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Reportaje:RELEVO EN LA CASA BLANCA

Preludio de una historia de amor

Clinton puede enamorar a EE UU con un cóctel de humanidad y excepcionalidad

Antonio Caño

Bill Clinton tiene ojillos de pícaro, sonrisa tierna, narizota de payaso y modales más bien vulgares. Sin llegar a ser gordo, su complexión redondeada le da el aire apacible de un osito de peluche. A veces recuerda a un niño grande que gasta ínocentadas y se pone colorado cuando se le coge en una mentira. La voz rota por una afonía crónica otorga a sus palabras un tono dramático que compensa sus carencias oratorias. Los norteamericanos le han elegido con muchas dudas, pero no es dificil imaginar que acabarán enamorándose de este hombre.

George Bush nunca cautivó; los pueblos no se enamoran de los burócratas eficientes. Ronald Reagan sí desató pasiones, pero era distinto; aquello era una combinación de cariño hacia el padre, veneración a la edad y admiración por el héroe cinematográfico salido de la pantalla para rescatar a un país desorientado, como el personaje de Woody Allen. El amor por Clinton, si nace, puede ser más pasional.Para generar ese sentimiento de entrega ciega que experimentan a veces ciertas sociedades, un político tiene que conseguir la combinación mágica que distingue a los buenos de los excepcionales. Tiene que ser de carne y hueso, pero extraordinario, cálido y firme, humano y mítico, falible y confiable, todo eso al mismo tiempo. Clinton busca la mezcla secreta que le permita conseguir ese carácter. Si lo logra, Estados Unidos le entregará su corazón; y cuando este país crea una estrella, la idolatra, la protege, le abre un hueco en su firmamento particular. Alguien puede objetar que esos amores pasionales son los que primero mueren, los que más heridas dejan en su caída, pero de eso ya tendrá tiempo para preocuparse Clinton cuando la realidad de la crisis económica y el paso del tiempo traten de cruzarse entre él y su coronación como ídolo.El presidente electo de Estados Unidos reúne ya algunas de las virtudes necesarias para conquistar el amor de su pueblo, aunque carece todavía de otras. A diferencia del distante aristócrata de Nueva Inglaterra que siempre ha sido Bush -por mucho que calzase botas vaqueras y descendiese a un lenguaje plebeyo durante las campañas electorales-, Bill Clinton es un sureño tan humilde como el ambiente familiar en el que se crió. Hijo de Virginia Kelley, una mujer de fuerte temperamento que siempre tuvo que trabajar para salir adelante, y de William Jefferson Blythe, un tejano vendedor de automóviles que murió antes de que el niño naciese -el 19 de agosto de 1946-, Clinton no tuvo lo que puede decirse una infancia feliz. Enseguida tuvo que separarse de su madre, que le dejó con los abuelos para poder terminar sus estudios de enfermería en Luisiana. Después, cuando Virginia contrajo matrimonio con Roger Clinton, otro comerciante de coches -es una profesión muy socorrida en las áreas rurales de este país-, al muchacho le tocó asistir a violentas escenas de hogar protagonizadas por un padrastro borracho, que llegó a utilizar la pistola dentro de la casa. El joven tuvo un día que dar prueba de madurez para interponerse ante Roger y advertirle que nunca más consentiría que le pegase a su madre. Más tarde, en otro episodio que le marcaría, se vio obligado a dar luz verde, ya como gobernador de Arkansas, a la detención de su único hermano, acusado de posesión de drogas.Durante la adolescencia de Clinton, la familia vivía en Rot Springs, un bonito rincón turístico de Arkansas que conservaba en los años cincuenta y, principios de los sesenta varios casinos clandestinos que atraían el turismo. La etapa de Hot Springs nos descubre a un muchacho responsable, aplicado y ambicioso que consigue el liderazgo de su escuela y gana el concurso que le permite acudir a Washington para saludar al presidente Kennedy. En Hot Springs aparecen por primera vez las dotes de mando de Clinton -"nunca he conocido a nadie con mejores condiciones para hacer amigos", dice una de sus maestras-, maduran sus convicciones religiosas afiliado a la Iglesia de los baptistas del Sur, y sueña con un horizonte que va más allá de las estrechas fronteras de Arkansas.

Cuando llegó a Georgetown, en Washington, en 1964, no sabía que 28 años después se convertiría en el primer presidente de Estados Unidos educado en una universidad católica. La fase de estudiante de Clinton en la capital de la nación ratifica algunas de las ambivalencias del carácter de este hombre: el blanco que acude a escuelas públicas con negros, el pobre educado como un rico; no nació para ir a Georgetown, ni mucho menos a Oxford, pero consiguió ambas cosas gracias a su esfuerzo y su talento.

