Un amigo leal
Ayer enterramos a Alfonso Ruiz. Un grupo de familiares, amigos y compañeros de EL PAÍS acudimos al cementerio del Este de Madrid a dar el último adiós a un ciudadano normal por cuya biografía pasa, sin embargo, una buena parte del testimonio de nuestra historia reciente. Primero, como motorista; más tarde, como conductor adscrito a la dirección del diario, Alfonso vivió intensamente a nuestro lado los años difíciles de la transición. Compañero y leal amigo mío desde hace 12 años, conocía los secretos pequeños y no pocos de los grandes de esta casa. Su discreción, su buen hacer profesional, su humanidad entrañable, su afán de ser útil a los demás y su bondad me han escoltado durante mucho tiempo de mi vida. Él ha sido testigo y cómplice en momentos cruciales del devenir del periódico. Sufrió, como tantos otros trabajadores de esta casa, riesgos y venturas comunes y siempre supo arrimar el hombro como nadie cuando las circunstancias lo requerían. Se ganó el cariño y la gratitud de cuantos le conocimos. Y aunque parezca un tópico decirlo, dejará entre nosotros un vacío irreparable.
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