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La confusión reinante

Carlos Marx murió el 14 de marzo de 1883, el mismo año en que nacieron Ortega, Kafka, Keynes y Mussolini y algunos 'otros millones de hombres que no se hicieron famosos.. Y si entonces nacieron o murieron otras gentes famosas también, yo no lo recuerdo ahora, ni lo sé, ni siento curiosidad alguna por saberlo. De momento, sólo quiero anotar que Marx murió en la fecha indicada, y que en fecha mucho más reciente, aunque imprecisa, parecen haber muerto casi todos los marxistas que en el mundo estaban siendo. Pero., como no tengo noticia de ninguna epidemia en el último medio siglo, me resulta dificil imaginar tantísima defunción, de modo que me inclino a pensar que los marxistas de ayer se han hecho a toda prisa con otras convicciones, o andan con podas ganas de concretar fechas y de aclarar ideas, suponiendo que no se hayan olvidado ya de las unas y de las otras.Cuando se dice que las ideologías han muerto, tal vez se trate sólo de un modo de contribuir a la confusión reinante, que, por cierto, debería reinar un poco menos. Claro que, en esto del marxismo, siempre ha habido interés en enturbiarlo todo, y la culminación de la turbiedad se alcanzó en la época en que tanto se habló de catervas y contubernios judeo-masónico-marxistas. Por entonces, había mucho animus injurandi y no poco animus abutendi.

Pero no hay culminación -ni culmen, ni cumbre- sin las laderas sobre las cuales alza la cima su agudo vértice. Así, en la l9a edición del Diccionario de la Academia (1970), leemos que el marxismo es la "doctrina de Carlos Marx y sus secuaces, que se funda en la interpretación materialista de la dialéctica de Hegel", etcétera. Lo de secuaces suena muy mal, pero la misma edición del DRAE nos dice, sencillamente, que secuaz es el "que sigue el partido, doctrina u opinión de otro". Así que no tiene por qué haber. malsonancias. Sin embargo, 14 años después, otro DRAE (20a edición, 1984) viene a confirmar que las hay. La definición del adjetivo repite la anterior, pero agrega un importante matiz: "Tómase con frecuencia en sentido peyorativo". La malsonancia queda, pues, marcadísima. Y esta edición nos enriquece además con un cambio en el sustantivo marxismo, en el que, a modo de entradilla a una brevísima definición del término, la Academia nos enseña que se trata de una "doctrina derivada de las doctrinas de Carlos Marx". (Unas líneas más abajo, la forma alemana Karl se nos aclara y se nos traduce por Carlos, lo que siempre es de agradecer, si bien resulta extraño que en esta edición aparezcan un Karl y un Carlos donde en la l9a aparecían dos Carlos. ¿Por qué uno se ha germanizado y el otro no? Y más extraño todavía resulta que en 1970 el marxismo fuese la doctrina de Carlos Marx y en 1984 sólo sea la doctrina derivada de las doctrinas ... ).

Pero, si en el DRAE se encuentran ciertos desajustes casi exclusivamente formales, más graves parecen las inexactitudes con que podemos tropezar, por ejemplo, en el Diccionario de economía (1983), recopilado por Arthur Seldon y F. G. Pennance, que nos informa de que "Marx no lo dijo, pero Lenin lo afirmó, que el cambio inevitable del capitalismo debe llevarse a cabo mediante la revolución... Lenin sostuvo que un pequeño y bien unido partido podía llevar a cabo una revolución... y dirigir -el país en nombre del proletariado (dictadura del proletariado.)". Como se ve, Seldon y Pennance identifican el concepto de revolución con el de dictadura del proletariado, de acuerdo con lo que en el mismo texto califican de "interpretación leninista: de Marx". Ahora bien: si en otros aspectos de la doctrina marxista Lenin aportó innovaciones, en la identificación de revolución y dictadura del proletariado no tenía nada que introducir, pues tal identificación se encuentra ya en Marx. No es cierto lo que asegura el Diccionario... cuando afirma que Marx no dijo que el cambio tenía que realizarse mediante la revolución. Podrá discutirse la legitimidad dialéctica o política de las afirmaciones de Marx. Lo que no puede hacerse es negar que las formuló. Por nuestra parte, sería una exageración -aunque desmedida- decir que en cualquier obra de Marx se encuentran innumerables reiteraciones de la necesidad social e histórica de la revolución. Pero así, a vuelapluma, bastará citar el Manifiesto comunista (1884), o el prólogo a la Crítica de la economía política (1859), donde, en unas pocas líneas, se encuentran auténticos fundamentos del pensamiento marxista: "No es la primera conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia. ( ... ) De formas evolutivas de las fuerzas productoras que eran, estas relaciones (de producción) se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social". Respecto a la dictadura del proletariado, más concretamente, pueden citarse la famosa carta a Joseph Weydemeyer (5 de marzo de' 1852) o la Crítica del programa de Gotha (1857). Decir que Marx no dijo lo que dijo es tan arbitrario como atribuirle cosas que no haya dicho nunca: todo es - tergiversar. Y, a fuerza de tergiversaciones, llegará un momento en que el pensamiento de Marx será ya irreconciliable, hasta el punto de que hablaremos mucho de su hundimiento, pero no sabremos en qué consistía eso que se hundió.

Menos mal que, a veces, surgen palabras e ideas que, voluntaria o involuntariamente, traen alguna luz que alumbra en la confusión. Hace dos o tres semanas -quizá más-, en un coloquio televisivo acerca del capitalismo y del socialismo, uno de los interlocutores resumía sus puntos de vista diciendo que el capitalismo sabe crear riqueza, pero no sabe distribuirla, y el socialismo, en cambio, sabe distribuirla, pero no sabe crearla.

Tal resumen parecía indicar muy claramente, queriendo o sin querer, cuáles son las prioridades de cada uno de los dos sistemas: la del capitalismo, la creación de riqueza, y la del socialismo, su distribución. Pero todo quedaría aún más claro si acertásemos a responder correctamente a dos preguntas: ¿quiere el socialismo aprender a crear riqueza?, ¿quiere el capitalismo aprender a distribuirla? Si la respuesta es afirmativa, hay que preguntarse quién lo impide. Si es negativa, no hay que preguntarse nada.

Marcial Suárez es escritor y premio de teatro Lope de Vega. .

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