Esa ambivalencia está presente en toda su personalidad. Algunas de sus virtudes, como esa predisposición a caer bien, se convierten en sus defectos. El mismo al que sus amigos elogian como una persona cálida y comprensiva es denigrado por sus enemigos como un hombre blando y dispuesto a contentar a todos.Su madre le describe como un niño sensible que lloraba al leer las noticias de los periódicos y sufría cuando veía el mal trato que recibían sus compañeros negros en el Arkansas racista de hace.30 años. Su esposa, Hillary Clinton, ha contado en algunas ocasiones que ella se ha visto obligada, a veces, a aportar racionalidad a la pareja. La mujer con la que se le atribuyó una relación extramatrimonial, la cantante de cabaret Gennifer Flowers, ha contado que Clinton ha sido el más infantil de todos los hombres que ha conocido.

Pero queda por descubrir hasta qué punto esa ternura no es debilidad de carácter. Algo parece haber de cierto en la acusación de Bush de que este personaje no llega nunca a tomar una posición. Fue un declarado enemigo de la guerra de Vietnam pero no llegó a evitar el reclutamiento, sino que utilizó influencias para ser incluido en las milicias universitarias, que raramente eran llamadas a filas, Lo hizo, según confesó durante sus años de es tudiante en Oxford, para no perjudicar sus posibilidades políticas futuras. Sobre el aborto dice que está personalmente en contra -no hay que olvidar sus convicciones religiosas-, pero que respeta el derecho a la libre decisión de la mujer. Es un baptista educado en una universidad católica, un demócrata centrista que ayudó a George McGovern. Durante su gestión como gobernador de Arkansas, desde 1978 hasta la fecha con un pe riodo de interrupción, entre 1980 y 1982, en el que fue derrotado en las elecciones solía hacer promesas tanto a los ecologistas preocupados por el deterioro de los ríos como a las empresas de pollos que contaminaban las aguas. Paseaba por los barrios negros para interesarse por sus necesidades y jugaba después al golf en un club exclusivo para blancos. Sobre la decisión del Congreso de dar luz verde a George Bush para iniciar la guerra del Golfo dijo, textualmente: "Yo hubiera votado con la mayoría, pero comparto los argumentos de la minoría".

Clinton llega a la presidencia con la imagen de un hombre dubitativo al que le cuesta decir que no y que sufre para tomar una decisión. Un espléndido testimonio de ello es la carta que envió en diciembre de 1969 desde la Universidad de Oxford para explicarle a su amigo el coronel Holmes -el que le ayudó a evitar el alistamiento general para pasar a las milicias universitarias sus puntos de vista sobre el asunto de Vietnam: "En ese momento, después de que nos pusimos de acuerdo y usted envió mi prórroga a la caja de reclutamiento, la angustia y la falta, de autoestima me iban deshaciendo, me alimentaba cumpulsivamente y leía hasta caer exhausto de sueño".

La propia Hillary dijo en una entrevista en Vanity Fair: "Bill Clinton es la clase de hombre que pide consejo, literalmente, a una docena de personas antes de tomar una decisión. Si se fijan en Bush, él sólo pide consejo a un grupito de amigos que son, fran

camente, todos de la misma idea, que representa un margen muy estrecho de pensamiento".Si esto que Hillary menciona como una cualidad se convierte en una práctica común de gobierno, puede ser muy peligroso para Clinton en una ciudad con miles de personas que representan grupos depresión, intereses particulares y sectores de influencias diversos, nacionales e internacionales, lobbys, multinacionales, grupos de pensamiento... La revista Newsweek cita por lo menos, 15 representantes de esos sectores de lobbys que ya están próximos al equipo de Clinton.Como ha dicho Bush, un presidente está obligado muchas veces a tomar decisiones trascendentales, y a tomarlas en soledad. No parece el estilo de Clinton.

El estilo de Clinton tiene también sus aspectos positivos. Quiere ser un presidente más apegado a la calle, más próximo a ella. No quiere contar simplemente con votantes, sino con ciudadanos que, en la línea dé Kennedy, no sólo pregunten qué puede hacer mi país por mí, sino qué puedo yo hacer por mi país. El estilo de Clinton demuestra también prudencia y capacidad de adaptación a las necesidades cambiantes. Su etapa de gobernador demuestra que supo aprender de los errores cometidos durante su primera gestión y reconciliarse a partir de 1982 con los mismos grupos a los que se había enfrentado en sus dos primeros años.La definición de Clinton como político es, de nuevo, una indefinición. Habría que situarlo entre el populismo tradicional del Sur y el pragmatismo característico de la generación de baby boomers a la que pertenece.

