"La izquierda en estos momentos debe mantener la antorcha"
A Anguita, a sus 50 años -los cuatro últimos, en Madrid, lejos del sur, donde descansa y tiene sus raíces- se le ve moreno, relajado, con ganas de que comience el curso. Habla con la rotundidad de siempre y con ese tono didáctico que le ha hecho insufrible para unos e imprescindible para otros.Pregunta. ¿Cómo se ve la situación política tras el descanso veraniego?
Respuesta. Yo he tenido unas vacaciones bastante movidas, pero, en este verano han ocurrido muchas cosas. Me he acordado de 1989, de la caída del muro, de los ángeles trompeteros anunciando el nuevo orden internacional, de la gran facundia de los oradores de la democracia -democracia con muchas comillas-, del crecimiento del PIB, de la construcción europea... Y este verano, con todo lo que ha ido aconteciendo, que es muy importante -lo de Yugoslavia, nuevamente la amenaza de guerra en Irak-, tengo poco menos que sonreír tristemente.
P. ¿Prevé un curso político tenso?
R. Al término de este periodo vacacional comenzamos un septiembre que, sin duda, va a ser difícil, como octubre, como noviembre. Creo que podemos sacar una pequeña lección. Y es que en política hay que pensar más, hay que saber un poquito de historia, hay que ser más humildes, no hay que confundir la propaganda con el análisis político. Ahora se impone el discurso sosegado de buscar la salida, pero sin propaganda, por favor. Estamos en una situación muy difícil, como consecuencia de la frivolidad, de la propaganda, de la estupidez; como consecuencia, de tanto nuevo rico en política que han confundido las ideas creyendo que eran nuevas, y eran muy viejas. El famoso discurso de la modernidad, que ha confundido el crecimiento económico con el desarrollo económico. Experiencias faraónicas, como la Expo 92. De pronto nos encontramos con que se reclama la depreciación de la peseta. De pronto, la situación se ha presentado con su auténtico rostro, como un problema de Estado, de crisis de dos modelos opuestos: el liberal/liberal -tal como lo parió Adam Smith, que es el que tratan de traer- y el sistema estatalista, que se agotó.
P. ¿La crisis económica amenaza ese objetivo de alcanzar el llamado Estado de bienestar?
R. La defensa del Estado de bienestar no es posible. El problema es que tenemos que ir a la aplicación de lo que llamaría -y no quiero que se me compare con cualquier filósofo- una razón universal, que no se trata de nada que justifique a Dios, sino de la razón concreta de cada individuo. Y han aparecido fenómenos que hacen imposible esa concepción del Estado del bienestar. Hablo a la luz de los derechos humanos de todos los habitantes del planeta. Mire usted, el tema de las pateras está demostrando que se acabó ya esa historia. Que Occidente -yo le llamaría mejor el Oeste/Norte, una zona muy concreta: Canadá, EE UU y algunos países de Europa- ha exportado deseo, pero cuando ese deseo ha prendido en las masas, bien por el avance de los medios de comunicación, de la televisión, Occidente se ve obligado a reprimirlo. Por tanto, el Estado del bienestar ya no puede ser, salvo que se imponga por la armas. ¿Qué es de lo que se trata en el fondo? Se impone una dimensión nueva, con nuevos valores, un nuevo concepto de calidad de vida.
P. ¿Qué opina de los brotes de xenofobia frente a los inmigrantes?
R. Vuelve el fascismo porque -y me gustaría subrayarlo- es hijo del capitalismo. El fascismo es el capitalismo exacerbado que prende en las masas desheredadas como consecuencia de la crisis y les presenta un enemigo. Ahora el enemigo es el inmigrante, el marroquí. Pero es más, no es solamente como consecuencia de fenómenos económicos.... No olvidemos que los fascismos surgieron y son hijos de la Europa opulenta.
P. ¿Se refiere a la reivindicación de la figura de Franco?
R. Me pone los pelos de punta. Pero no por los que puedan reivindicarlo, que en el fondo, más o menos, ya les conoce uno y son de pensamiento fascista, y no lo digo como insulto. Mi preocupación es por la inanidad de los intelectuales y de los poderes públicos. Son de una gran frivolidad y creo que son reos de responsabilidad política. A la sociedad no se la puede engañar. Franco fue un auténtico dictador, un déspota. Y su régimen, autocrático y fascista. Y ahí no cabe transacción política. Claro que esa especie de inanidad es hija de de esa filosofía acuñada por los modernos: "Las ideologías no tienen nada que ver, lo que importa es la técnica", expresión muy cara al presidente del Gobierno. Pues ésa es la pendiente por la que se llega a la ciénaga del fascismo. Y al final, si se llegara -que yo creo que no porque todavía hay en este país arrestos, vigor intelectual y energía política contra eso-, ellos serían tan responsables como los que hacen la apología de Franco.
P. ¿Le preocupa la quiebra del proyecto europeo que supondría un no francés al Tratado de Maastricht?
R. Maastricht no es un proyecto de construcción europea, para empezar. Tengo que decir que el tiempo viene abonando las tesis de que aquello fue más propaganda que realidad. ¿Usted recuerda cuando el señor González venía con aquello de los fondos de cohesión? No se ha hecho nada de eso. Y el proyecto de construcción europea, aparte de su nombre, es una construcción meramente monetaria. Un proyecto que habla de un banco central independiente del poder político. ¿Sabe el tremendo disparate que es eso? ¿Pero qué le queda al poder político si no tiene el instrumento económico? ¿Qué es eso de un banco central y de un sistema de bancos centrales independientes del poder político? Pero en el tema de Maastricht, aparte de lo que vaya a suceder en Francia, es que el no danés afecta al Tratado de Roma, que incluye la regla de unanimidad. Pero es que hay más. ¿Dónde está la política exterior de la comunidad? ¿Pero es que cree usted que de aquí a 1996 se van a cumplir las condiciones de la convergencia nominal, digo nominal? Creo que Maastricht es, ni más ni menos, el resultado de una cesión por parte de quienes tenían que haber peleado más y estar más unidos: la Europa del sur, y, por tanto, Maastricht está en estos momentos en el alero.
P. ¿Qué esperanza ve ante una situación que dibuja tan difícil?
R. Si no hubiese esperanza no estaría aquí para hacer mi aportación, aunque sea infinitesimal. Este fin de siglo va a ser dramático. Pero ahora mismo ahí están las posiciones, los proyectos minoritarios, que van a enganchar con el futuro. El problema de la izquierda -y digo izquierda en un sentido muy amplio y a la vez muy profundo- es que en estos momentos debe mantener la antorcha, para que cuando pase este momento coja el relevo. Y mantener la antorcha no sólo como algo testimonial, sino como proyecto político. Muchas cosas tienen que derrumbarse en la izquierda, y las que más se tienen que derrumbar son aquellas en las que ponen más énfasis las operaciones cosméticas. Hay que retomar la política en su sentido de carga ideológica, de propuestas concretas. Sabiendo que sin el consenso social no hay posibilidad de cambio. Ni siquiera de mantenimiento del actual orden. En la medida que no puedan lograr ese bienestar para todos, van a tener que ofertar otra cosa. Cuando Roca o Aznar dicen que hay que cambiar de política, están explicando que no se puede seguir así. Pero son incapaces de dar otra respuesta. Si los partícipes de esa política económica dicen que hay que cambiar, están denotando que hay un mal. Se verá en unos meses, cuando termine la Expo 92 con sus cuentas, cuando empiece el curso político, con los Presupuestos Generales del Estado.
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