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Un personaje incómodo

Fue a finales de agosto de 1948, durante el bloqueo de Berlín. Acabábamos de bajar del avión como si fuéramos maletas andantes, cuando me encontré con un hombre bien parecido vestido con un uniforme que me era desconocido. Resultó ser noruego-alemán y agregado de prensa de la misión militar de Berlín. Trabamos conocimiento e intercambiarnos unas palabras intrascendentes. Hablaba alemán igual que 40 años más tarde, despacio y con una cadencia con la que yo ya me había familiarizado en el norte de nuestro país.Apenas un año después, cuando aún no se había fundado la República Federal, volví a encontrarle durante una visita al Consejo Parlamentario en Bonn. Esta vez iba vestido de civil, y, entretanto, se había convertido en el representante berlinés en la presidencia del SPD. Marion Bieber, representante de Michel Thomas en la comisión de control de medios de comunicación de la Fuerza de Ocupación británica, le señaló diciendo: "Llegará a ser presidente". Ese hombre era Willy Brandt.En aquel entonces, la atrevida profecía de Marion Bieber carecía de fundamento alguno, porque, aun en el caso de que el primer Gabinete de Adenauer hubiera formado a partir de una coalición burguesa, sino de una gran coalición entre la CDU y el SPD, Willy Brandt no hubiera pintado mucho. Kurt Schumacher seguía llevando las riendas del SPD y con toda seguridad no hubiera llamado a ningún político berlinés a formar parte del Gabinete, y mucho menos a un personaje casi desconocido como Willy Brandt, del que lo único que se sabía eran absurdos rumores, como que había deshonrado a unas monjas en España y que había disparado contra alemanes en Noruega.Cuando mi colega Hans Detlev Becker y yo decidimos entrevistar a Brandt en 1957, ya era alcalde de Berlín. Miraba con sospechosa frecuencia hacia una cortina que tapaba una estantería empotrada. Cuando por fin terminamos la entrevista, imperó la hospitalidad. En aquel entonces ya tenía fama internacional porque un año antes, como presidente de la Cámara de Diputados de Berlín, había contenido a la multitud que se había concentrado en la puerta de Brandeburgo con intención de tomar al asalto el sector oriental como protesta por la represión a la revuelta popular húngara. El 13 de agosto de 1961, el día en que se construyó el muro, hizo que su imagen volviera a brillar.Franz Josef Strauss, su adversario bávaro, pensaba que, en realidad, Brandt podría haberse afiliado a los democristianos. Pero es difícil de imaginar en el caso de un ex combatiente de la guerra civil española, perteneciente al grupo de los utópicos sociales del marxismo revolucionario situado a la izquierda de los comunistas. Él se comportó en las situaciones críticas como se comportan los políticos natos.

A veces se obcecaba hasta casi bloquearse. Cuántas veces en los años sesenta tuve que hacerle ver que un aumento del tres al cuatro por ciento en el número de votos conseguidos por el SPD en las elecciones al Parlamento constituía un éxito clamoroso. Él sólo pensaba en la campaña contra el emigrante.

Le costaba trabajo aceptar la línea de Herbert Wehner, que desde 1959 dirigía el SPD utilizando el oportunismo con el fin de llegar al poder. En 1966 aceptó de mala gana el puesto de ministro de Asuntos Exteriores de la gran, coalición bajo Kurt Georg Kiesinger, un hombre marcado por su pasado. Wehner, con el que sólo se entendía con dificultad a pesar de sus puntos en común escandinavos, le tuvo que poner en ese cargo. En 1969 Brandt dio la vuelta a la tortilla arrinconando a Wehner cuando éste pretendía proseguir con la gran coalición.

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"¿Qué es eso de pequeña?", dijo triunfante en la televisión, como nuevo canciller, cuando un periodista le preguntó si no consideraba que la coalición con el muy disminuido FDP era demasiado pequeña. Había llegado su momento, al superar objeciones totalmente justificadas. "Es increíble que un hombre con un pasado como el de Willy pueda convertirse en canciller", me dijo con lágrimas en los ojos Rut, su mujer, en la cocina de su residencia oficial en Bonn.

