablo el de Calvorota, ni a Roosevelt el de Jodío Cojo, ni a Enrique VIII el de Pichabrava. Y si es en cuestión de pelo, Valle-Inclán lucía barbas de chivo, Emilio Castelar mostachones de carabinero, a la propia doña Emilia Pardo Bazán le afloraba un bozo muy digno de tener en cuenta, y ninguna jerarquía alegó nunca nada por eso. Claro que, entonces, la jerarquía era un poquito más letrada.
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