Akihito deplora en Pekín los desmanes del Ejército nipón en la ocupación de China, pero no pide perdón
La aflicción demostrada ayer por el emperador japonés, Akihito, en el discurso que debía indicar el grado de compromiso del Gobierno de Tokio en el reconocimiento de sus responsabilidades históricas con China no fue más allá de expresar un "profundo pesar" por los sufrimientos causados a este país. Una revista china publicó un sondeo de opinión según el cual el 90% de los habitantes de una nación terriblemente agredida desea que el emperador pida perdón por las salvajadas cometidas por el Ejército Imperial durante la ocupación de los años treinta y cuarenta. Akihito y la emperatriz Michiko llegaron ayer a Pekín en la primera visita de la casa imperial a China en los 2.000 años de historia común.
Los emperadores viajaron a Pekín en un avión especial de las Líneas Aéreas de Japón, con una bandera china y otra nipona en la proa, y fueron saludados en la terminal aérea por 200 escolares japoneses en China que agitaron banderitas nacionales y correspondieron divertidos al saludo de los próceres. Poco más. La temperatura fue baja en las calles y entre la población de Pekín, que ignoró una llegada tampoco muy destacada por los medios de comunicación oficiales.El Partido Comunista Chino había prometido al Gobierno japonés acallar toda protesta popular, pero no pareció dispuesto a colaborar en la farsa de una concentración de bienvenida. El sucesor del emperador Hirohito y su esposa, cuya estancia coincide con el 20º aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países, fueron recibidos por el ministro encargado de la Comisión Nacional de Ciencia y Tecnología, el viceministro de Exteriores y el embajador de Japón.
La comitiva imperial cruzó veloz las frías avenidas de la capital china, y a diferencia de otras visitas de Estado, la ruta hacia el alojamiento de huéspedes ilustres no presentó especial engalanamiento, profusión de banderolas o los protocolarios textos de salutación. Siete ensefias japonesas izadas en los tejadillos del Gran Palacio del Pueblo, situado en la plaza de Tiananmen, evocaron en los más viejos los estandartes y bayonetas de los crueles regimientos nipones en su campaña por Manchuria o Nanking.
Las medidas de seguridad para recibir al hijo del emperador cuyo nombre invocaron aquellos batallones en sus brutales asaltos fueron estrechas, pero no espectaculares. La plaza se cerró al público, y poco más de 3.000 chinos, repartidos en 300 metros de acera, siguieron a 500 metros de distancia la entrada de los emperadores en el Gran Palacio del Pueblo. Los visitantes pisaron alfombra roja y escucharon salvas de honor, pero no los comentarios de los chinos apostados en las vallas de seguridad.
"Debemos perdonar", decía un hombre de 47 años, sin muertos de guerra entre su familia. "Perdonar, pero no olvidar". "¿Son ustedes del Gobierno? Nos parece muy bien que vengan los emperadores de Japón. Hay que fortalecer los lazos de amistad", agregaban otros con la franqueza de Judas. La mitad de los congregados parecían campesinos o viajeros en tránsito, pero uno de ellos, apartado del grupo principal, se manifestó más sincero. "Nuestro Gobierno no nos ha dicho nada, pero no hace falta. La gente experimenta un profundo rencor contra los japoneses, pero tiene miedo y no quiere complicarse la vida". Asustado de su audacia, precisó: "Pero Deng Xiaoping es un fuera de serie y estamos mejor que nunca".
Un equipo de la televisión pública japonesa NHK fue rodeado por unas 200 personas mientras retransmitía la ceremonia en directo. El cerco fue más curioso que beligerante.
Banquete de gala
Y llegó el banquete de gala ofrecido por Yang Shangkun, presidente de la República Popular de China. Akihito leyó el discurso preparado por el Gobierno y la casa imperial, y lamentó el sufrimiento causado durante la ocupación japonesa, pero no solicitó el perdón de las víctimas. "Hubo un desafortunado periodo durante el cual Japón provocó gran sufrimiento al pueblo de China. Lamento profundamente lo ocurrido".
En posterior conferencia de prensa, un portavoz del Ministerio de Exteriores chino informó sobre el desarrollo de la cena, pero se observó en el funcionario cierta tensión en el relato de la intervención imperial y ningún entusiasmo al detallar el texto. China, interesada en una visita que puede reportar al país cuantiosas inversiones niponas, no había querido poner de rodillas al emperador, pero confiaba en que el discurso del representante de la soberanía popular fuera más explícito en la demostración de remordimiento y en el anuncio de propósito de la enmienda.
El panteón de los siete criminales de guerra
Los habitantes de Pekín aceptaron calladamente la visita a China del emperador Akihito y su esposa, Michiko, pero poco antes de que despegase hacia China el avión imperial se registraban en Japón protestas por el viaje. La principal fue efectuada por un grupo izquierdista al incendiar el panteón de madera dedicado a los siete criminales de guerra nipones ejecutados poco después de la II Guerra Mundial.El templo atacado, en la provincia central de Aichi, se había convertido en un santuario para los veteranos de guerra ultranacionalistas. Miles de militares peregrinaron cada año hasta el mausoleo y rindieron homenaje con su presencia a los hombres que las fuerzas aliadas sentenciaron a muerte en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio por considerar que su mando y responsabilidades superaron lo humanamente aceptable.
Entre los militares ajusticiados, considerados mártires por muchos de quienes combatieron a sus órdenes, se encontraba el general Hideki Tojo, cuyo sable fue tristemente famoso en Asia y arengó a la batalla a quienes quisieron construir a sangre y fuego la "gran esfera de coprosperidad asiática" con la capital en Tokio.
La capilla Oyamazum, construida hace 1.300 años y relacionada con la familia imperial, también fue quemada en otro atentado atribuido asimismo al extremismo de la izquierda. La policía japonesa aplicó un dispositivo de seguridad excepcional para evitar movilizaciones violentas contra el viaje imperial, con miles de antidisturbios apostados en los accesos del aeropuerto Haneda, mientras se registraban manifestaciones minoritarias en algunos parques de Tokio. Recientemente, una persona de filiación ultraderechista lanzó una bomba de humo contra los emperadores durante una comparecencia pública de éstos, pero el artefacto apenas se hizo notar.
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