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El odio recurrente

Los gitanos, chivo expiatorio de la crisis económica y de los nacionalismos en Europa

Los cócteles mólotov incendiaron primero la fachada. Después varios mollis se colaron por las ventanas y prendieron el mobiliario del centro de refugiados de Rostock. Gran parte de los infelices, acosados en su interior por una horda de jóvenes vociferantes de ira y odio, no sufrían esta pesadilla por primera vez. Su experiencia se remonta siglos. Eran gitanos, miembros de la única etnia que puede hoy llamarse paneuropea por derecho propio, tras el exterminio de los judíos en el Viejo Continente en el holocausto bajo el nazismo.

La barbarie parda ya intentó entonces que los gitanos compartieran la suerte del judaísmo europeo. Mas de 300.000 miembros de esta etnia compartieron las cámaras de gas con los seis millones de judíos y otros liquidados por aquel régimen que sumió en la ignominia a Europa. La civilización se movilizó en armas contra el nacionalsocialismo , lo derrotó y sentenció, solemnemente, que aquello no volvería a suceder jamás. "Nie wieder". Este jamás ha sido breve.Tan sólo cinco décadas más tarde, el odio racista emerge de nuevo en Europa. La pasividad de los Gobiernos en la lucha contra todas sus formas ha ayudado a su nueva aceptación. En los Balcanes vuelven a circular los trenes de ganado cargados con familias desposeídas de sus bienes, sus casas incendiadas, asesinados muchos seres queridos, anónimamente, individualmente o en masa. El móvil vuelve a ser el mismo: la liquidación del ser diferente. Los adolescentes de Rostock y los degolladores en Bosnia forman parte de ese poso de ignorancia, agravio, racismo y crueldad que se creía definitivamente sumido en las cloacas de la marginalidad.

Hoy ya inunda calles alemanas y en Serbia dicta la política de un régimen, al cual Europa sigue otorgando la respetabilidad que emana del diálogo. Madres de familia alemanas ya no se resisten ante las cámaras de televisión a defender "aspectos parciales" de la política de Hitler, y jovencitos rapados quieren "acabar con los gitanos, que ensucian nuestras ciudades". En las fosas comunes que se comienzan a levantar en zonas abandonadas por las fuerzas serbias también aparecen, entre musulmanes bosnios, otra vez, los gitanos.

Amarga experiencia

Las familias gitanas, a punto de perecer entre las llamas de los incendiarios en Rostock, como millones de hermanos de etnia en todo el continente europeo, desde Andalucía a las estribaciones orientales de los Cárpatos en Rumania y las llanuras de Besarabia, tienen rica experiencia como perseguidos. En los suburbios de Madrid arden chabolas gitanas; en Rostock y Cotbus, la "población bienpensante" persigue a garrotazos y pedradas a familias con niños, y en la ciudad de Giurgiu, al borde del Danubio, rumanos asaltan e incendian negocios de gitanos asentados.

Bajo los regímenes comunistas, los gitanos, más que perseguidos, fueron ignorados. Sin embargo, esto no llevó a su integración, y mucho menos a su aceptación por las mayorías nacionales. En Bohemia como en Transilvania y partes de Hungría y Voivodina, las autoridades comunistas intentaran acabar con su nomadismo instalándolos en las casas de las minorías alemanas deportadas después de la II Guerra Mundial. Esto incrementó el odio. Zonas de un alto nivel de desarrollo bajo la comunidad alemana se convirtieron en guetos de indigencia, marginación y delincuencia real o supuesta.

Cerca de cuatro millones de gitanos en Rumania, 800.000 en Hungría, un millón en Serbia y Macedonia, cerca de un millón en Bohemia oriental y Eslovaquia, unos 900.000 en la antigua URSS y unos 60.000 en Polonia han pasado así de la marginación indiferente al continuo hostigamiento por parte de radicales nacionalistas y del llamado pueblo llano, hundido en la pobreza heredada del régimen comunista.

Si los rumanos, polacos, rusos o ucranios intentan huir de la pobreza abandonando su tierra, qué menos sorprendente que el hecho de que los gitanos, aún seminómadas, azotados por un entorno cada vez mas agresivo, hayan puesto en marcha la tercera gran migración que emprende este milenio desde los Balcanes hacia Centroeuropa.

Conseguida la llegada a los supuestos paraísos centroeuropeos, Polonia y Hungría, como pasos sobre todo hacia Alemania, se enfrentan a viejos problemas y a otros nuevos: la hostilidad de la pauperizada población polaca, húngara o alemana oriental, su estilo de vida radicalmente opuesto al nativo, la imposibilidad de acceder a trabajos con aceptación social, la falta de representantes con capacidad de negociación con las autoridades locales, la enemistad entre clanes y la frialdad de las comunidades gitanas asentadas, que ven cómo la presencia de los recién llegados destruye la frágil aceptación social lograda en los años de expansión y tolerancia.

Todos estos problemas, sin embargo, no frenarán en ningún caso la migración, que podría poner en movimiento hasta a 10 millones de gitanos. No existe disuasión contra los intentos de este pueblo de escapar de pogromos y una indigencia desconocida en Occidente. Las autoridades europeas deberán buscar nuevas fórmulas para solucionar un problema que afrontan sin éxito desde hace siglos, pero hoy con nuevas amenazas: garantizar la vida de un pueblo que se resiste a integrarse, impidiendo que su presencia destruya el consenso democrático antirracista, que, aunque extremadamente frágil, ha dominado la Europa civilizada en las pasadas cinco décadas.

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