Según mis cálculos, un político destacado no puede dominar la situación de manera responsable más, de 10 años. Este plazo se acorta cada vez más. El caso de Willy Brandt no constituye una excepción. Fue uno de los responsables del decreto contra los radicales. El caso Guillaume sólo fue el elemento que desencadenó su retirada. El 6 de mayo de 1974, el presidente federal, Gustav Heinemann estaba en la sede de Der Spiegel, en Hamburgo, como invitado cuando recibió una llamada. Willy Brandt quería dimitir al día siguiente. Probablemente era una decisión coherente pero innecesaria, o, como dijo Helmut Schmidt, "desmesurada". Brandt dijo que Rut Brandt y Herbert Wehnner fueron los responsables de su dimisión. ¿Por qué? Ellos no le disuadieron, aunque probablemente Wehner no tenía nada en contra de esa decisión.

En mi larga carrera como periodista he conocido en Alemania a dos grandes hombres de Estado (tres, si incluimos a Herbert Wehner). Con uno de ellos, Konrad Adenauer, las relaciones fueron bastante buenas, tanto al principio como al final. El anciano era malicioso; el otro, indiferente ante cualquier persona.

En el caso de Willy Brandt, la relación era oscilante. Probablemente se daba cuenta de que Der Spiegel había contribuido de forma esencial a su ostpolitik. Sabía que yo no había aprobado su actitud poco firme hacia las declaraciones anti-Bonn de Wehner en Moscú en 1973 ("al canciller le gusta bañarse en agua tibia"). "Sí, eso también lo dice Rut", nos dijo a Günter Gaus y a mí tras suspender su viaje a América a causa de las insolencias de Wehner. Pero también veía con claridad que Der Spiegel no podía seguirle ya antes del asunto Guillaume y que incluso le había perjudicado. Y le molestaba.

Entonces se produjo la gran reconciliación, en Noruega, en el año 1974, cuando se me permitió pasar la noche en su casa de verano. Con gran sorpresa por ambas partes, nos levantamos como nuevos a la hora del desayuno, probablemente a causa del buen aire noruego. Para la foto de portada de rigor, nuestro fotógrafo, Jupp Darchinger, había colocado una máquina de escribir eléctrica sin cable en medio del jardín que nadie habría podido utilizar. Si no hubiera sido por un chiste que no viene al caso mencionar, Darchinger no hubiese podido atrapar el medio segundo en que conseguimos arrancar una sonnsa a Brandt.

Más tarde, le pedí que escribiera un artículo sobre Hitler para un especial de la revista. Se negó. Le dije: "Lo tienes que hacer, aunque sólo sea para hacerme un favor". Me envió un texto que es de lectura obligada.

Brandt era muy diferente de como le veía la gente o de como le quería ver; sin embargo, Adenauer era exactamente tal y como le veían o como le querían ver. Por ejemplo, a mí me resultaba difícil hablar con Adenauer; sólo quería fastidiar. Los únicos temas de que se trataba eran las elecciones, EE UU y Francia. No se ponía ninguna otra cosa sobre el tapete. Por el contrario, Willy Brandt era duro de pelar. Nunca le venía a uno con frases hechas ni tampoco se podían utilizar con él. Cuando, sin abrigo y en medio de un frío espantoso, se alejó completamente solo del embarcadero del que había partido Carlo Schmid a la que iba a ser su última morada, e dije: "Ya hemos perdido suficientes socialdemócratas destacados"; él respondió únicamente: "Atterdag", es decir, la próxima vez. Probablemente, la próxima vez se abrigaría más, o quizá no.

Desde Federico III, el emperador de los 99 días (1831-1888); desde la muerte lenta, pero en cierto modo natural de Konrad Adenauer, en 1967, no ha habido ningún alemán que con su muerte haya conmovido tan intensamente a sus compatriotas. Se escriba lo que se escriba sobre Willy Brandt, yo sólo podré decir: "... para mí él significaba mucho más".

es editor y director del semanario alemán Der Spiegel.

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