El populismo está presente en todos sus discursos -su mensaje está marcado por la promesa de llevar a la presidencia a todos los norteamericanos- y lo lleva en la sangre. Clinton es un hombre que buscó en la política un vehículo de redención de las desgracias de las que había sido testigo en su adolescencia. En la famosa carta que envió desde Oxford afirma: "Las particularidades de mi vida personal no son tan importantes para mí como los principios involucrados ( ... ) Durante años trabajé para prepararme para la vida política, caracterizada, tanto por la capacidad política práctica como por mi preocupación por la necesidad del rápido proceso social". En ocasiones, Clinton llega a sonar como un visionario: "Esta es una vida que me siento obligado a seguir".

El paso de los años, desde luego, aportó muchos elementos de racionalidad y de pragmatismo a la personalidad de Clinton. Después de una breve estancia en la Universidad de Yale, donde conoció a Hillary, Clinton se metió de lleno en la política en Arkansas al poco de regresar de Oxford. Su primera prueba, la competencia por la candidatura demócrata para un puesto en el Congreso, se saldé con un fracaso. En la segunda, las elecciones para fiscal gene ral del Estado, obtuvo ya el triunfo. Otro golpe de realismo fue para él la derrota en la primera reelección como gobernador en 1980. "El Clinton idea lista que había puesto en marcha programas innovadores sintió que se los habían cortado en seco, que todas sus ambiciones se habían visto frustradas", escriben Charles Allen y Jonathan Portis, los autores de una de las biografías sobre el nuevo presidente. "Simplemente, no fui capaz de comunicarle a la gente mi preocupación por ellos. Creo que di la impresión de que trataba de hacer demasiadas cosas sin contar suficientemente con la gente", recuerda el propio Clinton.Desde luego que aprendió la lección en los años siguientes, y aceptó las reglas necesarias para ser reconocido como una de las jóvenes estrellas ascendentes del Partido Demócrata.Precisamente en ese momento en que su nombre empezaba a sonar como un futuro presidenciable tuvo uno de los resbalones más sonados de su carrera. En la convención demócrata de 1988, Clinton fue elegido para pronunciar el discurso de presentación del candidato, Michael Dukakis, pero fue tan aburrido y tan malo que sólo se recuerda una frase: "Y para terminar...".

El error fue tan sonoro que los humoristas más famosos hicieron chistes durante días a costa de Clinton. Pero ahí el voluntarioso político volvió a demostrar su decisión y sus agallas. Contra todos los consejos, aceptó una invitación para participar en el famoso espectáculo de Jonny Carson, que estaba preparado para destruirlo. Pero acabó enamorando al propio Carson y a una audiencia que tuvo oportunidad de escuchar su primer recital televisivo de saxofón.

Bill Clinton comprendía ya en ese momento que el Partido Demócrata nunca llegaría al poder con la bandera del gastado progresismo que había utilizado en el pasado. Contribuyó a la creación del Comité de Dirigentes Demócratas, un grupo que reunía al sector moderado del partido, y fue su presidente hasta agosto de 1991. Una de las principales fuerzas del partido, el reverendo Jesse Jackson, solía ridiculizar ese comité como Ios demócratas en ratos libres" o "el club de los chicos blancos del Sur". Pero fue, finalmente, ése comité el que catapulté a Clinton hacia la candidatura a la presidencia.

La campaña fue para Clinton una dura prueba de supervivencia y un ejercicio casi de encaje de bolillos para aunar las diferentes tendencias del Partido Demócrata en torno a su candidatura. Aquí, su capacidad para satisfacer a todos se convirtió en virtud, y fue capaz de soportar el enfrentamiento con Mario Cuomo, con Jesse Jackson, con Paul Tsongas, con Jerry Brown, para ponerlos a todos en fila, defendiendo una renovadora plataforma centrista, en la convención del Madison Square Garden de Nueva York.En su discurso en esa convención, Clinton sacó el populismo que lleva en el corazón para proponer "un nuevo consenso nacional, un compromiso solemne entre el pueblo y su Gobierno, basado no solamente en lo que cada uno puede beneficiarse, sino en lo que cada uno tiene que aportar para que Estados Unidos sea grande otra vez".Cualquiera puede suponer que Estados Unidos se ve de otra manera cuando se mira desde la ventana del Despacho Oval. En todo caso, lo que Clinton ha mostrado hasta ahora de sí mismo permite pensar que los norteamericanos quedarán, a partir del 20 de enero, en manos de un político curtido en numerosos éxitos y fracasos, un hombre con una visión de país un presidente ambicioso que quiere cambiar esta nación, pero no lo va a hacer de manera ni prudente ni en solitario. Su sola elección para el más alto cargo puede traer una recarga de optimismo y esperanza a los norteamericanos.

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