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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una nueva ONU

UNAS RECIENTES declaraciones del secretario general de la ONU han causado sensación en los medios políticos de numerosos países. Butros Gali se quejaba en ellas de que el Consejo de Seguridad se dedicase de modo excesivo a las cuestiones europeas, y concretamente a Yugoslavia, y planteaba la urgencia de prestar mayor atención a la situación en Somalia, donde la sequía y una feroz guerra tribal que ha devastado el país en el último año condenan a la muerte por hambre a gran parte de la población. En el problema de Somalia, el secretario general tenía indudablemente razón; ciertas medidas han sido tomadas ya para aportar a los somalíes una ayuda internacional que alivie sus terribles sufrimientos.En cuanto al caso yugoslavo, es evidente que la ONU no puede reducir su intervención en ese conflicto: necesita, por el contrario, reforzarla. Pero Butros Gali tocaba una problema real cuando lamentaba la falta de coordinación entre la CE y la ONU. Los europeos han tomado ciertas iniciativas, como el envío de barcos para vigilar el embargo contra Serbia y Montenegro; pero es obvio que tales medidas deben encuadrarse en la acción global que la ONU está realizando, y que debe ampliarse.

Pero las palabras de Butros Gali ponen sobre el tapete un problema más general: ¿cuál debe ser en la actualidad el papel de la ONU? Es evidente que en los últimos años, desde el fin de la guerra fría, ese papel se ha ampliado de manera impresionante. La ONU de hoy no se parece a la de ayer, que, carente de capacidad operativa, se dedicaba casi exclusivamente a enfrentamientos ideológicos. Butros Gali parece dispuesto a tomar medidas para que la organización se ponga a la altura de los nuevos tiempos. En ese orden actúa con bastante más independencia que algunos de sus antecesores. No se puede olvidar, en todo caso, que el Consejo de Seguridad celebró a comienzos de año una cumbre, con los jefes de Estado y de Gobierno de sus miembros, para estudiar las nuevas tareas de la organización. Esa cumbre encargó a Butros Gali que preparase un estudio sobre cómo elevar el papel de la ONU para resolver los conflictos internacionales. Bajo el título de Plan para la paz, el secretario general presentó el pasado mes de junio una serie de propuestas sobre medidas de prevención, despliegue de fuerzas de protección de la paz (cascos azules) en los casos de amenaza de conflictos o cuando éstos se inician, y sobre la necesidad de que los Estados tengan unidades de intervención rápida a disposición de la ONU a las cuales ésta pueda recurrir en casos de necesidad. Estas medidas, que se adaptan a lo establecido por la Carta de las Naciones Unidas, cobran actualidad en la etapa tan compleja y agitada que vivimos. Ponerlas en práctica es el camino de que pueda materializarse el nuevo orden internacional de que tanto se habla. La otra alternativa es que la ONU se limite a legalizar las acciones que EE UU, la única gran potencia militar en estos momentos, considere oportunas.

La ONU está atenazada hoy por una contradicción muy grave: su financiación es muy inferior a las necesidades que tiene que cubrir. Aparte de que muchos países no pagan sus deudas, la raíz de la dificultad es política: no se puede pedir a la ONU que envíe cascos azules y que asuma misiones en lugares cada vez más numerosos sin abordar con una concepción nueva el problema de sus finanzas. En un mundo en el que los gastos militares sufren un descenso considerable, las inversiones para defender la paz deben ocupar una jerarquía muy superior en la política de los Estados.

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