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Por el camino de baldosas amarillas

Finalizadas las primarias, el pronóstico de que Ross Perot puede ser el cuadragesimo segundo Presidente de Estados Unidos ha dejado de ser extravagante para ser sólo simplemente increíble. El siguiente paso es que se convierta en algo plausible, y puede que pronto lo comprobemos por nosotros mismos. Expongo el tema de forma tan complicada porque, por supuesto, aunque el señor Perot obtuviera en noviembre la mayoría relativa de los votos populares en la lucha a tres bandas por la presidencia, cosa que podría suceder según los actuales escrutinios, no por ello se convertiría necesariamente en presidente.La Cámara de Representantes, que elegiría de hecho al Presidente en el caso de que ningún candidato obtuviese la mayoría absoluta en el colegio electoral, no está obligada a optar por el candidato que haya obtenido la mayoría popular o el mayor número de electores; puede elegir a quien le plazca. Incluso podría elegir a alguien que no se hubiera presentado a la carrera hacia la presidencia. Es probable que se sintiera moralmente obligada a nombrar a la persona que hubiera obtenido el mayor número de votos populares, pero parece lógico que, si esta persona fuera el señor Perot, una mayoría de la Cámara estimará más importante su obligación de preservar a la República de lo que se considera una aventura demagógica; ¡menuda crisis se provocaría!

El señor Perot es, ciertamente, un demagogo en el sentido original del término: "en la antigüedad, cabeza o caudillo de una facción popular". También lo ha sido, hasta ahora, en el sentido actual de la palabra: aquél que ataca a los partidos establecidos y a sus programas políticos de manera emotiva y en su globalidad, pero sin exponer seriamente las políticas alternativas que pudiera ofrecer.

Él afirma que a su debido tiempo definirá su programa, pero lo cierto es que su éxito actual radica, precisamente, en el hecho de no haber adquirido compromisos específicos. Se niega a tratar con la prensa y rechaza cualquier tipo de interrogatorio profesional sobre sus puntos de vista, ya se lo hagan periodistas o sus propios rivales politicos en debates o careos convencionales.

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Sin embargo, a pesar de lo interesante que pueda resultar el señor Perot, el problema fundamental no estriba en el candidato en sí, ni siquiera en que sea un demagogo, sino en el ciudadano que le vota y da crédito a sus promesas demagógicas. El señor Perot inició su campaña con un vigoroso y justificado ataque contra los fallos de ambos líderes, tanto el del partido republicano como el demócrata, a la hora de afrontar la continua y profunda crisis presupuestaria norteamericana (entre otros problemas nacionales). Puesto que en la actualidad los gastos más importantes del Gobierno norteamericano son fijos pagos de los intereses de la deuda, así como otros títulos diversos, ningún ataque contra el déficit resulta creíble si no va acompañado de un plan para incrementar los ingresos del Gobierno.

Las primeras intervenciones públicas del señor Perot parecían indicar que reconocía esto y quie, en consecuencia, iba a intentar romper la parálisis de la política fiscal en que se halla inmerso el país. Ahora dice: "estoy absolutamente en contra de elevar los impuestos". Esto es lo que todos los políticos de Estados Unidos han aprendido a decir para poder sobrevivir.

El señor Perot declara ahora que todo lo que se necesita para arreglar el presupuesto es "poner el mundo (del Gobierno) boca abajo y sacudirlo enérgicarriente para librarse del despilfarro". Promete decirnos dentro de pocas semanas dónde radica este despilfarro y cómo lo eliminaría él.

Es indudablemente que el Gobierno derrocha, pero éste no se puede eliminar simplemente con una buena administración. Una gran parte de este derroche corresponde a gastos gubernamentales -concretamente en el terreno militar- de dudoso valor intrínseco pero que proporciona empleo y prosperidad local en distritos electorales repartidos por todo el país. Así, estos gastos, a menudo, constituyen una forma de subvención económica o inversión en pro del bienestar local. Si el señor Perot lo elimina, suponiendo que el Congreso le permitiera hacerlo, perdería su popularidad.

Y éste es exactamente el problerna. Los políticos tienen sus defectos, pero la viga está en el propio ojo del votante, que reclama sus privilegios pero, al mismo tiempo, se queja amargarriente de los impuestos necesarios para sufragarlos. Para los políticos, la dificultad estriba en hacer frente a esta contradicción. El señor Perot promete reconciliar lo irreconciliable mediante métodos que ya nos revelará más adelante.

El día que haga piáblica su lista de servicios gubernamentales que se deben eliminar, suministros que hay que cortar, compras que disminuir, unidades y bases militares que desmantelar, programas de investigación científica y tecnológica que clausurar, servicios médicos que reducir y las prestaciones de la Seguridad Social que hay que revisar, la popularidad del señor Perot se hundirá.

Estados Unidos es hoy un país donde los estudiantes, comparados con los de todos los demás países avanzados, presentan los resultados más bajos en todas las materias objeto de estudio y en cuanto a destreza intelectual, pero donde tienen, en cambio, la -media de autoestima más elevada. Es decir, se tienen en la más alta estima con la mínima justificación para ello. Esto es vivir en el engaño, pero parece que es lo que quieren también los votantes. Ronald Reagan se lo proporcionó, y el Presidente George Bush ha hecho todo lo posible por hacer lo mismo, aunque le falte el talento que requiere esta tarea. El señor Perot iría ahora un poco más lejos, ofreciendo lo que hasta el momento no es más que una ficción de reforma política.

Pero todo esto ya se había anticipado en una gran obra de la imaginación norteamericana: El Mago de Oz, que, por supuesto, no era en absoluto un mago, sino únicamente, un ventrílocuo de fer¡a procedente de Omaha que había sido arrastrado con su globo hasta Oz, en donde la gente le tomó por un mago precisamente porque deseaban que lo fuera. Tal y como él dijo a la niña Dorothy de Kansas, después de que le desenmascarara: "¿Cómo puedo evitar ser un embaucador cuando toda esta gente me: obliga a hacer cosas que todo el mundo sabe que son imposibles?".

William Pfaff es analista de política internacional de 1992. Los Angeles Times Syndicate.

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