El regreso del emperador
EL VIAJE del emperador japonés, Akihito, a China es el primero de la casa imperial en los 2.000 años de historia y contactos entre dos países que comparten cultura y se reprochan afrentas y agresiones. Visita Pekín, Xiam y Shanghai el hijo del emperador cuyo nombre invocaron las tropas niponas en la atroz conquista de China, la península coreana y el sureste asiático. El viaje de Akihito coincide con el vigésimo aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Pekín y Tokio y es el resultado de un largo y complicado proceso negociador. La oportunidad es única para el comienzo de una reconciliación histórica. Pero las condiciones planteadas por Japón para aprobar la visita, entre ellas no imponer al emperador la obligación explícita de pedir perdón, no permiten anticipar una conclusión satisfactoria del viaje en lo que no sea puramente oficial y financiero. La mayoría de los 1.200 millones de chinos despedirán al emperador sin haber modificado sus sentimientos de desprecio hacia el antiguo Imperio del Sol Naciente. Y tampoco el Gobierno chino ha hecho especiales esfuerzos para atemperar un rencor de difícil olvido.Sin duda, las relaciones entre estos dos principales poderes asiáticos han progresado mucho a lo largo de las dos décadas transcurridas desde la Declaración Conjunta, que, en 1972, restablecía las relaciones entre ambos. Pero, hasta ahora, el recuerdo de los millones de chinos muertos durante la ocupación nipona desde 1931 hasta 1945 y la cerrazón de la gerontocracia comunista china han frenado el desarrollo de una verdadera amistad.
Japón, siempre timorato en las grandes decisiones de su política exterior, ha tardado tres años en aceptar la invitación de Pekín porque temía una encerrona al emperador. Por su parte, las reticencias de China (y las de Filipinas, Malaisla o Indonesia) se justifican, sobre todo, por la ausencia de una clara manifestación de voluntad por parte de Tokio con la que convencer a sus antiguas víctimas de que nunca más volverá a darse una brutalidad de aquellas dimensiones. Mientras no se observe una decidida acción cauterizante, Japón será aceptado en la zona como el inversor voraz y necesario, pero nunca como un amigo.
El reciente establecimiento de nexos diplomáticos entre China y Corea del Sur, segundo clasificado en la relación asiática de damnificados del Ejército Imperial, y la posibilidad de que se consolide un eje Pekín-Seúl hostil a los intereses de Tokio fue uno de los factores determinantes para la aprobación del viaje imperial. El régimen chino, con una probada experiencia en silenciar cualquier manifestación de la voluntad popular, garantizó al Gobierno nipón la ausencia de protestas durante la visita imperial a cambio de la ingente financiación necesaria para desarrollar su economía y abrir nuevas provincias a los mecanismos de mercado, que el recientemente concluido Congreso del Partido Comunista Chino bautizó como economía de mercado socialista. Son proyectos de cooperación que la paulatina jubilación de los ancianos jerarcas chinos, con lo que añade de amnesia al reciente pasado, hará más viables. El viaje imperial ofrece a Japón, además, la posibilidad de aliviar su propio y oneroso lastre histórico.
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