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Los entusiastas

Hay seres que se deslumbran cuando ven amanecer, deliran ante la belleza de un cuerpo, gritan frenéticos en un espectáculo, danzan toda la noche sin cansancio y los sobrecoge la calma armoniosa de una tarde. Estos entusiastas viven desbordados fuera de sí. Otros se enardecen con visiones utópicas, sentados en una mesa de la taberna como los bohemios que describe Walter Benjamín: "Ellos son los que alzan y dirigen las primeras barricadas", porque todos estaban en una protesta sorda contra la sociedad. Reunidos para conspirar, eran borrachos cotidianos, pues no podían beber solos, aislados en sí mismos, "et voulut ajouter le vin, fils du soleil", que enciende el fervor de sus diálogos. Baudelaire, en su poema La revolte, describe el estado de ánimo rebelde de estos bohemios embriagados durante noches enteras de vino y palabras. Los pintores de vanguardia son también entusiastas que plasman fantasías y los sueños de sus deseos más profundos. Pero el entusiasta máximo es un poeta, Hölderlin, y canta la exaltación como un viaje hacia el cielo terrestre donde habitan los dioses para arrebatarles sus rayos de luz. Explica que el hombre sale de sí y testimonia lo que es por la palabra radiante. Este éxtasis le diviniza, pues enthusiazo, en griego, significa inspirado por los dioses. El hombre al comunicarse dialoga, "podemos los unos oír de, los otros". Entonces, su entusiasmo se convierte en exaltación, es decir, en poesía pura, lenguaje interior del hombre. Así parecen extraños los poetas, porque viven fuera de lo humano establecido. La vida normal es dulce, acompasada al ritmo del orden sucesivo. Por el contrario, los entusiastas, siempre inquietos y ansiosos de luz nueva, viven en continuo movimiento de sí mis mos, como seres extraterrestres disparados hacia un objetivo que vislumbran en la lejanía del horizonte: el advenimiento del futuro en la pobreza del presente. No se limitan a contemplar con gozosa, esperanza lo inefable y salen a buscarlo: "Ser cada uno mismo, esto es la vida", so lamente posible para los entusiastas que se atreven bajo las tormentas para descubrir el rayo divino de luz fulgurante que, tarde o temprano, aparece a los que se entregan, cantan y endiosan.

Curiosa y paradójicamente, la exaltación, esa inquietud peregrina, sosiega, endulza el ánimo y silencia. Ya no se puede decir palabra alguna. Estos entusiastas caen en pleno arrobo como los místicos castellanos. Cuenta santa Teresa en Camino de perfección que la oración de quietud en búsqueda del Absoluto la ensimisma y, traspasada por una luz resplandeciente que irrumpe en su pecho, queda embobada en delirios. Asimismo, san Juan de la Cruz, después de descubrir lo que lleva en las entrañas dibujado, sale a su encuentro: "¡Apártalos, Amado, que voy de vuelo!", exclama en Cántico espiritual. Por su entusiasmo desbordante crea un absoluto irreal para alcanzar la totalidad de sí mismo, arrebatado por el deseo de una creciente y mejor perfección que no le contenta nunca, que parece no tener fin. Sostiene Heidegger que la poesía es fundación del ser por la palabra y, además, hace de la tierra una morada segura, un refugio contra la ansiedad devastadora de los entusiastas del entusiasmo, cuyo ideal es siempre transfinito, inalcanzable.

Debemos diferenciar los entusiastas de los exaltados. Los primeros son apasionados, prudentes, serenos en su vehemencia; los segundos, más arrojados y febriles por su imaginación anticipadora que les acongoja. Los exaltados místicos quedan arrobados en su vuelo por descubrir el todo, la idea única y suprema; los entusiastas poéticos, después de sufrir la inquietud viajera, descubren en la tierra su morada y la belleza. Sin embargo, unos y otros quedan suspendidos, inmóviles, eternizados. Ya no existe el tiempo para ellos. Viven en el reino del olvido, de la renuncia a cuanto acontece. Se han endiosado.

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Entre los entusiastas los hay que buscan un Dios trascendente, y quienes lo descubren, después de muchos. trabajos exploratorios, en el hondón de sí mismos. Éstos son los endemoniados o poseídos por una secreta voz interior que les orienta y dirige por los vericuetos del mundo. En ambos casos se quedan tranquilos, pero es una ilusión pasajera, ya que sólo por un instante puede soportar el hombre la plenitud divina, afirma Hölderlin. Otros entusiastas se sumergen en la rica pluralidad del mundo, viajan por caminos y mares buscando la novedad. Son los snobs del arte, de la cultura, descubridores de rostros nuevos, de espacios originales. "Cambian la vida" (Rimbaud), pero no se comprometen jamás gravemente, porque andan tras lo que no existe todavía, lo que ha de venir a sorprendernos a todos.

Los jóvenes de hoy también viven un entusiasmo sin límites, que expresan bailando el poprock de moda hasta las fronteras del amanecer dominados por un frenesí interior. De esta forma escapan a la meditación, la la serenidad que anticipa la presencia de la muerte" (Montaigne). El encanto de esa música instintiva les hace sentir el latido palpitante del cuerpo, sus vibraciones intensas, y huyen de la serenidad reflexiva necesaria para proyectar su futuro. Así, muchos jóvenes se quedan prisioneros de ella y andan por la vida como saltimbanquis báquicos.

El entusiasmo por la edad de oro griega, que sintieron Hölderlin y Marx, ¿es hoy norma válida, modelo posible? Marx aclara en Grundrisse: "El hombre es altkluge kinder", inteligente viejo niño con capacidad para comprender que. el arte griego, aunque pertenece al pasado y no puede repetirse, constituye un ideal de perfección por el que se debe luchar. No podemos, pues, por más aciagos y tristes que sean los tiempos, dejar de ser entusiastas, espíritus animados de una confianza luminosa que arranca de la ingenuidad de la infancia. Niños-viejos y viejos-niños, sólo' así podemos sentir y luchar por el ideal de perfección que se esconde en las penumbras del tiempo.

Hemos. dicho que la exaltación de los entusiastas es efímera, y se regresa siempre a la vida cotidiana, quizá laboriosa, activa en su misma dulcedumbre, pero cuyos objetivos son coartados por las normas y costumbres. ¿Somos. realmente lo que hacemos todos los días? Es el acto trascendente del entusiasmo que manifiesta la verdad de nuestro ser. Este acontecimiento extraordinario es la súbita iluminación que nos hace tomar conciencia que vivimos sometidos a la voluptuosidad de las horas, de los días, un tiempo moroso y suave en que no sucede algo que nos arrebate. Entonces, ¿para qué poetas en estos tiempos de miseria?, se preguntaba Heidegger, comentando los versos de Hölderlin. La técnica contemporánea y su explotación capitalista salva e oculta la presencia del ser, es decir, el mundo en su totalidad viva, y la realidad subjetiva verdadera del hombre. Más grave aún, la historia parece carecer de sentido, o tan escondido está que sería necesario sumergirse en las cavernas del tiempo para descubrir una finalidad al acontecer.

El entusiasmo puede salvarnos de esta nocturnidad en que vivimos resignados o desesperados. Seamos entusiastas de una idea o de una causa justa para que la vida no nos hunda en la apagada tristeza de la indiferencia.

es ensayista y autor de Tratado de las pasiones.

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