Por qué no puedo ir a la Expo
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Vivo en Almería, una ciudad fronteriza y de desierto, más africana que española para lo buenoPasa a la página siguiente
y para lo malo. El agua del grifo no se puede beber (¿imagina algún ciudadano de la Europa del año 2000 abrir el grifo y no poder beber agua?), la rambla hace años que la están arreglando, el único parquecillo que hay en el centro de la ciudad no tiene papeleras, las carreteras pasan por el cauce de los ríos, con la consiguiente inundación cuando llueve, y la única piscina cubierta de una ciudad de 170.000 habitantes no está climatizada, y entre tantas deficiencias, ahora desaparece el Talgo Almería-Sevilla, imagino que para potenciar el AVE vía Madrid.Sé que no están de moda las posturas individuales en esta sociedad epatante y de escaparate, pero el único recurso que me queda es negarme a participar en el espectáculo de la Expo: aunque no vea los maravillosos pabellones, las muestras de artesanía y danzas, los fuegos del lago ni los siete puentes colgantes de Babilonia, no puedo dar el espaldarazo con mi pequeña presencia al despilfarro que supone esta Exposición Universal de 1992 (cuya trascendencia para el mundo todavía ignoro), y aunque intuyo que ese dinero no se habría empleado en las otras cosas necesarias, la sangría que está suponiendo la Expo para el resto de las provincias andaluzas y de España en un momento de recesión económica, de elevado desempleo y de posibles ajustes salariales me parece inadmisible, ¿o acaso hemos dejado de ser un país pobre y no me he enterado?-
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