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"Mamá, ya no te quiero"

La frialdad del testimonio de Gregory Kingsley contra su madre, Rachel, durante el segundo día del juicio probó que un niño puede ser tan implacable como un adulto cuando quiere demostrar que ha sido abandonado. Gregory descalificó sin parpadear todas y cada una de las características que, por instinto, se le suponen a las madres y reiteró que la suya consumía marihuana con frecuencia y que no era capaz de cumplir sus promesas.

Gregory detalló que su madre no le había escrito ni mandado regalos durante los años en los que estuvo ingresado en un orfanato, aunque reconoció que mantenía contacto telefónico con él y sus hermanos. Cuando su propia abogada le preguntó si quería a su madre: y a sus hermanos biológicos, el niño respondió con un "no" rotundo.

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También en respuesta a preguntas de su abogada, el niño aclaró que si el juez no daba por concluidos sus lazos legales con su madre, prefería regresar al orfanato antes que volver con ella. De vez en cuando, Gregory miraba con el rabillo del ojo a su madre, que se deshacía en lágrimas desde su asiento. A pesar de que las imágenes eran estremecedoras, el pequeño no parpadeó y se mostró tan firme y congruente como en su testimonio.

"El primer recuerdo que tengo en mi memoria es mi padre marchándose de casa", explicó. "Ahora, sólo trato de ser feliz", dijo para explicar que quería vivir con la familia del abogado George Russ, a quien se refería como "papá". Gregory dijo que disfrutaba yendo cada domingo a la iglesia mormona con la familia que le acogió hace un año y que él mismo les había rogado que le adoptaran formalmente.

El abogado de Rachel intentó demostrar que, a pesar de las estrecheces económicas, la madre trató de cuidar a sus hijos. Explicó que nunca les pegó, que los mandaba al colegio, que los alimentaba, y que mientras ella trabajaba de camarera, mandaba a una mujer a casa para que los vigilara. "Tu madre os compraba ropa ¿no es así, Gregory?", le preguntó el abogado. "Bueno, comprar...", respondió escéptico el pequeño, "la ropa que nos daba tenía agujeros y era vieja".

El juez de Orlando intervino para preguntar a Gregory por qué había insistido últimamente en que se llamaba Sean: "¿Era esto una manera de iniciar una nueva vida?", preguntó. El niño dijo que sí y el juez le despidió diciendo: "Gracias, Sean, puedes volver a tu asiento".

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