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LA LIDIA / FERIA DE BILBAO

Acaban con esto

Esto se acaba. Los taurinos van a acabar con la fiesta, si no han acabado ya. La fiesta rueda ya imparable por una pendiente en cuyo final lo único que se vislumbra es la nada. Han puesto inaguantable la fiesta estos taurinos desvergonzados, e ignorantes de su propio oficio. No sólo es el fraude -que hay fraude, descarado- sino la falta de torería de los diestros, su vulgaridad y puede que incluso también su absoluta incompetencia.Las corridas de toros siempre fueron, desde sus orígenes hasta unos años atrás -¡y hablamos de siglos!-, buenas o malas, triunfales o desastrosas, pero aburridas, nunca. Y ahora son, fundamentalmente, aburridas. Hasta las que llaman buenas -es decir, aquéllas donde hay orejas y esas cosas- son aburridas.

Domecq / Ojeda, Espartaco, Joselito

Cinco toros de Juan Pedro Domecq (uno fue devuelto por inválido), faltos de trapío excepto sexto, inválidos en general, inválidos absolutos primero y sexto; de poca casta. Quinto, sobrero de Vicente Charro, sin trapío y con poca casta; saltó al callejón. Paco Ojeda: bajonazo trasero (ovación y salida al tercio); pinchazo trasero bajo y media trasera baja (silencio). Espartaco: dos pinchazos bajos y golletazo ignominioso (algunos pitos): cuatro pinchazos bajos y bajonazo (pitos). Joselito: estocada perpendicular caída (silencio); dos pinchazos leves y se tumba el toro (silencio). Plaza de Vista Alegre, 18 de agosto. Cuarta corrida de feria. Más de tres cuartos de entrada.

La corrida de Bilbao no fue una excepción. La corrida de Bilbao, aparte de bochornosa, resultó, principalmente, inaguantable. Los toros que salieron eran una auténtica porquería. El ganadero que los crió tiene el gusto de llamarlos artistas (es decir, una manera como otra cualquiera de disimular el grotesco aborregamiento de su ganadería) pero, en el mejor de los casos, serían artistas volatineros, payasos de barraca, el hazmerreír del barrio. Pero no fue eso lo peor, sino la desconfianza, la falta de imaginación, la incapacidad manifiesta de los toreros para darles dos pases seguidos como Dios manda.

Toros de circo

Todos los toros-artistas-de-circo se podían torear. Quizá a trancas y barrancas, aliviándoles las embestidas para que no se dejaran los dientes en la arena, pero torearlos, se podía. Hubo alguno tan pastueño, que habría valido para desplegarle íntegro todo el repertorio del toreo. El primero iba a los engaños como la seda, y sin embargo Paco Ojeda lo toreó como si se tratara de la fiera corrupia.Iba el coletudo y se ponía desparrancado, con la pierna contraria perdida allá atrás, pegaba dos pases destemplados metiendo el pico de su muletaza, y corría en busca de otro terreno. Dícese de este torero que necesita su sitio, un sitio peculiar y exclusivo y sólo en ese torea a gusto. Mira que es grande un ruedo: lo menos 30 metros de diámetro.

Bueno, pues a Ojeda le sobra todo el redondel salvo esa misteriosa parcelita que llaman "su sitio". No sólo le sobra ruedo a Paco Ojeda. Cuando no encuentra su sitio, le sobra hasta el toro.

Nadie podrá reprochar a Paco Ojeda que no buscara su sitio, pues se pasó las dos faenas llevando de un lado para otro a los torillos inocentes, explorando todo tipo de terrenos donde pudieran concertar el conveniente acomodo, sin que le llegara a satisfacer ninguno. La verdad es que el hombre se puso bastante pesadito. Ahora bien, peor cariz tuvieron las faenas de sus compañeros, que llegaron a enfurruñar al público bilbaíno. Increíble, pero cierto.

Muy trafallona ha de ser una faena para que se enoje este público tan complaciente, y eso ocurrió. Espartaco, desconfiado con su primer toro -corto de arrancada al principio y reservón después-, casi se descompuso con el sobrero, que no había hecho nada, el pobre, para provocar semejantes inquietudes, a no ser que se tratara de las puntitas de sus pitones. Hay toreros que llevan años sin ver de cerca la puntita de un pitón y, claro, cuando por casualidad se lo encuentran, les entra la pavura.

Joselito le dio un trasteo largo y monocorde al tercero, y al sexto no se lo dio de ninguna manera pues ese animal rodaba continuamente por la arena. Apenas pinchado con el acero, el inválido torete se tumbó. Y, verlo el público, se marchó de allí a escape, huyendo de aquél martirio chino. Muchos juraban que no volverían, ni conducidos por la Guardia Civil. Y lo malo para cuantos viven de este negocio es que, efectivamente, no volverán.

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