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El cielo

Menos mal que no soy católica. Sólo me faltaría, con el termo roto y la nevera destripada, en un perfecto día estúpido como el de hoy (ayer, para ustedes), desayunarme con el anuncio papal de que en el cielo tampoco habrá sexo. Verdaderamente, los fieles tienen una cruz con este hombre, y no hablemos ya de los creyentes masculinos que formen parte de esa cifra de 20.000 operados con prótesis de pene que figuran en las estadísticas. Qué gasto más tonto, y cuán corto me lo fiáis, Santidad.Y hay más. Las recientes declaraciones del inefable Pontífice nos proporcionan la prueba irrefutable de su virginidad, lo cual debería intranquilizar enormemente a sus seguidores. Yo tenía la esperanza de que, durante su juventud y allá en su Polonia natal, el santo hombre hubiera disfrutado por lo menos de un par de revolcones, entre otro par de baños helados en el Vístula, y que tanta prohibición y tanta tabarra con el tema le viniera, precisamente, de una especie de lucha interior, no, una cosa como de mucha fricción entre sus apetitos juguetones y su casta entrega a la Santa Madre Iglesia.

Parece que no. Este hombre es, sencillamente, un ignorante. Alguien que, habiéndose perdido lo mejor de la vida, decide que los demás tampoco lo disfruten, y que si lo hacen, les remuerda la conciencia. Y lo que es peor: es alguien que desconoce que la única razón poderosa para creer en Dios no es otra que el amor físico que, sin anuncio previo, convierte a dos desconocidos en miembros de la conspiración más hermosa: la del placer. Si este hombre no sabe que el acto amoroso -en cualquiera de sus variantes- es lo más similar que tenemos en la Tierra al hallazgo del Santo Grial es que no vale ni pa cura ni pa na.

Porque el abrazo del otro es lo único que se parece al cielo.

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