Patten, la 'bestia negra' de Pekín
Chris Patten, el nuevo gobernador de Hong Kong, tormó posesión de su cargo el pasado 9 de julio y, pocas semanas después, anunció reformas democráticas que escandalizaron a China y sorprendieron, por su inusitado entusiasmo, a los más de cinco millones de habitantes la colonia británica.El enfrentamiento era inevitable y la disputa arreció al conocerse que la máxima autoridad del enclave que en 1997 será. devuelto a Pekín sostuvo un encuentro con un dirigente de Taiwan, que Pekín considera una provincia renegada. En ella se instalaron los nacionalistas derrotados por Mao Zedong en 1949 y su Gobierno reclama todavía la soberanía territorial de toda China.
Patten ha ganado puestos en la clasificación de enemigos públicos del régimen, y, Deng Xiaoping, que sigue de cerca la crisis, según la prensa oficial, ha prohibido ceder un ápice en las conversaciones sostenidas para reconducir una situación de incierto devenir.
La hostilidad del comunismo chino a cualquier apertura política era más previsible que la repentina ofensiva británica por una mayor representación popular en el Consejo Legislativo de Hong Kong, un organismo de 60 miembros -sólo 18 elegidos directamente-, controlado por la plutocracia leal a los intereses de Londres.
De aplicarse el plan, 39 escaños serán ocupados por diputados salidos de las elecciones de 1995 y con toda seguridad ganarán políticos reacios al dictado comunista. En la última consulta pública, los hombres de Pekín fueron barridos.
Los analistas más reacios a admitir razones filantrópicas en un enfoque que rompe con una larga tradición de oídos sordos a las demandas democráticas de los sectores más inquietos de la colonia se preguntan por los verdaderos objetivos de la apuesta británica.
Los chinos habían advertido a Patten que no tolerarían más de 20 escaños de elección por sufragio universal y, mucho menos, la inclusión de anticomunistas en el Consejo Ejecutivo, el auténtico poder de un territorio que mueve miles de millones de dólares en sus intercambios con el sureste del continente asiático y que teme perder sus libertades civiles en 1997, a pesar de que en los documentos de traspaso se haya prometido medio siglo más de respeto al sistema de mercado en vigor.
En la última encuesta, el 73% de la muestra defendía la orientación democratizadora de Patten, cuyos postulados, según la interpretación de Pekín, ignoran los mecanismos de consultas pactados, entran en colisión con la ley básica, la futura y pactada Constitución de Hong Kong, y vulneran la Declaración Conjunta chino-británica de 1984, que establece las condiciones en que tendrá lugar la devolución de la colonia.
El apoyo del primer ministro británico, John Major, demuestra que el movimiento de Christopher Patten, audaz por el contexto político en que se produce más que por la profundidad de los cambios propuestos, no responde a una iniciativa personal y constituye una operación preparada en Londres con todas las consecuencias.
Éstas incluyen la virulenta reacción oficial, el deterioro de los vínculos bilaterales y también la activa oposición de las grandes corporaciones, más interesadas en la salud de la Bolsa y en la amigable relación con China y su mercado que en las reformas democráticas.
Éstas será muy difícil que sobrevivan dentro de cinco años, cuando desembarquen en la bahía de Hong Kong los comisarlos políticos del partido comunista chino y se instalen en allí los regimientos acorazados que en 1980 acallaron las protestas de la plaza de Tiananmen.
Martin Lee, presidente del partido con más votos en el enclave, miembro del Consejo Legislativo, duda sobre el aguante británico en el, pulso con China. "Nos han hecho muchas promesas, pero todas han sido incumplidas", afirma.
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