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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El fin de Craxi

LA DESIGNACIÓN de Giuliano Amato para formar el nuevo Gobierno italiano es una más en la serie de sorpresas que han marcado la vida política italiana desde las elecciones del pasado 5 de abril. La trilogía CAF Craxi, Andreotti, Forlani) parecía tener bien atados todos los hilos de la sucesión en los principales cargos del Estado una vez pasada la prueba, siempre incierta, de la consulta electoral: si un democristiano iba al Quirinal, a Craxi le correspondería la presidencia del Gobierno, cargo que, por otra parte, había desempeñado con eficacia entre 1983 y 1987. Pero dos terremotos han sacudido el paisaje político de la península apenina en los últimos tres meses: primero, el descubrimiento de una corrupción gigantesca centrada en Milán, en la que es tan complicados hombres de todos los partidos, y de un modo más acusado los socialistas, y personalmente la familia de Craxi. En segundo lugar, el voto de los ciudadanos, que ha castigado a los partidos tradicionales manifestando, si bien de forma confusa, un deseo evidente de reforma y renovación del sistema político.Esos terremotos han desmantelado los puntos de referencia de la política romana. La elección de Scalfaro (democristiano ajeno a las capillas que manejan el partido) para la presidencia de la República fue una sorpresa: el asesinato del juez Falcone por la Mafia provocó una concentración de votos en favor de una persona cuya respetabilidad le situaba fuera del juego político. Desde ese momento, Craxi ha peleado de manera constante por obtener la presidencia del Gobierno, según estaba pactado con la DC. Acosado cada vez más de cerca por la investigación judicial, Craxi necesitaba esa presidencia para salvarse como jefe público y para impulsar su liderazgo cuando en el PSI crecen las corrientes abiertamente anticraxistas. El pulso ha durado semanas. Al fin, ante el rechazo nítido del Partido Democrático de la Izquierda y de otros, Craxi ha cedido: Amato, su hombre de confianza en el último periodo, será presidente.

La derrota de Craxi no es sólo personal, por mucho que haya contado el escándalo milanés. Ha recibido un duro golpe el sistema de de reparto de cuotas por los partidos, ese juego oscuro por el que un puñado de dirigentes reparten los cargos y prebendas. Si Amato ha sido designado dentro del viejo sistema, el hecho de que sustituya a un Craxi en retroceso y, sobre todo, el clima que reina en el país, crean una ocasión única de empezar con su Gobierno una etapa nueva. Ello corresponde además al deseo de Scalfaro. Sobre Amato recae una responsabilidad enorme. Profesor de Derecho Constitucional, se adaptó quizá con excesiva rapidez a los meandros de la pequeña política. Puente a la vez con Cossiga y con Occhetto, parece apto para las máximas flexibilidades y tiene a su favor una inteligencia que nadie pone en duda.

Italia necesita un Gobierno capaz de abordar problemas insoslayables como el déficit, la criminalidad, la reforma de las instituciones, la crisis económica. Tiene que retomar al debate europeo, aportando un firme respaldo al europeísmo que ha sido propio de los italianos. Para ello no sirve ya el juego de partidos cuyas cúpulas omnipotentes se reparten el poder. Esa partitocracia a la italiana es totalmente obsoleta cuando todos los partidos europeos necesitan sobre todo reforzar su capacidad de diálogo con la sociedad. A su modo, esto mismo pidieron las urnas en Italia en abril pasado. ¿Será capaz Amato, pese a la matriz craxiana de la que sale, de tomar conciencia de estas nuevas exigencias? Los próximos días darán respuesta a esta pregunta decisiva.

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