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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El macarra ilustrado

Encumbrados por la crítica de su país y con un prestigio conseguido a base de repetidos éxitos y seriedad, el grupo L'Esquisse ha aterrizado en la isla de La Cartuja con una gran producción de encargo en estilo de corriente internacional.Música en directo, 12 buenos bailarines (entre ellos destacando Rafael Pardillo, del madrileño grupo Provisional Danza), suntuosa escenografía y un ánimo manifiesto de impresionar son los elementos que una vez mezclados sobre el escenario conducen al aburrimiento. Hay ruido, violencia, grandes coros móviles, pero todo aquello no pasa de ser un acto formal y de formas ya convencionales y obviamente calcadas al formato Bausch en el ritmo y en el paso.

L'Esquisse

Plein soleil. Coreografía: Jöelle Bouvier y Régis Obadia; escenografía y luces: Rémi Nicolás y Eva Dario; música: Louis Winsberg; vestuario: Marie-Cécile Winling. Teatro Central-Hispano, Sevilla, 3 de agosto.

La escena pretende acercarse a la vida y boda gitanas, la lucha entre familias y el conflicto de clases. Como en todos los espectáculos de Obadia, la mujer es castigada, restregada contra el suelo y humillada con placer morisco. Al son de los grillos, las de sabridas palmas o las baquetas, las chicas son sacrificadas en una playa de nadie, un templo donde la danza del fuego es una especie de ritual pasado por Gipsy Kings. El suelo, efimeramente trillado como si de un jardín japonés se tratara, sirve de colchón de las lamentaciones en las múltiples caídas y recuperaciones de los cuerpos, entre inquietantes pausas y carreras en círculo que desorientan más que conducir al meollo de la historia. El todo argumental es un refrito de los tópicos de la gitanería teatral: del Amor brujo a Carmen pasando por Los Tarantos.

Tensión y poesía

Obadia y Bouvier van de posesos que no saben qué hacer con su catarsis. Poseen el fatum del drama, pero no consiguen gestionar su clarificación escénica. Ellos tienen a veces un buen arte para las secuencias repetitivas, con esas largas preparaciones corporales y los desplazamientos excéntricos que dan tensión y alientan la poesía. En todo ese ejércicio hay economía de material creativo, pero no síntesis; hay energía, pero no canales para hacerla verdadera danza. La densidad, que puede ser un factor estilístico, se vuelve solamente instinto epatante, barniz gratuito. Es muy evidente que el tema es ajeno a su universo creativo, sal vo lo que concierne al machismo, y que, sin la atmósfera exótica de sus otras obras, pierden sustancia.

Sillas que caen, arena, ropa de calle años cuarenta en colores oscuros: una supuesta España negra de suburbio que resulta folletinesca y donde se acude a recursos ajenos; lo más notorio, el Gades de Bodas de sangre en dos escenas que copian casi literalmente las nupcias y el duelo.

La idea final del paso de Viernes Santo aéreo no es otra cosa que la repetición, sin la gracia de antaño, de un recurso que aparece en forma de columpio en todas sus obras. Con todo, a partir de la escena de la boda, la cosa cambia y remonta con algo más alegría hasta el final.

Ha llovido mucho desde el éxito del Royaume millenaire (1985) visto en el primer Madrid en Danza en el Centro Cultural de la Villa. Siendo L'Esquisse la gran promesa de la nueva danza francesa, sus anteriores obras apuntaban mejor, pero este pinchazo tiene el cariz de todas las obras encargadas y vistas hasta ahora en la España del 92. Ha sido un mecenazgo demasiado tutelado, como en el caso de Gallotta y Duato.

Quizá, Pirineos por medio, Plein soleil pueda gustar y recordar una hipotética España de sangre y arena, navaja y macarra suelto. Aquí, en, la tierra de auténtico albero, simplemente hace sonreír por su elemental superficialidad, y asombra que ni siquiera la depurada nueva danza francesa hubiese podido librarse de la pandereta.

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