Utrecht, prolegómenos de la pintura holandesa
Antes de exhibirse respectivamente en Bilbao y Barcelona, se presenta en Madrid, inaugurando su periplo español, la muestra enfáticamente titulada La pintura holandesa del Siglo de Oro. La escuela de Utrecht, haciéndole mal avío esta publicitaria primera parte de la convocatoria, no sólo por ser un término español descontextualizado ese de la centuria áurea, sino, sobre todo, porque genera el equívoco ante el público de que va a contemplar a los grandes maestros holandeses del siglo XVII más internacionalmente célebres, provocando con ello una injusta decepción entre los no versados en la materia, que así puede que no valoren como se merece esta muy interesante y meritoria muestra, básicamente constituida por los llamados "caravaggistas del Norte", cuyo centro operacional básico fue la ciudad de Utrecht.De hecho, se han reunido para la ocasión 63 cuadros de unos cuarenta pintores diferentes, entre los que hay al menos una media docena de figuras de bastante calado histórico, como, sin ir más lejos, las tres que protagonizaron ese relevante y muy fecundo episodio de la importación de Caravaggio a los Países Bajos: Honthorst, Ter Brugghen y Van Baburen. Por lo demás, que casi la práctica totalidad del conjunto proceda de un solo museo, el de Utrecht, refuerza el interés de la empresa, así como el criterio de selección adoptado, en cuya limitación está su grandeza didáctica, pues permite conocer con cierta holgura unos temas y maneras específicos, lo que desgraciadamente no es lo habitual.
La pintura holandesa del Siglo de Oro
La escuela de UtrechtSala de exposiciones del Banco Bilbao Vizcaya. Paseo de la Castellana, 81, Madrid. Hasta el 30 de noviembre.
Cuando Constantin Huyghens, secretario del estatúder Federico Enrique, pero sobre todo conocido por la posteridad gracias a sus talentos como científico y aficionado a las artes -y no hay que recordar aquí su relación con Rembrandt para calificarle como uno de los más agudos observadores de pintura de su época-, mencionó en su diario a los pintores más distinguidos de la ciudad de Utrecht, nombró entre ellos a los tres caravaggistas antes citados más Bloemaert, con lo que, estando los cuatro representados con el rango de protagonistas en la exposición que comentamos, el eventual visitante a la misma ya tiene una buena pista acerca de las calidades que puede hallar allí.
En todo caso, al margen de las calidades de estos pintores que no tienen ningún perfil de sostenida excelencia, sino que se desenvuelven entre altibajos, hay que saber reconocer su benéfica misión: haber sido de los pocos que pudieron acudir. a Roma en momento tan fundamental como lo fue el artísticamente mítico comienzo del siglo XVIII, traer esas siempre refrescantes novedades cosmopolitas -algo que, por cierto, no pudieron hacer los mejores pintores holandeses, ni Hals, ni Rembrandt, ni Vermeer-, pero, por otro, haberse fijado en la figura controvertida de Caravaggio y sus inmediatos seguidores romanos, lo que ciertamente iba a resultar definitivo para la evolución posterior de la gran pintura holandesa. En realidad, fue tanto lo que trajinaron estos flamencos y holandeses en Italia durante este siglo, que ahora ya hace 110 años mereció un famoso trabajo monográfico por parte del erudito Antonino Bertolotti.
La escuela de Utrecht, durante el primer tercio del siglo XVII, fue todavía un semillero de inquietudes y ricas contradicciones que luego terminaron por desaparecer de la pintura holandesa. Por lo pronto, además de las réplicas más o menos paródicas de Caravaggio, lo que en principio enaltece al pintor menos dotado, los pintores de Utrecht, nativos o activos del lugar, aportaron las desenvueltas maneras romanas, un aliento de desenfadada grandeza, particularmente apreciable en la pintura de figuras, si nos intimida seguir usando el término de pintura de historia para una sociedad burguesa cada vez más secularizada. Este aliento romano, cuando además la facundia pictoricista flamenca no se había aún polarizado frente a la sobria y escueta obsesión por la imagen óptica de los holandeses, es el que anima este brillante momento de Utrecht.
En definitiva, nos encontramos frente a un momento de transición, con todos los caminos aún sin cerrar, lo que nos permite mirar históricamente con provecho hacia atrás y hacia adelante, hacia dentro y hacia fuera de un país en formación, y bastaría sólo la oportunidad de contemplar el lienzo Granida y Daifilo (1625), de Honthorst, para que la visita mereciese la pena. Advertencia: si se ven envueltos en un concierto de pitidos, no crean que se trata de un complejo sistema para despertar su atención, sino simplemente de una alarma para impedir que aproximen sus narices a medio metro de los cuadros, lo cual penaliza la presbicia, pero seguro que entretiene a la infancia.
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