El callejón con salida
Durante su primera época, las salas Alphaville fueron mi casa, y Mariel, parte de la familia.Como en esas antiguas librerías adonde uno va no sólo a comprar libros, sino también a hablar con el librero de literatura (como otros hablan de fútbol en el bar), Alphaville tenía para mí esa cualidad tan humana, y tan rara hoy en día, de ser no sólo un lugar para ver cine, sino también para saborearlo, discutirlo y enrollarse. Y en el centro de Alphaville, sin ningún deseo de protagonismo, pero protagonizándolo todo, estaba Mariel, una chica de gusto exquisito, dotada de un, enorme encanto social y un olfato natural para detectar las películas interesantes antes de que se hablara de ellas.
No sé hasta dónde llega la influencia de Mariel en la programación de las salas, pero para mí el cuerpo de Alphaville era el de ella.
Cuando digo que Alphaville fue mi casa no empleo una metáfora. Todas mis películas encontraron su acomodo natural en alguna. de sus cuatro salas, incluso cuando existía la quinta puse alguna vez mis prehistóricos superochos.
Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, por ejemplo, fue recuperada por los chicos de Alphaville de los circuitos basura, y se quedó cuatro años instalada en las sesiones de madrugada.
Alphaville fue el primer complejo cinematográfico en ofrecer estas sesiones, maravillosa iniciativa que afortunadamente han imitado después otras salas.
Los independientes americanos, y los supervivientes de la nueva ola francesa deberían hacerle un monumento a estas salas y, naturalmente, a Mariel.
Alphaville fue pionera en muchos sentidos.
En una época en que el cine es cada vez más un zoco en el que sólo importa el comercio, las cuatro salas de la calle de Martín de los Heros (junto a sus hermanas del Renoir) proporcionan a los días y las noches de Madrid un callejón con salida, donde todas las aventuras son posibles.
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