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Maastricht

Este nombre de ciudad holandesa, poco conocido hasta ahora para la mayoría de los españoles y supongo que también para muchos ciudadanos europeos, ha venido a convertirse en cifra y símbolo de los europeístas que defienden el sí del tratado que lleva su nombre, y de los nacionalistas, antieuropeístas o no, que lo atacan.El día 20 de septiembre, tan próximo, cuando escribo estas líneas, puede ser un día decisivo en el futuro de esa entidad geográfica, histórica e. institucional, cada día más real que llamamos la CE, o las Comunidades Europeas. Todo depende del sí o no francés al referéndum convocado para aprobar el Tratado de Maastricht.

La significación esencial de ese tratado es bien sencilla y clara: se trata de superar la concepción de las Comunidades Europeas como unión aduanera en dos fases: la primera, instituyendo una unidad económica entre los 12 países de la CE, que haga realidad la previsión del Tratado de Roma de la plena y libre circulación de bienes, capitales, personas y mercancías entre los 12 países, y además la implantación de una moneda única y de un Banco Central europeo que coordinaría la política monetaria de los doce bancos centrales; la segunda, establecer las bases y los acuerdos para llegar en un futuro a una unión política más eficaz y real entre los estados de la CE, sobre todo en el ámbito de la política exterior y de defensa.

Los partidarios del no en el referéndum francés, como aquellos que están en contra de una mayor unidad política y económica de Europa, alegan principalmente los siguientes argumentos:

- Que lo que propone dicho, tratado constituye al final una pérdida de parcelas esenciales de la soberanía nacional de los Estados integrantes en la CE en lo económico, en la política monetaria y en el futuro en la política exterior y de defensa.

- Que esa Europa hacia la que apunta Maastricht sería una Europa gobernada por la burocracia de Bruselas que no tendría en el espacio de sus poderes el necesario control y contrapeso democrático.

- Que en la Europa así creada el peso económico y monetario de Alemania, así como su peso político, sería determinante.

- Que los sacrificios que el tratado, de aprobarse, impondría a casi todos los países de la CE, en los próximos tres o cuatro años, son excesivos y los objetivos quizá inalcanzables, a cambio de un futuro mejor que con dificultad se alcanzaría a partir de 1997 y con toda seguridad a partir de 1999; es decir, al empezar el próximo siglo.

- Que el Tratado de Maastricht consagraría el predominio de Estados Unidos -Roger Garaudy habla del colonialismo (EL PAÍS, 9 de septiembre)- sobre la Europa de los Doce.

Me atrevo a decir que todos los argumentos de los partidarios del no en Francia, y los que como ellos piensan en el Reino Unido, Italia, España o cualquier otro país de la CE, son ciertos. Lo que dicen puede decirse que es verdad (verdad en cuanto argumento correcto no en cuanto verdad con mayúscula, que pocas veces puede emplearse, si alguna, en cuestiones políticas como no sean las básicas de política constitucional, que diría Dahrendorf, que son las que se refieren a democracia y libertad del ciudadano).

Lo que ocurre es que el resultado de aplicar esos argumentos correctos conduce a situaciones que no sólo no evitan los males que vaticinan si se aprueba el Tratado de Maastricht, sino que si no se aprueba, y sobre todo si no somos capaces de pasar a la segunda etapa de la construcción de la CE, esos males serán mayores e incluso pueden empeorar hasta situáciones irreversibles.

Los nostálgicos de la soberanía nacional plena de los Estados europeos, tal como existía hasta 1914 y ya en clara transformación, y para algunos decadencia hasta 1939, olvidan que hoy ninguno de los Estados nacionales europeos que integran la CE son plenamente soberanos o por razones económicas, o por razones militares, o por las dos. Me parece demasiado obvio que ni siquiera Alemania, que es la más soberana como potencia económica (en estos días el marco alemán se ha convertido en la moneda refugio desplazando al dólar), podría decirse que lo es mil¡tarmente frente a. un poder como el de Estados Unidos. Lo que digo de Alemania es demasiado evidente respecto a los otros 11 países de la CE.

Una Europa efectivamente unida, superando la unión aduanera actual, si se convierte en una primera gran potencia económica y política, y podría convertirse en una gran potencia militar si el tiempo y las circunstancias, que no son las actuales, lo requirieran. Cada país por separado, no. Por tanto, lo único que cederíamos a esa Europa que mucho defendemos sería algo que hoy ya tenemos en precario y disminuido y que, al cederlo, nos haría a todos más fuertes y más importantes en el mundo actual; en definitiva, haría al conjunto más soberano que lo que son sus partes hoy.

Por lo que respecta al peso de Alemania en la CE, la construcción de una Europa unida en lo económico y caminando hacia una unión política, sobre todo en política exterior y de defensa, es la única alternativa en este, momento de la historia a la aparición de una Alemania como única gran potencia europea con su grupo de países dependientes alrededor, y a la que no harían contrapeso ni económico ni político los restantes países de la CE; y, desde luego, la economía alemana y su moneda seguirían siendo determinantes para las economías de países como el Reino Unido, Francia o España.

En cuanto a los sacrificios económicos y sociales que tendremos que soportar todos los países de la CE en los próximos tres o cuatro años, o quizá cinco, no los vamos a evitar desconstruyendo Europa. La disciplina presupuestaria y monetaria, la racionalización de nuestras estructuras productivas, las tendremos que hacer de todas maneras, y sin Europa o con una Europa disminuida, los mismos o peores sacrificios llevarían a unos resultados más pobres, más entecos y quizá a medio plazo a un empobrecimiento de nuestras sociedades creciente e irreversible. Me parece que todos deberíamos ya saber que los Estados nacionales de la CE, con la excepción de Alemania, no son capaces, cada uno por separado, ni de resolver sus problemas económicos y sociales ni de asegurar a sus pueblos un desarrollo social y económico sostenido.

Respecto a la tiranía burocrática de Bruselas y su poder no controlado, creo que ese poder será tanto menor cuanto más rápidamente se avance en la creación, en unos casos, y ampliación de sus poderes actuales, en otros, de las instituciones que han de desarrollar esa mayor unidad política de la CE. Será confederación, federación o asociación de Estados, pero esa institución tendrá que tener el equilibrio de poderes ejecutivo, legislativo y judicial que las sociedades abiertas que van a establecerlas tienen que exigir como garantía de la democracia política y de la libertad ciudadana de la que hoy gozan.

En cuanto a la supuesta amenaza de convertimos en una colonia de EE UU de la que habla Garaudy -ex filósofo marxista y hoy adepto a la religión islámica-, ¿alguien puede creer que la independencia de los países que integran la CE se defiende mejor separados y quizá enfrentados que unidos? Pienso que en la circunstancia histórica actual la Europa más unida tiene que hacer, si no se cometen errores imprevisibles, más libres y más abiertos a los Estados y sociedades que la forman.

Si no somos capaces de hacer Europa podemos vivir un renacer perverso de los nacionalismos, que además preconizan la pureza étnica, y de los totalitarismos; y lo que unos y otros traen lo estamos viendo y viviendo en estos días.

es abogado del Estado. Fue ministro de Industria, de Sanidad y de Defensa.

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