"¡Se lleva a mi hijo en la furgoneta!"
Un niño de seis años pasó dos horas con un ladrón por las calles de Madrid
La culpa de que Jorge Nombela, un crío listo de seis años, fuese robado junto con una furgoneta de reparto la tuvieron él y su madre por enfadarse. Jorge la acompaña a diario a repartir folletos por las agencias de viajes de la zona de San Blas, al noreste de Madrid. "No me hables, no quiere, oírte", le dijo el miércoles Antonia Smith, la madre, harta de verle manotear en el volante cuando ella se bajaba un momento en cada agencia. El niño se instaló detrás y se quedó dormido entre los catálogos, ¡qué remedio!
Llegaba la tarde -eran las 19.10- y la madre bajó a una oficina al lado de la comisaría de San Blas. Y vio en un instante que subía a la furgoneta un chaval de camiseta negra y me lena, un yonqui que solía ver allí a diario. "¡Se lleva a mi hijo, se lleva a mi hijo!", gritó ella, corriendo detrás, pero el muchacho se saltó el semáforo.
Antonia asaltó a su vez a un conductor y le dijo: "Olvídese de aparcar, siga a esa furgoneta". Y como en las películas, persiguieron a la enorme Ford Transit de segunda mano hasta una zona de chabolas cercana, en Los Focos. Allí se perdió. También la perdió un coche de la Policía Municipal que participaba en la persecución. Pronto las emisoras policiales se saturaron y más coches patrullas rastrearon la zona.
Una hora más tarde, los vaivenes y la velocidad despertaron a Jorge, con un codo golpeado. El niño abrió sus enormes ojos verdosos y vio que su madre no estaba al volante. Tuvo miedo, porque ya conocía al ladrón, y, con un brillante razonamiento, pensó que no debía recriminarle al muchacho que hubiera robado la furgoneta, "porque", contaba ayer, "me dejaría tirado". "¿Dónde está el dinero?", le preguntó el ladrón. "No, si aquí no suele haber dinero", contestó él, tratando de ser convincente. "Pero te cogió 2.000 pesetas del bolso, mamá". "Sí, nano", le respondía ayer la madre, "pero llevaba más en la cartera". El viaje acabó junto a la plaza de toros de Las Ventas. "Me dijo que tenía que comprar cosas y andamos mucho". Jorge, para seguir el paso, tenía que ir corriendo. Hasta que llegaron a una boca de metro. El improvisado secuestrador pretendió plantar allí a Jorge. "Le dije que no, que no me sabía la parada de mi casa y que me metiera en un taxi . Dicho y hecho: el yonqui, probablemente atónito ante el desparpajo del niño, le metió en un taxi y le dijo: "Hale, chaval, dile dónde vives". Y Jorge se lo dijo. "Pero mis hermanos no tenían dinero y yo valía 555 pesetas". Era casi de noche, el taxista se fue sin cobrar y Antonia, desesperada, se encontró aún en el portal a su hijo más pequeño.
Ayer, el padre, también repartidor, que no vive en la casa familiar de Ciudad Lineal, callaba y fumaba. El hermano mayor deambulaba nervioso. Tiene unos juicios pendientes por drogas. La madre se recuperaba del susto. Y el nano, tan feliz, jugaba con sus máquinas de marcianitos.
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