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Tribuna
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CDS: la búsqueda de unas salidas razonables

La cuestión del Centro Democrático y Social, señala el articulista, es saber si la sociedad política española está o no firmemente asentada dentro del bipartidismo estatal hegemónico; es decir, si puede cumplir una función de dinamización democrática. Y aboga por salidas de sentido común y talante liberal a la crisis.

El Centro Democrático y Social (CDS), ante todo, es una organización política singular, convergente y mediadora. Ideológicamente, como nuevo proyecto de centro-izquierda, no ya Unión de Centro Democrático (UCD), coexistimos liberales y radicales, populistas y socialcristianos, socialdemócratas y progresistas. Y el electorado refleja también esta diversidad.Dos factores adicionales explicarían, esta convergencia y singularidad. En primer lugar, el carisma de Adolfo Suárez, que hasta hace unos meses y como fundador-presidente actuó de revulsivo y de aglutinante, de referente máximo y de motor operativo y simbólico. En segundo lugar, la convicción generalizada de que era -o es- posible conseguir un espacio político-ideológico y, por tanto, electoral, entre el PSOE y el hoy PP: espacio que como bisagra correctora o mediadora reflejase y asumiese sectores sociales progresistas que no desean -o deseaban- adherirse a las dos opciones dominantes.

En efecto, la distancia de Adolfo Suárez de la actividad partidista creó, lógicamente, un vacío. Las causas por las que se automargina entran en el mundo de las conjeturas: descanso reflexivo legítimo o, como hombre de Estado, seguir ayudando políticamente desde actividades suprapartidistas. Pero hay algo que tiene una traducción electoral: la intención de voto tenderá a reducirse.

El congreso extraordinario último intentó resolver esta dificultad convertida ya en aporía: cómo hacer viable el CDS, difícil con Suárez, más difícil sin él. Las opciones se entremezclaron: todo el mundo era renovador, pero el concepto de renovación tenía contenidos e intenciones distintas. Renovar era cambiar talantes, métodos y personas, pero también penalizar por sucesivas derrotas electorales. El resultado fue políticamente híbrido -nadie ganó globalmente- y psicológicamente fue un congreso de protesta: la catarsis era inevitable. La propuesta de renovación, integradora y conciliadora, que yo tuve que representar, tampoco consiguió consenso. Todos perdimos, y de aquí la confusión actual: los dioses no nos fueron propicios, y, aunque volubles, a veces tienen razón.

Después de ocho meses de intentos de renovación, de cohabitación y de relanzamiento, el balance es negativo. Causas internas, pero sobre todo externas, nos han llevado a una situación crítica. Sería injusto decir que este proceso de negatividad es nuevo: por el contrario, es simplemente continuidad. Al episodio de las elecciones catalanas, a la dimisión del secretario general, a las divergencias entre órganos y sectores, y a otras divisiones y abandonos de personas importantes, les doy un significado adicional y derivado: resultado objetivo de una crisis crónica externa, que venimos conllevando. Digo externa en cuanto expresión de una realidad sociopolítica que altera el esquema con que habíamos elaborado el modelo de partido centrista.

Percibo en este orden de ideas cierta disgregación latente del proyecto estatal del CDS. La testimonialidad en las comunidades históricas va dando paso a la conveniencia de converger con fuerzas regionalistas, y en otras comunidades, de una federalización se avanza a la separación real o de facto. La remisión simple a cuestiones personales es artificio fácil, pero el problema es más de fondo. Tal vez haya razones externas (sociales) que expliquen este proceso: por ello, el debate es necesario.

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Percibo, por otra parte, pesimismo y al mismo tiempo lamentación sobre nuestra viabilidad como partido y más extensamente sobre nuestras posibilidades electorales próximas. Sin duda, las encuestas no son las elecciones pero sí indicadores cualificados que expresan, clarifican o crean opinión. Me refiero a encuestas publicadas: lo demás es arcano inverificable, interesado o no. El vaticinio de una caída, homogénea y generalizada, debe ser un motivo serio para preocuparse. En alguna medida, si no rectificamos -rectificar aquí lo entiendo como clarificación y racionalización- corremos el riesgo de convertirnos en un partido sin electores, en un club, y esto ya no sería un partido político.

