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"Vivimos en zozobra"

Medio centenar de dominicanos siguen habitando en el lugar del crimen

"Que nos lleven donde los asesinos no nos puedan localizar. Y, si no nos quieren ver, que nos recojan y nos manden a nuestro país", pide Enrique Céspedes. El ruido de los tiros aún sigue en sus oídos. Desde que, el viernes por la noche, apagó la vela e impidió a los cuatro pistoleros seguir asesinando dominicanos., no ha podido dormir. Enrique, como otro medio centenar de compatriotas, sigue morando en la semidestruida discoteca Four Roses. "Vivimos en zozobra", coinciden todos. Todos temen, también, "los malos tratos de los del 092 [Policía Municipal]".En el mismo cuartucho donde cayó muerta Lucrecia Pérez Martos está sentada su tía, María Méndez: "Es tremendo seguir aquí, pero no tenemos adónde ir. Como me endeudé para pagar el viaje, no puedo volver". María custodia los bienes de su sobrina: una pequeña bolsa de ropa, apoyada contra una pared con dos orificios de bala.

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"La señora echó a Lucrecia porque estaba mal de salud y en mala hora se vino para acá", dice. Se le saltan las lágrimas recordando a Kenia, la niña de 6 anos que ha quedado huérfana. "El marido se ha puesto demente de tristeza", dice.

La joven asesinada, de 33 años, hipotecó la casa y vendió un pedazo de tierra para pagar el billete a España. Fue un vuelo largo, según explica José del Carmen Brito. "Vinimos juntos. De Santo Domingo a Nueva York. De ahí a París y luego a Bilbao". Los vuelos directos con Madrid tienen un control de emigración mucho más férreo.

Contra los municipales

"Oro del caribe" promete el anuncio de ron junto a la vieja discoteca. Dentro, todo es desolación, tristeza entre los escombros. Miedo, mucho miedo. Y también dignidad. "Anoche, a las tres de la mañana, fuimos a buscar a la Guardia Civil porque oímos ruidos sospechosos. Cada tanto vienen por aquí los agentes, pero sería mejor que hubiera, una patrulla permanente", tercia el joven Wilfredo López.

"La Guardia Civil nos ha acompañado en el sentimiento, nos protege. Son los del 092 [policía municial] los que nos han hecho la vida imposible. Dos o tres veces por semana venían y nos ponían manos arriba", explica Mariano de la Paz. "La última vez que vinieron fue la víspera del asesinato. Dieron patadas en la puerta. Hay un sargento que nos llama 'cucarachas' y 'negros", tercia su mujer, Claudia. Ella lava ropa en un barreño diminuto. El matrimonio lleva tres meses viviendo en la discoteca. "Los ánimos los tenemos muertos", sentencia Mariano.

A un kilómetro de distancia, en un chalé abandonado donde se alberga otra veintena de dominicanos -también aquí la mayoría son inmigrantes ilegales- se siente el mismo miedo, la misma tristeza. Y la misma crítica a los policías municipales. "El miércoles pasado vinieron por última vez y nos rompieron los cristales.", afirma Augusta Méndez. "Traen picos y destrozan todo", añade Adolfo Pérez.

"Tenemos un miedo tremendo con la vaina que sucedió. Ya tú sabes", tercia Bolívar Dostel. "Este lugar es más peligroso que la discoteca, está más oscuro, pero no podemos alquilar un piso", asegura Eduardo Matos.

"No molestan"

"Estoy sobrecogido. Lo que ha ocurrido es una barbaridad. Los dominicanos vienen a ganarse la vida, igual que los españoles fueron a su país", afirma uno de los vecinos más próximos a Four Roses, Juan García. Está acostumbrado a que las dominicanas llamen a su puerta pidiendo trabajo doméstico. "Son gente alegre y sencilla" afirma.

"No al racismo, todos somos emigrantes", dice la pancarta en la plaza de la Corona Boreal. Los vecinos se quejaban del "ruido" de los dominicanos reunidos en este lugar. Ahora sólo hay silencio. Junto al improvisado monumento de flores y velas, Luis Pérez Martos, hermano de Lucrecia, pide justicia. Pero también, "un papel" que le permita acompañar el cadáver y volver después: aquí tiene trabajo, aunque es inmigrante ilegal. "Yo casi le dije que no viniera... Ojalá haya siempre flores para ella en esta plaza", concluye.

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