Un mísero visado
Leímos sin estupor que se piensa exigir visado a los ciudadanos latinoamericanos. Ahora que reluce en todo su esplendor la memoria de los viejos, tiempos, tal cosa no nos extraña. Sólo hay que recordar lo que hicieron la futura beata Isabel la Católica y sus sucesores. ¿O es que nadie ha reparado en el curioso hecho -después de aquel maravilloso encuentro de culturas- de que nunca hubiera habido indios en España? Es decir, conociendo directamente la lengua, la religión, el progreso y la civilización que en aquellas lejanas tierras parece que se repartían a manos llenas. No, no hubo indios en España. Tenían prohibido venir (Leyes de Indias, Ley xvi, Libro VI, Título I, 4 de diciembre de 1528, firmada por el emperador D. Carlos).
Realmente, semejante viaje era caro e inútil. La triste biografía del único indio destacado que vivió entre nosotros, el Inca Garcilaso de la Vega, no pudo inspirar muchos imitadores. Y además, para qué molestarse. ¡Con la cantidad de españoles que fueron hacia allí: unos dos millones durante el periodo colonial; 4.739.569 entre 1860 y 1936, y algún poco más (¿quizás otros dos millones?) por la guerra y las migraciones económicas de los años cincuenta! Y luego los hijos, los nietos, biznietos. En fin, la progresión geométrica.
Pero no debe ofuscarnos un mísero visado. Como antes de 1492, algún día, América Latina será para sus habitantes otra vez un paraíso. La historia no puede ser tan cruel con esa bella inmensidad que sació el hambre de tantos pueblos del mundo.-
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