Bush puede ganar
¿DE QUÉ depende la elección de presidente de Estados Unidos? ¿De los programas, la personalidad de los candidatos, los genios en mercadotecnia política o la televisión? A la vista de la evolución que han seguido las encuestas durante la convención republicana, que finalizó la madrugada de ayer en Houston (Tejas), quien más vota es la pequeña pantalla. Imposible explicarse de otra forma que, sin que se hayan producido cambios sustanciales en las ofertas electorales de George Bush y Bill Clinton, el actual presidente haya reducido espectacularmente la diferencia respecto a su rival demócrata y, por primera vez en varios meses, emerja como un aspirante capaz de ganar.Antes de la gran fiesta tejana de la convención de Houston, un espectáculo más cinematográfico que político, Bush estaba, siempre según los sondeos, entre 15 y 25 puntos por detrás de su rival. Sin embargo, los sondeos efectuados incluso antes de su discurso de aceptación, cierre del gigantesco show, le sitúan con una desventaja que oscila entre 9 y 12 puntos. Ya tiene al alcance a su oponente. Con dos meses y medio por delante, y con toda la artillería pesada en el campo de batalla, cualquier cosa puede ocurrir.
La televisión será el juez supremo. Habrá tres grandes debates en los que la fotogenia, la habilidad por llegar al corazón o al bolsillo de los votantes, el manejo de la sonrisa, la imagen de honradez que se transmita, la medida equilibrada de agresividad y moderación, el reflejo de liderazgo o debilidad y la capacidad para evitar errores jugarán un papel decisivo. En 1988, casi todo el mundo creía que Dukakis era más hábil que Bush y que éste perdería la batalla de la televisión. No fue así. Un tanto por sorpresa, demostró que no era tan pésimo comunicador y que algo había aprendido de Reagan.
A partir de ahora, Clinton, más que Bush, tendrá que mantener la guardia alta, observar un exquisito cuidado con cada palabra que diga sobre aborto, homosexualidad, sida, familia, impuestos, compromiso exterior, asistencia social o criminalidad. Cualquier error grave (y la sinceridad, incluso la coherencia, pueden serlo) le hundiría. Bush no corre tantos riesgos. Ya lleva cuatro años en la Casa Blanca (o 12 si se cuentan los de su vicepresidencia con Reagan) y no tiene que demostrar lo que haría si es elegido.
Pero, ¿y los programas de gobierno? Hay diferencias (véase EL PAÍS del jueves), pero, después de todo, nunca se cumplen al completo. Al final sólo quedan algunas ideas. La de 1988 se resumió en una frase muy simple: "Read my lips, no more taxes" ("Leed mis labios, no más impuestos"). Luego los hubo, pero Bush dice que no fue culpa suya, sino de un Congreso dominado por los demócratas y que ahora promete meter en cintura. Cuatro años después propone una. "nueva cruzada" para convertir a EE UU en un "superpoder económico" e invertir en casa el dividendo de la paz, de la que se considera máximo artífice. Se atribuye el mérito (y en algunos casos con razón) de la caída del comunismo, la unificación alemana, el diálogo árabe-israelí, la victoria en la guerra del Golfo y la liberación de los rehenes en Líbano, y proclama que durante su segundo mandato visitará "una Cuba libre y democrática".
Bush promete limpieza moral, defensa de los valores tradicionales y liderazgo mundial: "Estados Unidos debe ser un superpoder militar, económico y exportador". Añade que Clinton acabaría con eso, sería un nuevo Carter. Los republicanos presentan al gobernador de Arkansas como un ex consumidor de marihuana, subido al carro libertino de las revoluciones de los sesenta, que eludió combatir en Vietnam, que llevará al paro a cientos de miles de trabajadores de la industria militar y que permitirá que el aborto sea tan frecuente como el uso de la píldora. Que se prepare Clinton. Vale todo.
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