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LA BATALLA POR LA CASA BLANCA

A la presidencia en autobús

Bill Clinton logra conectar con el electorado al ofrecer una imagen cálida y renovadora

Antonio Caño

El carisma, ¿se tiene por naturaleza o se fabrica? Bill Clinton puede ser un ejemplo de que es el trabajo concienzudo, la dedicación y, sobre todo, la proximidad al poder, lo que le permite a un político adquirir ese don de atraer muchedumbres. Quien vio a Bill Clinton a principios del mes de abril, durante las primarias de Nueva York, balbucear ante la prensa que lo ridiculizaba por su confesión de que había fumado marihuana sin inhalar, no podría imaginarlo, seis meses y medio después, comparándose con Robin Hood ante 20.000 personas enardecidas en medio de una plaza de Durham, en Carolina del Norte.

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Cualquier semejanza entre el programa político moderado del candidato demócrata y el héroe de leyenda que robaba el dinero a los ricos para dárselo a los pobres sólo puede explicarse por el apasionamiento propio de una campaña electoral. Pero es cierto que Bill Clinton ha adquirido en su trayectoria hacia la Casa Blanca un kennedyano aire redentorista, casi mesiánico a veces, que permite vincular su imagen a la de una nueva hora de esperanza en la historia norteamericana."Sigo creyendo en un lugar llamado Esperanza", dijo Bill Clinton en su mensaje a la nación, desde la convención demócrata, en alusión al significado en inglés del nombre de la ciudad donde nació hace 45 años, Hope. Esperanza, cambio, optimismo, ésas son las imágenes que constantemente se repiten en el mensaje demócrata. "Imagínese usted la mañana del día 4 de noviembre. Al abrir la ventana descubre un cielo despejado y un sol que brilla espléndido, los pájaros cantan en su jardín y, desde la cocina, llega un delicioso aroma de café recién hecho. Se asoma a la puerta de la casa a recoger el periódico y descubre un titular en la primera página que dice: comenzó el futuro. Eso será el triunfo de Bill Clinton", describía el candidato demócrata a la vicepresidencia, Al Gore, en su discurso en el Elon College, a pocos kilómetros de distancia de Durham.

Época de cambio

En su intervención, en ese y otros puntos de esta gira por Carolina del Norte, Bill Clinton pretende comparar el cambio que su presidencia supondría con otras transformaciones profundas ocurridas en el mundo en estos años: "La fe del pueblo alemán consiguió echar abajo el muro de Berlín. Suráfrica comenzó a dejar en el pasado el anacronismo del apartheid. Ahora le ha llegado la hora a Estados Unidos, aunque nosotros no estamos superando el comunismo sino un sistema económico injusto que ha durado 12 años. Nosotros vamos a poner fin a la política de empobrecer a los pobres para enriquecer a los ricos".

En todos estos viajes, en todas estas manifestaciones, Clinton ha tratado de responder a una de las principales preocupaciones del electorado: el carácter del candidato demócrata, qué ideas tiene, qué clase de presidente va a ser. Clinton ha pertenecido durante toda su madurez política a lo que se considera el sector conservador del Partido Demócrata. Pero se sumó a esa corriente más por pragmatismo, sentido común, ambición e instinto que por simples convicciones. En su juventud Clinton había ayudado en la campaña electoral de George McGovern y había sustentado las posiciones más progresistas de la época. Su propio origen familiar y algunas de las decisiones que tomó como gobernador de Arkansas contribuyen también a descubrir el perfil de un hombre con una fuerte preocupación social y capaz de afrontar algunas reformas profundas en esta sociedad.

De Clinton se puede esperar una Administración con una política económica conservadora, pero con estilo de Gobierno casi populista. "Se acabó ya la época de esos políticos que hacen promesas en las campañas y nunca cumplen después": el martes en Tampa (Florida). "Conmigo como presidente, la Casa Blanca será la casa de ustedes": el lunes en Durham. "Yo no entré en esta campaña para derrotar a mis oponentes. Yo entré en esta campaña para hacer ganar al pueblo norteamericano": el martes en Lafayette (Louisiana).

Bill Clinton no es el hombre de quien se supone que pase la mayor parte de su presidencia tras su mesa del Despacho Oval, esclavo de los informes de sus asesores, es un hombre a quien le gusta pisar la calle. Ya ha anunciado que sus famosas giras en autobús -la iniciativa de mayor éxito de su campaña electoral- continuarán periódicamente si consigue la victoria el 3 de noviembre.

Cuando Clinton salía a la calle durante las primarias de New Hampshire sus asesores tenían primero que explicar a los transeúntes quién era ese joven de Arkansas que interrumpía su camino. Ahora conecta con la población, que empieza a conocerle y a quererle. Ha perdido la rigidez de meses atrás y se nota que comienza a experimentar el placer de las aclamaciones.

El autobús del cambio ha contribuido a que Clinton deje de ser exclusivamente el candidato que cosecha los votos de rechazo a Bush para convertirse en el per sonaje en el que se concentran las esperanzas hacia el futuro. Durante cuatro meses, por cientos de ciudades de todo el país, des de un remoto lugar como Strawberry Point, en lowa, hasta Los Ángeles o Miami, el autobús del cambio ha propagado la imagen de un Clinton cercano a las preocupaciones cotidianas de los norteamericanos. En Wilson, Carolina del Norte, el autobús del cambio hace su última parada. Termina el viaje.

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