El quite del desmadre
Julio Aparicio hizo en el tercer toro un quite por verónicas y, a su término, el público se puso en pie, prorrumpió en una estruendosa ovación, la banda de música celebró los lances interpretando una escogida pieza de su variado repertorio, volvió a repetirse la ovación unos segundos después, el torero salió a saludar montera en mano, de regreso a la barrera seguían aplaudiéndole aún... ¿Y qué había sucedido, para que se produjera en la Maestranza semejante desmadre? Pues lo que sucedió fue que Julio Aparicio hizo un quite por verónicas.El quite por verónicas de Julio Aparicio resultó según se mire. Si lo que se mira es la postura, cierto: la quedó de maravilla. Julio Aparicio es uno de los toreros que mejor componen la postura y suele ser una postura apaulada, lo cual significa que recuerda del santo a la cruz a un tal Rafael de Paula. Claro que no es el tal Rafael de Paula en sentido estricto y a la hora de verdad -que es la de torear- el parecido ya resulta un poco remoto.
Rojas / Romero, Muñoz, Aparicio
Toros de Gabriel Rojas (4º, sobrero, en sustitución de un inválido), discretos de presentación -2º y 3º sin trapío-, sospechosos de pitones, todos inválidos, boyantes.Curro Romero: pinchazo y estocada corta descaradamente baja (silencio); bajonazo escandaloso y ocho descabellos (silencio). Emilio Muñoz: pinchazo y baJonazo descarado (ovación y salida al tercio); pinchazo y estocada corta ladeada (ovación y salida al tercio). Julio Aparicio: pinchazo y estocada caída perdiendo la muleta (palmas); pinchazo, otro hondo caído, rueda de peones, estocada tendida y tres descabellos (silencio). Plaza de la Maestranza, 18 de junio. Tradicional corrida de la festividad del Corpus Christi. Tres cuartos de entrada.
El quite del desmadre consistió en verónicas, sí, pero cada vez que el torero remataba una, salía corriendo en busca de otro terreno, desde donde citaba al toro, y así, de lance en lance y de carrera en carrera recorrió buenos trechos de redondel. Hubo otro detalle sin importancia -o por lo menos no se la dio el público- y consistió en que el toro perdía las manitas llamadas brazuelos al tomar el capote y quedaba tumbado, el pobre, a los pies del apaulado diestro veroniqueador. Son, naturalmente, apostillas, aclaraciones, matices, quizá ociosos. Lo importante fue que Julio Aparicio hizo el quite y el público de la Maestranza le dedicó una ovación memorable. Cuando el famoso quite de Pepe Luis Vázquez en la histórica corrida del Centenario no se debió armar tanto alboroto.
Siguió la lidia y algunos empezaron a arrepentirse entonces de tanto triunfalismo y de tanto fervor aparicista: el torero titular no daba la talla. El torero titular se ponía muy pinturero y apaulado en el cite con la muletilla, mas al recibir al toro perdía los papeles y se quitaba de en medio. Esto ocurrió en el toro del quite según se mire y en el sexto también, no importó que ambos embistieran con la docilidad que gustan disponer para sus exhibiciones los toreros artistas.
El torero artista Curro Romero dispuso de parecido género -aunque mucho más inválido- y se notó, principalmente, en que anduvo moderadamente porfión y discretamente confiado. Tampoco toreó en realidad, pues vaciaba tan hacia afuera la mustia embestida que parecía como si el toro hubiera de torearlo otro. Sin embargo, un mérito singular se le apunta a Curro y es que siempre citó con la muleta adelantada y nunca dejó de cargar la suerte. No es cuestión baladí: esas son maneras de torero, que se ajustan a los fundamentos mismos del arte de torear. Cualquiera de los espadas más jóvenes -los que le acompañaban en la terna, sin ir más lejos- podrían aprenderlas -ahí estaba el modelo, para lo que gustaran mandar-; pero no las aprenden. Las posturas sí, las reglas no. Es decir, antes lo accesorio que lo esencial, antes la anécdota que la categoría.
Emilio Muñoz (sin ir más leJos), que conocía estas reglas tiempo atrás, las ha olvidado y ni siquiera Curro le sirvió de recordatorio. Por ejemplo, en vez de adelantar la muleta, la retrasaba a conciencia. Lógicamente, lo que le salía era medios pases, además no muy templados y salvo una de las tres tandas de naturales que dio al quinto, tampoco bien ligados.
Las tres tandas de naturales que dio Emilio Muñoz al quinto tampoco dejaron de tener su mérito. En una época en la que todo el toreo se hace de alivio por la derecha, que un matador, nada más empez ar su faena, se eche la muleta a la izquierda y repita hasta tres tandas de naturales -buenos o malos, es otro tema-, casi Podría considerarse una proeza.
De cualquier modo, entre verónicas de aquí te espero, dudas, inhibiciones, muletas retrasadas y bajonazos, lo pobres tullidos toritos se fueron al desolladero sin que nadie los supiera torear. Que toritos tan buenos se fueran al desolladero vírgenes de toreo y con las orejitas donde se las había puesto Dios, eso es otro desmadre de difícil explicación. A no ser que el toreo ya no exista; lo Cual podría suceder.
Babelia
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