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Reportaje:

"No hay ningún sitio perfecto"

Se llama John Lane, pero tiene el mismo acento que Lola Flores Nació "en la California ésa, de Ioh Estadoh Unidoh eso". Vino a Madrid a estudiar literatura española en la Universidad Complutense. Pero la sangre le hervía y terminó en las cuevas del Sacromonte, en Graná, para empaparse de flamenco. De eso hace 25 años. Ahora se llama Pollito y rasga con su voz quebrada las noches madrileñas. Dice que hace "el ridícalo", pero en ello pone su alma. Cuesta mucho arrancarle comentarios sobre la ciudad: su vida es su trabajo y lo demás parece sobrarle. En Madrid intenta comer todos los días, y las bondades y las penurias urbanas las diluye en una frase resignada: "No hay ningún sitio perfecto".

John Lane ("¿edad? Pon 40") conocía Granada de oídas. A los gitanos del Sacromonte no les chocó la aparición de una figura espigada y pálida, de pelo rubio y ojos muy azules. "Me hice amigo de ellos enseguida", dice. Le adoptó el clan de los Pitirili y con ellos aprendió a cantar y a sentir el flamenco. Allí era Juanico Cacabado en ico", insiste).En Granada tomó la decisión de ganarse la vida corno artista. "Actuar está en mi zangre. El flamenco era el tipo de música que más adentro se me metió. El quejido, lo salvaje del gitano me vino muy bien para expresarme. Me explico mal, pero tú lo pones en poesía". "Sin pasarte", puntualiza.

Decidió volver a Madrid y probar suerte. Aquí encontraría más oportunidades. Tocaba en casa la guitarra y se ganaba la vida dando clases de "ingré" en un colegio: "Viendo el pitorreo de los niños, tirándome pelotillas a la cara y yo cagándome en sus muertos... Hay que tener carácter de policía para eso, y yo pasaba". Además, le daba igual que los niños aprendieran o no. "Si aún hubiera sido literatura española... ".

Espíritu 'carmao'

Fue entonces cuando pensó que, con unas pocas clases particulares a la semana que le dejaran tiempo para cantar, su espíritu estaría "más carmao". Y así lo hizo. "Uno de Graná me metió a poner las luces en el tablao de Mario Maya. Luego, en Los Canasteros me dejaron tocar un poquiyo en el mismo cuadro flamenco de Manolo Caracol". Allí le apodaron Pollito, por una canción de Juan de Mairena que John solía interpretar.

Las clases particulares las llevaba a trancas y barrancas. "Combinar las actuaciones con las clases me resulta difícil. No va con mi carácter". De eso pueden dar fe los hermanos, José Manuel y Luis Recio, de 27 y 22 años, antiguos alumnos y seguidores incondicionales del cantaor: "Era muy buen profesor, pero con tanta juerga se nos dormía en la clase. Y las dudas de vocabulario nos las contestaba en caló".

Mientras tanto, iba y venía a Granada. Allí trabajaba con Curro del Albaicín ("como no lo mientes, Curro me mata. Es cantaó"). Y además acabó la carrera.

"Al final me jarté y me monté mi propio show, y de eso vivo. Cuando hay dinero me traigo a Juan Machón, que es uno de los mejores guitarristas en Madrid en la actualidad".

El problema de ser rubio

Su integración espiritual fue plena desde el primer momento. No así la física, que le ocasionó algunos problemas. Recuerda cómo en Los Canasteros dos amigos le pintaron el pelo con óleo negro, por aquello de que un tipo tan rubio hacía raro en un tablao. Con los focos vino el desastre. El calor de las luces le derritió la pintura, que chorreó por su cara en pleno furor interpretativo.

Aunque peor fue cuando, recién llegado al Sacromonte, decidió broncear sus palideces para gustar a las gitanas. Tanto empeño puso en la tarea que el sol acabó con su pellejo, sobre todo el de ciertas partes que Pollito recuerda con especial dolor.

Lleva viviendo más de una década en Madrid, pero no se ha fijado demasiado en la evolución de la ciudad. "Bueno, cuando llegué vivía el dictador. Ahora tenemos la dictadura de González. La vida es mucho más cara, eso sí". "En general, la ciudad está mejor, aunque un poco europeizada", comenta con tristeza.

Pollito se levanta tarde y se va a nadar todos los días a las piscinas municipales. Después, en casa, una pensión de La Latina, ensaya un rato. "A veces compongo y a veces descompongo una canción". Luego busca trabajo por teléfono, se echa la siesta y por la noche sale a cenar y a trabajar, o a ir por los sitios donde "hay cachondeo": Candela, El Foro-dondeactúa con frecuencia-, Yastá, El Torito o El Rincón del Arte Nuevo.

Se mueve sobre todo por el centro ("no tengo dinero pa taxis") y ahí encuentra casas de comida baratitas. También las copas son más baratas que en Nueva York, dice, aunque él, ahora, sólo le da al zumo de malocotón. Asegura que vive mal, pero que vive. "Si supiera ser más negociante me iría mejor", confiesa. "Intento comer todos los días, aunque a veces resulta difícil". De momento se conforma con mantenerse sin tener que dar clases de inglés.

Madrid, dice, tiene sus inconvenientes, como despertarse a base de bocinazos y de "quítate de en medio, cabrón" a las diez de la mañana. "Ningún sitio es perfecto", añade resignado.

A veces vuelve a Granada, pero ya se ha hecho a Madrid. "No sé lo que voy a hacer ni dónde voy a acabar, pero nunca planeo nada. Sólo quiero superarme en lo que hago".

El 'pasmo de California'

La transformación de John Lane en Juan Callejuela, Pollito, más que conversión, es una transustanciación; es decir, un milagro. Este dato -portento riguroso- es fundamental para degustar su arte y maravillarse con cualquiera de sus espectáculos. Este gitano rubio fue gringo de California en su anterior transmigración. Uno tiene que palparse las carnes para comprobar que lo que ve y oye no es sueño ni alucinación. Su estilo interpretativo debe ser calificado de asilvestrado, montaraz, delirante y tremendista. Posee un talante escénico que recopila garbosa mente las esencias de Bambino, Lola Flores, Los Chunguitos, María Jiménez, Peret, Las Grecas y Dolores Vargas, La Terremoto. En ocasiones se deja raptar por tempestuosos arre batos que recuerdan el salto de la rana de El Cordobés. Al fin y al cabo, su California natal es tierra de terremotos, huracanes, tifones y vendavales.

En plena actuación, con las venas a punto de estallar, Pollito se pone rojo como el fuego, taconea, se da la media vuelta, la vuelta entera, hace como que se marcha, retorna, se planta, jalea al excelente guitarrista. Juan Machón, convulsiona la testa, revoluciona los pelos, electriza el esqueleto, baila, increpa a las sombras, desatina, implora, grita, susurra, tiembla. Gitanos y flamencos se quedan estupefactos al verle. La gente del bronce y el jipío ha acogido con cariño a este pájaro exótico, a esta rara avis, que no es gallina, ni pavo, ni ganso, ni gallo; es eso, un pollito tierno, despendolado y algo cimarrón.

No existe en la noche de Madrid otro bicho más raro que él. Es un bohemio de los de antes. Los noctámbulos le quieren. Él se deja querer, se deja invitar, se deja camelar. De vez en cuando desaparece: se va a Granada a emborracharse de bulería, acaso de soleá. Pero siempre vuelve al foro, porque Pollito está enamorado de Madrid, y viceversa.

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