Parábola mastriquiana
Érase una vez, allá por las postrimerías del turbulento siglo XX, cuando sobre los prados, campos de patatas, viñedos y olivares (estos últimos en clara regresión) del muñón occidental de Eurasia se celebró una singular competición aerostática: doce globos pintados de los más diversos colores trataban de elevarse a la mayor velocidad posible hacia un cielo azul tachonado de estrellas. El reto consistía en llegar a una altitud preestablecida en un plazo determinado, manteniéndose, a partir de ese momento, todos los aerostatos a alturas similares.Cinco de ellos, pintados de franjas azulblanquirrojas o negrirrojigualdas, no parecían tener ninguna dificultad en remontarse a base de soltar cantidades más o menos apreciables de lastre (si bien, los ocupantes de uno de ellos estuvieron un tiempo debatiendo acaloradamente si valía o no la pena participar en la competición bajo las condiciones fijadas por los árbitros, decidiéndose finalmente a hacerlo por exigua mayoría de votos y tras intervenir en el debate los pilotos de algunos globos vecinos). Un sexto aerostato, en cambio, tras una discusión parecida, había elegido quedarse en tierra, lo que le acarreó, por parte de los demás pilotos, una auténtica lluvia de reproches entreverados de comentarios despectivos acerca de la escasa envergadura de su tela.
El resto de los globos, a gran distancia de los cinco primeros y con mucha menor soltura que ellos, también realizaba esfuerzos de diversa consideración por remontarse. Uno de ellos, paradójicamente, lo hacía por empeño casi exclusivo del piloto y contra la voluntad manifiesta de la mayoría de los tripulantes. Pero el caso más patético fue el del aerostato rojigualda. Este, con el consenso tácito de la mayoría de los ocupantes y vista la imposibilidad de superar la prueba en condiciones normales, optó por arrojar todo el lastre, parte importante de la propia barquilla y un 20% de la tripulación. Y de este modo, gloriosamente, llegó dentro del grupo de aeróstatos de primera y pudo enviar a los que había dejado en tierra la consoladora imagen de su mole reducida, sí, al mínimo, pero coronada por la inmarcesible corona de 12 estrellas doradas sobre el firmamento azul.-
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.