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Indignación policial en Palermo en el funeral de las víctimas de la Mafia

«Palermo tiene derecho a pedir, y pide una reacción contundente del Estado", clamó el cardenal Salvatore Pappalardo en el funeral oficial por los cinco agentes de seguridad que acompañaban al juez Paolo Borsellino cuando fue asesinado por la Mafia el domingo. Pero el Estado no se encontraba allí para escucharle. Sus dos representantes -el presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro, y el del Gobierno, Giuliano Amato- llegaron con media hora larga de retraso. Concluida la ceremonia, hubieron de salir de la iglesia literalmente rescatados de las manos de compañeros de los policías muertos.

Fue una escena de violencia sin precedentes transmitida en directo por televisión, con la cara de un Scalfaro asustado y casi asfixiado por los empujones en el centro de la imagen, y, en el margen, un congestionado Vincenzo Parisi, jefe máximo de la policía italiana, que gritaba a su cordón de agentes de elite para que sacaran de la iglesia, en volandas y a paso de carga, al presidente de la República.Segundos antes, el presidente Scalfaro se encontraba rodeado por un confuso grupo de agentes de escolta como los que fueron asesinados el pasado domingo por la Mafia.

El propio Scalfaro había optado por colocarse entre estos irritados policías, tras llegar al funeral con el incomprensible retraso mencionado. Toda la ceremonia estuvo cargada de gestos crispados y de llamadas a la moderación en medio de una total confusión, ya que era imposible entender el sentido exacto de los tantos movimientos y continuas avalanchas de la muchedumbre que abarrotaba el recinto.

La escena era caótica y, no obstante, aparecía claramente dominada por el color azul de las fuerzas de seguridad que, en su gran mayoría, se encontraban allí de servicio. Tras el violento incidente final ya mencionado, la nave central de la catedral palermitana quedó convertida en campo de una batalla que se prolongó bastantes minutos. "Mantener la calma, al final se hará justicia", gritó por el micrófono del púlpito el padre de un agente que yacía en uno de los féretros todavía expuestos.

La debilidad del Estado

Era la imagen de la dificultad de celebrar unos funerales de Estado por las víctimas de una Mafia que basa su fuerza precisamente en la debilidad real y percibida del Estado mismo. Y también el signo de las potencialidades explosivas de la situación italiana y de la problemática tarea que espera al presidente de la República Scalfaro.A la puerta de la iglesia habían protestado y forcejeado los agentes de escolta de Palermo, porque otros policías de uniforme les impedían acceder al templo. Más policías contenían a varios miles de personas en tres cordones de seguridad desplegados en tomo a la catedral. Pero la familia Borsellino mantuvo con firmeza su decisión de boicotear el acto. Sí asistieron, en cambió, varios de los magistrados del distrito, aunque antes habían- anunciado un acuerdo unánime de no hacerlo.

Siete de los 16 magistrados palermitanos, todos ellos del grupo que niega su confianza al fiscal-jefe, Pietro Gianmanco, criticado por Falcone, expresaron ayer su intención de dimitir de unos cargos que "implican más riesgos físicos que resultados jurídicos". Y ayer dimitió el hace poco elegido alcalde de Palermo, Aldo Rizzo, "para facilitar un proceso de reflexión y debate sobre la gravedad de lo que está ocurriendo".

A esta suma de síntomas de descomposición y desconfianza, que ha llevado a algún histórico de la izquierda a hablar de un "síndrome yugoslavo en Italia, basado en factores no étnicos", Oscar Luigi Scalfaro opone su presencia firme, enhiesto como un mástil. Pero ya que el Estado tiene que ser algo más que un símbolo, ayer se llevó hasta Palermo al primer ministro.

Amato acaba de inaugurar su mandato con un empeño inicial para convencer al mundo de que su Gobierno "de cambio" será capaz de vencer el problema económico crónico que ha hecho fracasar a los gabinetes que le precedieron. Sin embargo, la Bolsa de Milán no lograba ayer recuperarse del bache histórico del 6% en el que se hundió el lunes, por efecto del asesinato de Borsellino.

Al igual que Scalfaro y como casi todos los políticos italianos, Giuliano Amato pertenece, además, a un partido gravemente infectado por sospechas de entendimientos mafiosos e indicios de corrupción sistemática que ya han llevado a la cárcel a notables parlamentarios.

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