Percibo, en fin, ya desde dentro, actitudes diversas y entremezcladas entré militantes, simpatizantes y cuadros. Unos creen y piensan que, pase lo que pase, el CDS sigue y seguirá. Numantinismo fundamentalista o providencialista con el que no coincido, con todos los respetos, al menos en la creencia, que no en el deseo. Por mi formación laica, ni Bossuet, ni Savonarola ni Jomeini me han convencido nunca. Aunque es cierto también que, no tanto por fundamentalismo doctrinal sino por un sentimiento profundo y explicable, esta posición tiene sus seguidores.

Función correctora

Otros, con diversos matices, piensan que estamos en fase terminal o preterminal: proyecto agotado, permanecer es irresponsabilidad, hágase un finiquito rápida y dignamente. No comparto, con esta radicalidad, y también con todos mis respetos, esta posición opuesta frontalmente a la anterior. Y, en fin, unas terceras vías, más flexibles, que pueden incluir modelos diferentes: la situación es grave, pero habría que intentar buscar salidas racionales, debatirlas francamente, aparcando luchas estériles y, en fin, no excluyendo ninguna opción y restableciendo unas reglas éticas de juego democrático. Esta posición la mantuve en el comité ejecutivo y la sigo manteniendo.

La cuestión, a mi juicio, es saber si la sociedad política española está o no firmemente asentada dentro del bipartidismo estatal hegemónico, es decir, si el CDS puede cumplir la función correctora y de dinamización democrática. Si la respuesta fuese negativa, el CDS tiene sentido sociológica y políticamente. Ni la autoafirmación acrítica numantina, ni la autodisolución frontal creo que sean propuestas correctas ante este planteamiento. La primera nos llevaría a un fracaso electoral desgraciadamente inevitable, apostando así por una disolución aplazada y traumática. La segunda, entre otras razones por la normativa estatutaria y por la existencia legal de subvenciones, sería casi imposible y no menos frustrante.

¿Qué salidas. podemos, entonces, contemplar? Estas eventuales salidas vendrán condicionadas por ciertas cuestiones previas a debatir. Entre otras, las siguientes: ¿Tenemos espacio propio en estas elecciones y en qué circunscripciones? ¿Nuestra crisis es de coyuntura o de fondo? ¿Quién es ya nuestro electorado? Con intuición fundada -sujeta a contraste-, honestamente, no creo que hoy por hoy tengamos posibilidades electorales reales, excluyendo la testimonialidad. Mi análisis, en síntesis, es éste: no se trata ya de encuestas, de percepciones subjetivas o de hechos objetivos puntuales, sino de algo más profundo: el centro, como entidad política autónoma, en esta situación y a nivel estatal, tiende a diluirse. El PSOE es claramente centro-izquierda y L el PP, con más dificultades, por razones históricas y de imagen residual, quiere convertirse en derecha centrista. Si se articulase una derecha radical y populista, el PP conseguiría esta imagen y espacio, aunque reduciendo su electorado. El solapamiento programático, políticoeconómico, ha extendido la confusión -por devaluación ideológica y también por oportunismo preclectoral- y hace así menos viable una opción intermedia. Se ha ganado la batalla del centro, pero se pierde la configuración centrista. En política, los anticipadores no son los administradores.

Con todo, el CDS tiene ante la opinión pública española una imagen simbólica bien instalada de partido liberal-progresista, no de UCD nostálgica o reducida. Por ello puede legitimar o reforzar, complementaria y diferenciadamente, como partido de las libertades, adscrito a la Internacional Liberal y Progresista, la opción de la izquierda moderada o de la derecha evolucionada. Algunos dirán, y con razón, que no deben excluirse las opciones regionalistas o de Izquierda Unida. Personalmente, nada excluyo para el debate, aunque tengo y manifestaré mi preferencia.

Con un debate de esta naturaleza, alejando cuestiones personales (son siempre boomerangs), sin necesidad de congresos ordinarios anticipados o extraordinarios (volver a la endogamia burocrática o al conflicto), apelando a la lógica de la racionalidad y de la responsabilidad, huyendo de voluntarismos místicos o dramatismos románticos; en definitiva, con sentido común y talante liberal, tal vez podamos conseguir una salida coherente y operativa a este proyecto político que inició Adolfo Suárez hace 10 años, proyecto que ha ayudado y quiere seguir ayudando a establecer en nuestro país una democracia avanzada y abierta, plural y participativa, progresista y solidaria.

Raúl Morodo es miembro del Comité Ejecutivo del Centro Democrático y Social y vicepresidente de la Internacional Liberal y Progresista.

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